«La curiosidad es la mejor fuente de inspiración»

Montse Rubio publica con Edelvives su ‘Guía de monstruos, bestias y seres extraordinarios’, un homenaje a la fantasía y al entendimiento

06 jun 2018 / 17:40 h - Actualizado: 06 jun 2018 / 21:55 h.
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Conmover al prójimo adquiere en la obra de Montse Rubio categoría de oficio. No en el sentido lacrimógeno y blandengue del verbo –que diga lo que diga la RAE es una desviación semántica–, sino en el de la sacudida emocional. Esa que se podría calcular por la escala de Mercalli, que es la que mide cómo afectan los terremotos a las estructuras. La Guía de monstruos, bestias y seres extraordinarios, el nuevo título que ahora publica la autora con Edelvives, es de esos libros que dejan grietas en los muros. Metafóricamente hablando, claro. Porque tiran abajo todo lo anterior. Tal es la fuerza de su fantasía. No se ha apoyado en viejas fábulas, ni en exitosos precedentes, ni en el universo mágico preexistente al que sí se acogen otras obras –caso de los Animales fantásticos y dónde encontrarlos, de J.K. Rowling, y de la monumental Enciclopedia de las cosas que nunca existieron, ambas excepcionales en todo caso–. La artista catalana parte de cero, irradiando personajes y situaciones extravagantes con epicentro en su propia imaginación. Podría haberle ido mal con el experimento –el riesgo era mayúsculo–, pero la moneda le ha salido cara.

Ella no se pone mística cuando se le pregunta cómo es la persona que es capaz de hacer libros así. «Supongo que muy normal», dice, «aunque tengo que reconocer que también tengo un poco (o ellas lo tienen de mí) de cada una de las protagonistas de mi libro: soy muy despistada como Odila, organizada y amante de las bibliotecas como Pimpinela e ilustradora incondicional como Severina».

Se refiere aquí a las tres figuras principales de su narración, que pese a tener apariencia de catálogo de seres extraños en realidad es una historia, contada a través de ese puzle que son los episodios concretos que protagonizan sus inverosímiles moradores. Entre ellos, los que aparecen aquí retratados: esa especie de sapo llamado autumnus, una bestia que «lleva el otoño en su interior, por donde pasa hace caer las hojas, cubre el amanecer de escarcha e inunda el campo de ese olor maravilloso a castañas asadas, setas y niebla baja», y que tras una larga hibernación despierta a finales de verano, cuando los días ya se hacen más cortos. Se puede ver también a Ignatius Mistos, un engendro «amable que se encarga de mantener iluminada la casa» –porque por esos mundos imaginarios no hay electricidad, internet, móviles ni nada que se les parezca–. Ese otro que parece un erizo rockero es un afanoso de la categoría de los espiritureros, siempre cargados con agujas, imperdibles y corchetes, y que hilvanan los bajos de los pantalones de la gente de la casa con unas puntadas «tan pequeñas y precisas que resultan invisibles al ojo humano». Y el señor Rojo, un buhonero que le llena a uno la casa de trastos maravillosos aunque a veces se deje olvidada una bolsita de semillas de las que salen los temibles (y adorables) silvestrillos: una especie de plaga de roedores que solo se puede echar de casa con ayuda de los serenillos. Para quienes no tengan el gusto, un serenillo «tiene la apariencia de un grillo común» equipado con un violín. A falta de público entendido que valore su virtuosismo como merece, «interpreta piezas larguísimas para las hortalizas –que no pueden huirle– y, las pobres, después de veinte horas de sonatas, sinfonías y óperas, acaban adquiriendo unas formas rarísimas»; se dice que un calabacín logró escapar una vez tras una serenata de tres días. Esto, por citar solo a algunos prodigios nacidos en la imaginación de Montse Rubio. «Para mí, poder ilustrar fantasía es el mejor de los regalos. Empecé a dibujar muy pequeña y siempre he sido muy fantasiosa, o sea que creo que es algo innato en mí», explica.

