Lugar: Teatro Lope de Vega, 10 de enero
Obra: Rojo
Autor: John Logan
Traducción: José Luís Collado
Dirección: Juan Echanove
Intérpretación: Juan Echanove y Ricardo Gómez
Calificación: **
Un cuadro de color rojo supuestamente situado frente al escenario. Es el punto de arranque de esta obra que gira en torno a la figura de Mark Rothko, un artista plástico atormentado que en todo momento mantiene un discurso tan ególatra como pesimista, aunque didáctico.
La obra se dirime como una suerte de diálogo entre el pintor y su joven ayudante, con quien mantiene una relación pseudopaternal que, al menos en este montaje, no acaba de perfilarse del todo. Su historia comienza cuando el pintor recibe el encargo de realizar una serie de cuadros para decorar un restaurante de lujo de Nueva York a cambio de una buena suma de dinero, lo que provoca un cierto rechazo en el ayudante, quien tiene una concepción idealista del arte. De la misma manera, algo dentro del artista se revela contra la idea de exponer sus cuadros en un espacio tan prosaico. Es el conflicto del que se sirve el autor para dar lugar a toda una serie de reflexiones sobre el arte, aunque por su condición se trata de un conflicto débil desde el punto de vista dramático.
Tal vez por ello Echanove, que a estas alturas hace tiempo que se confirmó como un auténtico animal de teatro, imprime a su personaje una intensa carga dramática. Para ello mantiene en todo momento la voz en un registro grave, tanto que incluso en ocasiones nos impide oír bien su discurso. No obstante, tanto su expresión corporal como su dominio del escenario alcanzan un alto grado de eficacia, sobre todo en los silencios, cuando convierte al espectador en un cuadro y le dedica toda una gama de miradas y gestos elocuentes. Sin embargo en su papel de director no acaba de dar la talla. La puesta en escena, salvo ese juego que situa al espectador en el plano de la pintura, se limita a girar en torno al texto y a su interpretación, que por cierto resulta bastante irregular, ya que el papel Ricardo Gómez se disipa ante la presencia escénica su maestro. La iluminación no se implica con el tormento emocional del personaje, el vestuario es un tanto anodino y las transiciones se limitan a dejar la escena a oscuras más tiempo de la cuenta. Aunque todo ello no impidió que el público le rindiera una sentida ovación al término de la obra.