España con sus más y sus menos es un país anacrónico. Llega tarde a muchos sitios. A veces, muy tarde. El Convenio Europeo de Protección de Animales de Compañía, texto básico para el bienestar animal de los 47 estados del Consejo de Europa aprobado en Estrasburgo en 1987, se firmó por parte del gobierno de la nación en 2015, treinta años más tarde. No todo está hecho, aún tendrá que ser ratificado por el congreso para tener valor legal. Hablamos sobre bestias, o eso creen. Ferdinand, la última película de la productora Blue Sky, va sobre animales, concretamente sobre tauromaquia. Trata de un novillo, de adulto un adusto toro, que se resiste a resoplar, arrastrar las patas y embestir a otros, sobre su derecho a ser pacífico, a disfrutar oliendo flores y a no ser la víctima de un sistema que lo condena a pasar por una fábrica de embutidos o por una plaza de toros. Se denuncia la tortura, el sufrimiento y la condena sin paliativos por el hecho de haber nacido animal. Se habla sobre la libertad de poder elegir, de quebrar cadenas mentales.
Lo que podría ser una mirada amable y crítica a un rito ancestral harto conocido en nuestras latitudes, en manos de Saldanha, director de La edad del hielo y sus secuelas, se convierte en una fotografía oscura y lúgubre llena de clichés y estereotipos construidos con poca gracia. Algunos personajes son insoportables como la desdentada cabra o los estilizados caballos, o caricaturas como la del torero; además la música es hortera y machacona. Pero la palma se la lleva un argumento y un mensaje final hecho para contentar a niños y niñas, pero tan descuidado e insensato que es capaz de provocar pesadillas a púberes y personas adultas. Lejos de romper, su mensaje conservador perpetúa.
Ferdinand *
Estados Unidos 2017 106 min.
Dirección Carlos Saldanha
Animación