Merece la pena acercarse a esta propuesta diversificadora de los responsables de la Sinfónica, llevándola a otros espacios y aumentando su habitual temporada de conciertos con otros, agrupados o no en ciclos, que dan idea de su gran versatilidad y capacidad para abordar programas tan estimulantes como el presentado anoche en el Espacio Turina, y que quienes no se acercaran a él tienen hoy la oportunidad de hacerlo, con la garantía de que no quedarán defraudados ni defraudadas. La reconocida buena acústica del Espacio Turina, especialmente cuando de conjuntos reducidos se trata, fue también un aliciente en este segundo concierto de los dedicados al espíritu revolucionario de Beethoven y la mente iluminada de Haydn. Controladas las dinámicas y los volúmenes, la concha del Turina ofrece una tímbrica muy especial, densa y concentrada, con la que el clasicismo se luce de forma harto considerable. La batuta del muy experimentado director británico Jan Latham-Koenig brilló también, sobre todo en las páginas de este embemático período artístico y musical.
La tantas veces elogiada cuerda grave de la orquesta dio consistencia a un Brahms dicho sin aspavientos ni, también hay que decirlo, demasiada emoción. Pareciera entonces que asomara la habitual tradición británica, comedida y tan atenta a sobresalir en elegancia y contención que en insuflar de adecuada expresividad las partituras interpretadas. Aún así destacaron los contrabajos, con mucho empuje y personalidad, en el allegro inicial, delicado y lírico. Melodioso y rítmico, acaso menos exuberante de lo conveniente, el scherzo, mientras al adagio le faltó misterio y amplitud; quizás haberlo ralentizado le hubiera beneficiado en este sentido. Dignos y reposados los elocuentes diálogos entre cuerda y madera en el quasi minueto; ésta última destacó también en el flexible y melódico rondó final.
Cuando creímos que la estética del concierto continuaría por esos derroteros, contenidos y algo flemáticos, Latham-Koenig, de ascendencia diversa y amplia experiencia operística, sorprendió con un Haydn y un Mozart en el otro extremo, radiantes y llenos de expresividad. La más popular de las seis sinfonías parisienses del primero, supone el apogeo de la sinfonía clásica vienesa, síntesis magistral de elegancia y fuerza, a la vez que perfecta ilustración de una época en decadencia. En ella destacó la energía y contundencia de la cuerda, la flexibilidad de la flauta de Morelló en las variaciones de la Romanza, el carácter distinguido del allegretto-minueto, y la sutileza espiritual del presto final. Pero el volcán en erupción llegó de la mano de un Mozart imponente, por lo que la velada transcurrió in crescendo, ofreciéndose una Sinfonía París, estrenada justo antes de que la desgracia arruinara la que se suponía iba a ser una feliz estancia del compositor en la capital francesa, poderosa, ahora con los violines, ausentes en la primera obra interpretada en el concierto, al máximo rendimiento. La sensación final, carnosa y con una evidente carga dramática, no pudo resultar más satisfactoria.
LA FICHA
ROSS ***
2º concierto del ciclo Beethoven y Haydn de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Jan Latham-Koenig, director. Programa: Serenata nº 2 Op. 16, de Brahms; Sinfonía nº 85 “La Reina”, de Haydn; Sinfonía nº 31 K.297 “París”, de Mozart. Espacio Turina, viernes 17 de noviembre de 2017