h - Actualizado: 13 jul 2017 / 14:02 h.
"Flamenco"

Que la Bienal de Flamenco se encuentra en un momento de crisis, es algo que va más allá de los mentideros de peñas y aficionados para entrar de lleno en la evidencia: a apenas catorce meses de su próxima edición, no solo no hay programación cerrada, sino que la continuidad de su actual director, Cristóbal Ortega, está en serio entredicho. La caja de los truenos la abrió el delegado de Cultura, Antonio Muñoz, al aseverar durante un pleno del Ayuntamiento que la Bienal necesita «un cambio de modelo y de dirección» y anunció «cambios en el modelo de gestión». Pero de esas declaraciones han pasado ya dos semanas sin que se hayan traducido en ninguna acción en concreto, y el verano avanza: ¿será la Bienal una asignatura que quede para septiembre? Sea como fuere, hay varios aspectos que urge considerar:

CUENTAS CLARAS. El futuro de la Bienal pasa, indefectiblemente, por aclarar con absoluta transparencia –una de las banderas del mandato de Juan Espadas– las cuentas de la pasada edición. No es de recibo que a día de hoy sigamos teniendo solo el (algo triunfalista) balance provisional, mientras que los números definitivos en cuanto a ocupación, gastos e ingresos, según ha denunciado Participa Sevilla, están bajo sospecha. Se ha llegado a hablar de un desfase de 700.000 euros, lo que supondría por sí solo un escándalo mayúsculo que debería ser solventado cuanto antes. Fuentes del Ayuntamiento consultadas por este medio dijeron al respecto de forma sucinta que «no ha habido irregularidades», lo que obviamente no basta. Si Cristóbal Ortega, al que muchos dan técnicamente por finado –tomando las palabras de Antonio Muñoz en su más cruda literalidad– aunque a día de hoy sigue en su puesto a todos los efectos, continuara tras cuatro años en el cargo al frente de la Bienal, debería hacerlo sin la menor sombra de duda en su gestión. Y si se incorporara un nuevo director, ídem: es imprescindible que el mayor festival flamenco del mundo pase página de su pasado inmediato de un modo intachable. Caiga quien caiga, y aunque para ello sea necesario remontarse a varias ediciones atrás, bajo poder socialista como popular.

UNA EDICIÓN ESPECIAL. Pero, además, la de 2018 no será una edición cualquiera. Se cumple el XX aniversario de este evento, lo que supone, por un lado, una oportunidad de oro para seguir dando a conocer el arte jondo en todo el mundo, pero también quizás para levantar un poco el pie del acelerador y reflexionar sobre el propio sentido del evento, ponerla a compás con los tiempos que corren y, por qué no, permitir que la Bienal se celebre a sí misma sin perder el sentido autocrítico. Ello significa, por ejemplo, que no sería de recibo una edición como la de 2016, claramente continuista con la anterior –y con la llamada Bienalita–, sino que exigiría exprimir la inventiva de sus responsables para lograr atraer verdaderamente la atención de los buenos aficionados como de los simples curiosos. Tampoco podría permitirse el equipo rector, dentro –claro está– de los imponderables con los que siempre se trabaja en este tipo de acontecimientos, desafortunadas apuestas como la de un Rafael Riqueni pendiente de la justicia o de un Manolo Sanlúcar sin las debidas garantías. Dicho de otro modo, los objetivos de la Bienal deben ser claros y traslucirse en todos los detalles, desde el espíritu general hasta la última cita del programa, pasando por su imagen, cuyo concepto gráfico ya ha sido encomendado –más allá del director que siga o venga– al artista sevillano Pedro G. Romero.

UN MODELO DEFINIDO. Por otra parte, la gestión de Cristóbal Ortega suscitó algunas críticas referidas a la ambigüedad de su oficina, que no se limitó al ámbito estricto de la Bienal sino que impulsó una bienal para años impares, bautizada por este medio como la Bienalita, y empezó a intervenir en otras líneas de actuación institucional para suspicacia de algunos sectores, que veían en ello una injerencia o usurpación de funciones. El Ayuntamiento debe definir sin dilación el modelo que desea para la próxima dirección de la Bienal, si seguirá dependiendo del ICAS, si mantendrá su propuesta para los años impares –este año, supuestamente por los rigores presupuestarios, no se celebra Bienalita– y si es capaz de separar escrupulosamente la gestión de la Bienal de otras líneas de trabajo relacionadas con el flamenco, pues se ha llegado incluso a hablar de financiación encubierta de festivales. Después de los múltiples desencuentros escenificados entre el Ayuntamiento de Sevilla y el Instituto Andaluz del Flamenco en tiempos del PP, la coincidencia de socialistas en el gobierno municipal y la Junta podría traducirse ahora en un plan bien coordinado para que todos los agentes flamencos puedan trabajar con la administración sin indeseables confusiones. La misma claridad que de las cuentas, deberá imponerse al futuro mando.

FACTOR TIEMPO. A nadie se le escapa que la Bienal no dispone de todo el tiempo del mundo de cara a su próxima cita de 2018. Aunque hay constancia de que Ortega se ha estado moviendo en los últimos meses para apalabrar artistas, salta a la vista que catorce meses es un tiempo muy justo para concebir y desarrollar espectáculos que estén a la altura de la efeméride que se avecina. Se necesita, pues, contrastada solvencia al mando, una maquinaria a punto ya, engrasada y con combustible de sobra, para no solo no hacer el ridículo, que es algo que nadie quiere siquiera imaginar, sino para que la Bienal del XX aniversario sea un éxito rotundo. Algo con lo que sueñan todos los que aman este arte.