La codicia os hará tontos

Feelgod Teatro lleva al Lope de Vega ‘La estupidez’, de Spregelburd, con Fran Perea y Toni Acosta

15 feb 2017 / 15:24 h - Actualizado: 15 feb 2017 / 20:51 h.
"Teatro"
  • Fernando Soto, Javier Márquez, Fran Perea, Toni Acosta, Alfonso Mendiguchía, Ainhoa Santamaría, Juan Víctor R. Yagüe (director del Lope) e Isabel Ojeda, (directora de Cultura). / El Correo
    Fernando Soto, Javier Márquez, Fran Perea, Toni Acosta, Alfonso Mendiguchía, Ainhoa Santamaría, Juan Víctor R. Yagüe (director del Lope) e Isabel Ojeda, (directora de Cultura). / El Correo

Entusiasmado. Entusiasmado y bromista. Y un poco espídico, esa es la verdad. Así se mostraba este miércoles en Sevilla el elenco de La estupidez, el montaje que durante lo que queda de semana llevará al Lope de Vega a la compañía Feelgood con una suculenta muestra de teatro imposible. Así lo definió Fernando Soto, el director de escena, usando palabras del autor de la obra, Rafael Spregelburd. Lo de que sea imposible guarda directa relación con lo de espídicos: esta trupe de artistas –Fran Perea, Toni Acosta, Ainhoa Santamaría, Alfonso Mendiguchía y Javier Márquez– tienen que representar entre los cinco a 24 personajes durante las tres horas de la función. Teniendo en cuenta que el autor del texto es argentino –como indica su apellido europeo–, el lector podrá comprender que las tres horas se las pasan charlando. Así que entre los parlamentos, los cambios de vestuario medidos al segundo y el estrés de tanta personalidad múltiple, las bambalinas de esta comedia tienen un puntito atlético o casi circense que viene a sumarse a la magia de la representación. Porque esa es la palabra: magia, si hay que hacer caso a los elogios de los propios artistas y a esa especie de estado de sublimación que parecen haber alcanzado como grupo y como actores gracias a esta producción.

Ver La estupidez equivale a asomarse a una especie de red social donde todos son gilipollas por culpa de la codicia, que es la palabra clave de la historia. Uno presencia cómo la inteligencia se estruja, se deforma y se hace añicos bajo la presión de la idiotez imperante. En este caso, una idiotez representada por un montón de personas que intentan hacerse ricas en Las Vegas: dos criminales que pretenden vender un cuadro robado; un apostador que tiene un método para ganar siempre a la ruleta –pero para ganar 151 dólares por noche, «ni uno más ni uno menos», como explicó Fran Perea, con lo que la peregrinación por los casinos les sale ruinosa–; un científico que posee la fórmula matemática del apocalipsis; la mafia italiana que intenta fabricar a una nueva estrella del pop... y así, saltando de escena en escena como eso, como personajes de redes sociales casi, la estupidez coral se manifiesta en todo su esplendor, a imagen y semejanza del estado actual del mundo.

Pero el estado anímico del personal que hace posible esta función guarda relación con otro elemento que todos destacaron en su presentación en el Lope: «Feelgood Teatro es una compañía que ama lo que hace», proclamó con cierta solemnidad Fernando Soto. «Es el trabajo del que más he aprendido como director de escena. Y me gustaría invitar al público de Sevilla a que venga a verla porque es de esas oportunidades únicas, dicho con toda modestia y humildad, de ver algo extraordinario». Que nadie se asuste por la excesiva duración: «Tres horas es lo que dura una película en Antena 3». Toni Acosta estuvo muy de acuerdo, agradeciendo a la compañía cuyo núcleo duro conforman Fran, Ainhoa y Javier «que hagan este tipo de teatro. No es un teatro que se haga ahora. No es sostenible. Lo hacemos por algo que va más allá de nuestra profesión, porque queremos lanzar un mensaje. Es el trabajo donde más he aprendido como actriz dentro de un grupo».

Fran Perea, que con un excelente humor procedió durante toda la presentación como maestro de ceremonias, se maravilló además de que Sevilla sea «una de las pocas plazas donde se puede estar varios días con una obra de teatro [rara avis, corearon todos] y destacó el encanto refrescante de una obra donde no todo tiene por qué quedar explicado, donde no todo tiene por qué ser una pista de algo que va a suceder luego, y que de ese modo va entretejiendo a lo largo de toda la representación una mezcolanza de trivialidades, asuntos mínimos, cosas importantes, chorradas y dramas que, como en la vida misma, acaban conduciendo a la misma conclusión que ver un telediario (o echar un vistazo a una red social cualquiera): pero qué estúpidos somos todos. Con una diferencia: «Esta obra te permite volver a jugar», dice Ainhoa Santamaría con los ojos como platos. Y tiene, encima, la virtud del humor.