Los mitos permiten cohesionar la sociedad, enlazar unos con otros las manos del pensamiento y ayudarnos a comprender mejor el mundo, pero a veces, cuando se alejan tanto de la realidad, se produce el efecto contrario al deseado y nos despegamos de lo que de verdad ocurre, del auténtico funcionamiento de la vida. Hay uno de los mitos vigentes que es especial por su larga extensión a una mayoría de personas, por su asunción al extremo de haber generado una imagen inseparable del imaginario colectivo: la inspiración, la intervención estelar e inefable de las musas como modus operandi de creación del artista. El creador como alguien sobre la materia prima a quien una luz instantánea alumbra y le muestra el camino que determinará su obra. En el mito, pesa mucho más la inspiración, el instante de sabiduría atemporal, que el trabajo, el tesón y la constancia del artista. Sin embargo, la realidad no puede ser más distinta.

La conversación con diversos artistas sobre el papel que representa para ellos la inspiración desmonta de un plumazo el mito de la iluminación y la ráfaga, poniendo mucho más el foco en el esfuerzo del creador. «Un artista no se inspira, sino que visualiza en cuestión de segundos una idea que le resulta atractiva e interesante, llena de información y que se acerca a la intención pretendida», explica José María García, graduado en Bellas Artes y deslumbrante imaginero y pintor sevillano, quien señala además cómo esa visualización inicial retenida por el subconsciente va siendo expulsada en pequeñas cantidades y renovándose constantemente. «Pienso que no juega un papel fundamental, puesto que, al ser una energía renovada, la primera inspiración puede quedar en un segundo plano ante la más reciente. Además, hay que añadir que el artista a veces está condicionado por normas del colectivo o por un particular mecenas de la obra, quedando la inspiración en un plano oculto inutilizable», comenta José María.

El esfuerzo y la constancia son la base de la creación en todas las artes. Entre ellas, la literatura ha sido tradicionalmente un campo en el que las obras se han visto como el fruto de un instante de iluminación, especialmente en la poesía, donde quizás la mayor abstracción y sentimentalidad reinantes la han convertido en un campo donde el estereotipo de un escritor atormentado y vida turbia al que un determinado momento visitaba la inspiración ha podido acampar a sus anchas y acomodarse en la tierra sobrehabitada de los lugares comunes. Javier Sánchez Menéndez es poeta y dirige la editorial La Isla de Siltolá. Autor de Mediodía en Kensington Park o El libro de los indolentes, este gaditano también resta protagonismo a las musas. «Las lecturas y el trabajo diario suelen superar a la inspiración tal y como la conocemos o imaginamos. La creación poética es un acto constante y permanente en la vida de un poeta. Leer también es crear. Entiendo lectura y trabajo constante como la fuente mayor de inspiración», afirma sin ambages.

En realidad, el secreto, como en casi todo en la vida, se halla en la sana medianía, en el término medio. Juan Palma es un cantante y compositor sevillano. Su disco Sin trampa ni cartón es un reflejo de su forma de pensar, sentir y ver la vida, una enorme tarea para la que no basta un instante de inspiración, es necesaria una gran cantidad de dedicación: «Todo suma. Como suelen decir, es mejor que si te llega la inspiración te pille trabajando en aquello que quieres conseguir, en este caso una canción». En el caso del mundo musical la inspiración y la propia creación está muy influida por los parámetros comerciales. Para Juan Palma, en el ámbito musical «ahora priman otras cosas». Está a punto de lanzar su primer tema dance en inglés, I am the party, una canción alegre y divertida, pero no deja de lado su estilo personal, aquel con el que más se identifica: «Sigo componiendo canciones de mi estilo, que son las que me salen y las que me caracterizan como artista. Canciones con más letra, más mensaje y que hagan sentir», comenta ilusionado.

Es fundamental reivindicar el papel de la creación como elaboración, como artefacto resultado de la actividad del artista. Independientemente de que se dé o no ese instante decisivo de inspiración, con diferencia de si las musas descienden de su residencia y van a posarse sobre la mesa del creador, esto no es más que la materia prima, que la arcilla que en las manos del alfarero cobrará vida. «Todo poema, por muy instantáneo que sea, necesita una elaboración, un trabajo. Y si el autor se decide por un poema largo tendrá que componerlo, y si además se ajusta a formas estróficas, deberá atenerse a unas reglas precisa», explica Juan Lamillar, poeta y autor de obras como El paisaje infinito, Las lecciones del tiempo o Entretiempo. Para el escritor sevillano el concepto de inspiración ha atravesado diferentes facetas: desde una primera etapa en la que el poeta era un adivino, posteriormente la imagen del poeta romántico, hasta llegar hasta hoy, donde la inspiración se estudia desde un prisma científico, de creatividad y enfocado hacia la inteligencia.

«Siempre hay que tener en cuenta la perseverancia del trabajo, que es lo realmente importante, aunque de cara a la sociedad nunca se verá reflejado ese esfuerzo mental o de trabajo físico», indica José María García. Juan Palma compone temas inspirados en el amor y el desamor, aunque también amplía sus composiciones hacia otras áreas como el ánimo, los sentimientos, las dudas o su propia experiencia. «Hay veces que he tenido que componer y me he sentado con la intención de, en una tarde, conseguir un par de temas y al final, se ha quedado el folio en blanco. Y hay otras veces que estaba muy ocupado y me ha llegado a la mente una melodía o algo sobre lo que escribir y he tenido que grabar la melodía o el asunto en el móvil. ¡No puede dejar uno pasar la oportunidad nunca!», explica el joven sevillano.

Para Javier Sánchez la clave de la inspiración se encuentra en sus lecturas. «Suelo creer simplemente en aquello que leo. La lectura diaria es el mejor trabajo, es la fuente de inspiración. Personalmente escribo poco o muy poco, aunque leo diariamente. No creo en los instantes inspirados, esos momentos sólo son creados por la pasión de un buen libro, nunca como inspiración creadora», confiesa el poeta y editor. El término inspiración, que su origen aludía a la recepción del aliento, parece corresponder más a una receptividad, a una apertura de las compuertas de la mirada que a una intervención divina o extrasensorial. Cuando los ojos están abiertos, la lectura, las conversaciones por la calle, la fotografía o incluso la prensa y la televisión pueden ser fuentes de creación, pueden ser canales por los que pase la inspiración. Se trata, a fin de cuentas, de abrir los ojos y las manos hacia las gotas derramadas y esparcidas por cada esquina del mundo, recogerlas cuidadosa y atentamente, sumarle una pizca de la interpretación propia del mundo del artista, muchas horas de constancia y convertir lo que otros no vieron en una pieza de arte, en cualquiera de las múltiples manifestaciones de éste.

Los distintos testimonios de artistas derrumban de un plumazo el mito de la inspiración como condición sine qua non para la creación artística. En su lugar, el trabajo, la constancia, vencer al miedo del folio en blanco y mantenerse fiel al estilo propio son los verdaderos pilares de la inspiración, y así lo han expresado numerosos artistas a lo largo de los siglos. «Cuando siento no escribo», dijo Bécquer. Es necesario reivindicar el trabajo del artista frente al mito de las musas, las horas detrás de la composición de una canción, del guion de una película o en el poema más sentido. Detrás de la obra puede estar la experiencia del artista, puede haber un instante decisivo en el que se visualice el resultado, un día en el que uno no puede parar de tener ideas, pero sobre todo, lo que hay detrás de la obra es un artista que se esfuerza. No hay más musas que sus manos.