La aldea maldita y la furia del mar

Les Arts triunfa estos días con la puesta en escena de Peter Grimes, ópera definitiva del siglo XX y obra maestra de Benjamin Britten

10 feb 2018 / 18:29 h - Actualizado: 10 feb 2018 / 18:31 h.
"Ópera","Críticas"
  • Imágenes de la representación. / Fotografías: Mikel Ponce y Miguel Lorenzo
    Imágenes de la representación. / Fotografías: Mikel Ponce y Miguel Lorenzo
  • La aldea maldita y la furia del mar
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Desde el jueves 1 de febrero y hasta el próximo martes 13, el Palau de las Arts exhibe una de las óperas más relevantes del pasado siglo, Peter Grimes, considerada por muchos como la primera gran ópera inglesa desde Dido y Eneas de Purcell, y si se quiere las que compusiera Haendel en su etapa londinense, considerando que el alemán siempre quiso ser considerado inglés. De cualquier forma Benjamin Britten vino a romper con este título dos siglos de sequía creativa en una ciudad que siempre fue trascendental en representaciones líricas. Con Peter Grimes Les Arts revalida su condición de tercer templo operístico del país, con una media de ocho títulos escénicos anuales, y todo a pesar de las crisis padecidas a lo largo de sus doce años de andadura. Una demostración de que un buen equipo puede sacar adelante un proyecto de ensueño por muchas que sean las trabas y zancadillas que reciba por el camino.

El Palau de les Arts ha experimentado desde su inauguración graves desperfectos que limitaron el uso de sus instalaciones en sus dos primeras temporadas, incluyendo la avería de la plataforma escénica en diciembre de 2006 y las inundaciones de 2007, que afectaron a diversos elementos de la maquinaria y los sistemas electrónicos. También el Auditorio que se enmarca en el ambicioso complejo tuvo problemas de aislamiento acústico ya afortunadamente solucionados, e incluso el teatro adyacente Martín i Soler, donde se representan óperas de cámara y otros eventos dramáticos y musicales, sufrió daños con dichas inundaciones, lo que obligó a cancelar su estreno con la ópera de su titular L’arbore di Diana, y posponerlo a 2008 con el oratorio Philistaei a Jonatha dispersi, también de Martín i Soler. Lo peor sin embargo que le ha ocurrido al edificio de Calatrava sobrevino en diciembre de 2013, cuando se desprendió parte del trencadís, nombre con el que en catalán se asigna el mosaico de azulejos de estética modernista que recubre el edificio, con forma de casco guerrero mitológico. Los infortunios se completan con las intrigas a las que se ha sometido parte de su equipo gestor inaugural, con Helga Schmidt, intendente hasta 2015, acusada de malversación de caudales públicos, prevaricación y falsedad documental, y Davide Livermore renunciando a su cargo de intendente en diciembre de 2017, dejando una brecha en la gestión del coliseo, sin equipo visible hasta que se celebre concurso público y se apliquen los nuevos estatutos aprobados por el Patronato de Les Arts. Sus actuales directores musicales, los prestigiosos Fabio Biondi y Roberto Abbado, que sustituyeron a Omer Meir Wellber después de que Lorin Maazel, artífice de la Orquesta de la Comunidad Valenciana, dejara el puesto en 2011, mientras Zubin Mehta dirigió el Festival del Mediterrani hasta 2014, y Plácido Domingo, que da nombre al Centro de Perfeccionamiento para Nuevas Voces, que han dirigido nada más y nada menos que Alberto Zedda, Ruggero Raimondi y Livermore, son algunos de los grandes nombres que mantienen el prestigio de este templo del arte y la música, cuya ambición se revalida cada año con una excelente programación en la que quizás ahora brillen menos las voces convocadas, pero que encuentra hueco para todos los paladares, desde el Barroco a la vanguardia, pasando por el inevitable peaje que suponen los títulos de repertorio.

En el apartado de innovación y compromiso podemos enmarcar la apuesta por Britten, después de que en las pasadas temporadas se representaran El sueño de una noche de verano con puesta en escena de Paul Curran, y otro de sus grandes títulos dramático musicales, Otra vuelta de tuerca, esta vez en el Teatro Martín i Soler, a la vez que el Teatro Real apostaba por Billy Budd con un excelente montaje de Deborah Warner para el propio teatro en coproducción con otros escenarios europeos. Peter Grimes se gestó en Estados Unidos al inicio de la Segunda Guerra Mundial, cuando Britten y su amante, el tenor Peter Pears, que estrenó el rol, se instalaron allí en busca de un lugar donde desplegar su creatividad frente a una Europa en guerra. Su doble condición de homosexual y buen conocedor de la costa oriental inglesa, donde nació y murió, le llevó a interesarse por la obra del sacerdote anglicano George Crabbe, The Burough (Burgo o Pueblo), cuyo retrato de una comunidad de pescadores marcada por la furia del mar y su animadversión hacia un siniestro pescador acusado de matar a sus aprendices, le atrajo hasta convertirla en libreto con la ayuda de Pears y el dramaturgo y guionista cinematográfico Montagu Slater, quien le dio forma definitiva. Britten suavizó el carácter de Grimes, manteniendo su lado ambiguo pero rebajando el más siniestro y criminal hasta el punto de que la suya fuera una crónica de la marginación y el repudio del diferente, un fenómeno social que él conocía muy bien. Su música de estilo innovador, sin prescindir de la tonalidad, que consideraba como columna vertebral de la música occidental, introduciendo elementos del verismo y el impresionismo y añadiendo un estilo conmovedor e inteligente, con armonías libres y audaces, ilustró a la perfección la atmósfera opresiva de la aldea que sirve de escenario a la trama, así como la sofocante estrechez de los conflictos y pasiones humanas.

Su estreno en el Sadler Wells Theater de Londres el 7 de junio de 1945, un mes después de acabar la guerra, fue todo un éxito y motivo de orgullo para una nación que no conocía el éxito de una ópera autóctona desde hacía dos siglos. Hoy, las desventuras de un tosco marinero víctima del intento de linchamiento de todo un pueblo por su condición de diferente, que no se adapta a las normas impuestas por la mayoría, protagoniza otro éxito del Palau de les Arts, con elogiosas críticas desde su estreno el pasado 1 de febrero, y un montaje ya legendario del prestigioso director escénico Willy Decker, que se estrenó en Le Monnaie de Bruselas en 1994 y ha adquirido el Palau en propiedad. Christopher Franklin, que ya se encargó de la dirección musical de Otra vuelta de tuerca, dirige a la sensacional Orquesta de la Comunidad Valenciana, con el tenor americano Gregory Kunde, a quien hemos podido ver en Sevilla en Otelo de Verdi y protagonizó en Valencia Las vísperas sicilianas del compositor italiano, uno de los montajes más celebrados de la temporada pasada de Les Arts, como protagonista. Su estilo belcantista no parece haber sido un obstáculo para dominar este difícil papel, según las crónicas más acreditadas. La veterana Rosalind Plowright, la soprano Lee Partridge y el barítono Robert Bork, estos dos últimos como únicos aliados parciales del atormentado protagonista, completan un reparto en el que sobresale el coro, fundamental en la obra en general de Britten y muy en particular de ésta sobre la jauría humana. Imprescindible acercarse estos días a la capital del Turia, la misma que nos trajo esa Tetralogía de Wagner de La Fura del Baus que nos encandiló durante cuatro temporadas en el Maestranza de Sevilla, para disfrutar de este montaje señero antes de que se lo cuenten y sea demasiado tarde.