Sevillano, premio Nacional de la Cátedra de Flamencología de Jerez, considerado por los puristas uno de los últimos custodios del cante jondo. Hoy estará con Calixto Sánchez y la bailaora Pepa Montes en el Maestranza.
—Nieto de Pepe Torre, hijo de Tomasa Soto y Pies Plomo... ¿Basta con la sangre?
—La sangre te da esa sabiduría ancestral, pero hay que enriquecerla: tienes que currártelo, estudiar y saber lo que estás haciendo.
—¿Cuál hoy es la deriva del cante?
—Cuando yo empecé, nuestra ilusión era tener conocimiento, respetar a los antiguos. Hoy los cantaores se apartan de esa tradición para buscar quizá otros beneficios. Antes, si tú tenías 14 cantes, yo quería tener 18. Le preguntaba a Fosforito, a Lebrijano, a Mairena: «Este cante de Frijones, ¿cómo va?». Hoy se canta desde el Ave, no desde un coche de caballos, y se le quita la esencia.—¿Tan mal está la cosa?
—Si quieres saber cómo está el flamenco, ve al festival de Mairena del Alcor. Mira, yo conozco Austria, y allí todos los años se le hace un homenaje a Mozart. Aquí, en cambio, a don Antonio Mairena lo están tirando por el alcantarillado. —¿Se siente, como le oí una vez, el último mohicano?
—Lo del último no me gusta, porque no sé si se refieren al cante o a que estoy ya en el tanatorio... Pero todavía queda gente envuelta en una amalgama de cosas preciosas. Y tengo a mi nieto y a mi hijo, que están cantando muy bien. Pero en fin, no es que yo sea grandioso, es que los mejores se han ido. —Algunas biografías le señalan como miembro del grupo Triana, pero usted fue solo telonero, ¿verdad?
—En efecto, Jesús [de la Rosa], que quitaba el sentido y se había criado conmigo en la calle de Feria, quería demostrarle al público de dónde sacaba los matices del compás. Así fue como llegué a actuar ante veintitantas mil personas, que al principio ni me escuchaban. Y llegar a Cataluña y que la gente te silbe diciendo «esto qué es»... —¿Cómo respondía usted?
—Les decía que a mí me gustaba Aretha Franklin, James Brown, Otis Reading, y hacía alguna cosita de ellos... Les cantaba soul e iban entrando en lo mío. Fueron dos años magníficos, Triana fueron los más grande tras los Beatles. —¿Y cómo surgió el poeta José de la Tomasa?
—Tenía un hijo que no dormía, y me sentaba en la cuna con él. Yo no sabía leer ni escribir, de hecho el único libro que me he leído en la vida es Gitanos de la Bética, pero empecé a inventarme letrillas por soleá. Un día Pérez Orozco vio la carpetilla que tenía y me dijo: «Me gusta, no está viciado». Y lo mismo dijo Félix Grande. La cultura de verdad va en el interior de la persona; lo otro lo pagas y lo adquieres. —¿Qué ha aprendido de sus alumnos de la Fundación Christina Heeren?
—De mis alumnos aprendo una barbaridad, más que ellos de mí: cada persona es un mundo y ves que lo que parece un fallo, puede servir en un momento dado. Nadie debe morirse con la sabiduría en la cabeza, hay que exportarla. Mira la de figuras que han salido ya de la escuela, ¡y decían que el cante no se podía aprender! —Siempre ha dicho que no sabe qué va a hacer cuando sale a escena. ¿Tampoco en la Bienal?
—Te lo juro por mis hijos, estoy cagado. Pero yo no puedo apriorizar algo que luego no voy a hacer. Si me propongo hacer esto y esto otro, luego se me olvida todo... Prefiero sentarme junto al guitarrista y seguir lo que me diga el corazón. Y diré más: yo no soy un cantaor para el Maestranza. Es una maravilla, pero yo soy más del Lope. No me siento muy flamenco allí, creo que el Maestranza es más para sacar a Georgio, el italiano. —A propósito de su apellido, ¿cómo vive alguien con raíces italianas el hecho de que el ministro Salvini promueva políticas tan agresivas contra los gitanos?
—En ese momento me gustaría quitarme el apellido. Son cosas que me hacen sentirme desplazado, no tengo palabras. No me explico cómo un ser engendrado por el amor y el dolor de su madre puede decir cosas así. En esos casos me pongo al lado de la poquita raza que me pertenece y con la sensibilidad. Por eso quizá me gusta tanto el mar, porque para mí es un aislamiento, salirme de todo eso que está pasando en el mundo y que me espanta.—Su afición a la pesca es más que conocida. ¿Por qué no hay más flamencos que la compartan?
—Es verdad, no me consta que haya muchos... Habrá a quienes le parezca un contraste para su persona, no sé. Yo en cambio salgo con mi barquito y estoy en un mundo que me agrada. En el mar no llevo reloj, ni móvil. Soy más pescador de fantasías y cantes viejos que de pescados, a decir verdad, pero ese ratito no me lo quita nadie.—¿Qué le cantaría a su Betis?
—Lo que le canto siempre: que soy del Betis, no de sus resultados. Y cuando está mal, es cuando más me gusta. Además ya no soy solo yo en casa, son béticos también mis cuatro hijos, mis nietos... El Betis es cante grande, dolor y alegría. Yo no veo al Barça, me aburro. Pero veo a mi Betis y es como si oyera otra vez cantar a mi padre y a mi madre.