El prado de Rosinka, de la alemana Gudrun Pausewang, forma parte de esa breve estirpe de libros en los que uno se bate el cobre como lector no por su dificultad –inexistente–, sino por sus efectos; de esos que lo sacuden, conmueven e interrogan, que lo ponen frente al paredón de sus propias verdades, con perdón por la cursilería, a la espera del tiro o del indulto. Publicado en España por Impedimenta, su traductora y prologuista, Consuelo Rubio Alcover, lo presenta como una obra «especial» y «entrañable», hasta donde esta palabra no esté contaminada por la ñoñería. Es una novela autobiográfica escrita hace 45 años –cuando los ideales– y que leída ahora presenta una verdad quizá mucho más perentoria que entonces, por lo que tiene de amor por la naturaleza, de rechazo de la existencia superficial, de propuesta de vida alternativa... que si antes eran ideas interesantes, ahora resultan angustiosamente imprescindibles. Para quien no ansíe tantas honduras, simplemente se trata de un libro sobre una familia que en los años veinte lo deja todo atrás y se va a vivir al campo.
Gudrun Pasewang tiene noventa años y está fuera de los circuitos de las entrevistas. «Si tuviera que describirla, diría que se trata de una buena representante de lo mejor de toda una generación de alemanes, que desgraciadamente está a punto de extinguirse», dice Consuelo Rubio Alcover. «A grandes rasgos, se trataría de gente cuya infancia y juventud estuvieron marcadas por acontecimientos históricos de una dureza inimaginable, y que pasaron su madurez reflexionando sobre esas vivencias, rebelándose contra sus padres, lidiando con sentimientos de culpa y tratando de buscar la escala de valores que les permitieran afrontar el presente y el futuro con coherencia, sin perder de vista las profundas heridas del pasado pero tratando de sobrellevar el dolor insoportable derivado de las mismas. Este debate interno, que a veces se convierte en lucha encarnizada, y que se proyecta hacia el exterior en forma de compromiso político, es probablemente lo que define las preocupaciones de Pausewang».
Rubio, que se reconoce «muy buena lectora, pero pésima relectora», dice haber leído «varias veces» El prado de Rosinka; una obra de esas que en inglés se resumen como un feel-good book, «un libro que se lee con facilidad y agrado y que provoca buenas sensaciones (de nuevo, me resisto un poco a emplear la etiqueta, pues según quién me lea, tenderá a asociarla con libros intrascendentes, edulcorados, lo cual no es cierto en absoluto en este caso)». Pero no sabría decir si, a día de hoy, continúa vigente en una sociedad que llega con su rebeldía adonde alcance la cobertura de su smartphone, aunque bien le gustaría –y «aliviaría»– afirmarlo. «No obstante, me parece demasiado osado, demasiado arrogante no poner en duda la buena disposición de ese público enfrascado en las pantallas de móviles y ordenadores», se previene. «Efectivamente, siempre hay oídos prestos a escuchar historias relacionadas con los modos de vida alternativos, con gentes que se atreven a llevar a cabo empresas descabelladas, y últimamente, también me parece haber detectado en España una especie de boom de literatura neorrural, de libros sobre la vida en el campo o libros sobre la naturaleza. Pero he confesar que no me acabo de creer el fenómeno. Me tienta verlo como una suerte de moda pasajera, alentada por una curiosa operación de marketing, más que como algo motivado por las preocupaciones sinceras y más o menos hondas de la gente».
«Me parece que, por desgracia, Pausewang ya no es lo más in en Alemania. De algún modo —y no sé si esto debería decirlo en una entrevista para un medio de difusión de la opinión— la generación de Pausewang, sus planteamientos filosóficos de calado, la pelea interna que desgarraba a su generación... se mueven en un registro quizá demodé. La literatura juvenil de la autora sigue leyéndose en los colegios, Pausewang sigue siendo una figura muy respetada, pero los valores en alza son los que marcan voces mucho más jóvenes, incluso millenials, que en el caso de Alemania son una generación bastante acomodaticia, satisfecha con la realidad en la que han crecido (la única que conocen, puesto que prácticamente solo han visto a Merkel como canciller, se han beneficiado de unos elevadísimos niveles de prosperidad y de un larguísimo periodo de paz, insólito en la historia de su país). Las cruzadas de las que Pausewang fue abanderada número uno en los setenta, ochenta y noventa –el no a las nucleares, el pacifismo radical, la crítica al consumismo y al capitalismo desatado, en paralelo a una solapada simpatía con los regímenes del otro lado del muro, el naturismo...– ya no se llevan, suenan a algo muy superado, algo necesario pero ya integrado en el mainstream y que por lo tanto no requiere ninguna militancia, el típico latazo del abuelo hippie», explica Consuelo Rubio Alcover, quien pone ahora ante los ojos del lector español este repaso a la vivencia de la entonces joven Gudrun y su familia en el corazón de los Sudetes, El prado de Rosinka, cuando se les ocurrió que la independencia, la libertad y la utopía son demasiado importantes como para ser imposibles.