Tanto trabajar los temas mágicos, míticos y fantásticos; tantas horas y pensamientos dedicados a esa ingeniería, forzosamente han de dejar huella en quien lo hace, incluso en su forma de entender y disfrutar la existencia, ya puestos. «Más que influir en mi vida», matiza Montse Rubio, «es mi manera de expresarme o acercarme a los demás. A través de la fantasía y el humor explico mis preocupaciones, sueños, dudas, alegrías, etc. Además, creo que el folclore y los cuentos son parte inherente de nuestro imaginario colectivo y, por lo tanto, un lenguaje universal».

Si se le pregunta quiénes y qué obras o situaciones de la vida constituyen su fuente principal de inspiración en estos menesteres artísticos, la autora tampoco se muestra pretenciosa. «Me parece muy inspiradora la cotidianidad diaria», dice. «Las pequeñas cosas que vemos cada día y que pasamos por alto pero que son extraordinarias: la distorsión de nuestros reflejos en un charco de agua, una colada de todos los colores y anchuras secándose al sol, las conversaciones con desconocidos en la parada del autobús... En general, me gusta tener la mente abierta y no cerrarme a nada. Creo que esa curiosidad vital que tienen todos los niños es la mejor fuente de inspiración».

Fruto de esa predisposición es esta Guía de monstruos, bestias y seres extraordinarios de Edelvives que está articulada en diferentes bloques temáticos: bestias domésticas, seres hortícolas, bestias jardineras, seres acuáticos y monstruos boscosos. Un elenco variopinto de rarezas encantadoras: las tricotosas, encargadas del diseño y la confección de las prendas de todos los habitantes de la región; los huertelarios, resultado de la fatídica caída sobre el sembrado de unos polvitos mágicos que dieron como fruto la cebolla eremita (una especie de cangrejo ermitaño, pero de campo), las babas de ajo (lo último en caracoles) y otros engendros curiosísimos; el cultivador atraepájaros, un gigantón sin boca pero con extra de nariz que se encarga del cuidado de las frutas y verduras y, ya que estamos, de los animalejos que conviven con ellas; hay también una especie de anuros que dan frutas, caso de las frambusinas y las frésidas; los abejardos, que «enseñan a cada tipo de insecto a zumbar su particular melodía»; los picospardos, que cooperan con las lombrices y las hormigas en la dura tarea de construir túneles; el melodioso acuático, un tipo melancólico que toca con su trompa «melodías irresistibles al compás del agua», música que «se va filtrando en cada concha hasta que, por fin, se queda a vivir dentro de ella; y, entre otros mucho, el verdejo, «un ser tranquilo y apacible» que habita en los baños y que de vez en cuando pide a las moradoras de la casa que tiren de la cadena del váter para surfear en el remolino.

Y todo esto, dice Rubio, solo como fruto de la observación. «Aunque escuchar jazz o música tranquila mientras trabajo, escaparme una vez a la semana a la biblioteca pública para escoger una buena novela o libro ilustrado y pasearme por un museo o sala de arte siempre que puedo es indispensable para que pueda crear».

Contra la tendencia mayoritaria en el gremio, la autora no ha vendido su alma al ordenador, lo que le facilita unas cosas y quizá le dificulta otras. «Yo me considero ilustradora acuarelista. Eso quiere decir que pese a que utilizo la técnica digital como una herramienta más en mi trabajo, mi modo de expresión artística siempre pasa a través de los lápices y la acuarela», explica. «La acuarela me aporta una libertad para aplicar el color y una frescura de movimientos que no encuentro en otras técnicas. Aunque la trabajes durante muchos años tiene siempre un punto de descontrol que acabas asumiendo como parte del proceso y que lo convierte en algo siempre divertido y sumamente enriquecedor a nivel personal».

«En contra», prosigue, «la acuarela tiene sus limitaciones como cualquier otra técnica. Si la comparamos con el uso del digital sin duda la más relevante es que yo creo originales irrepetibles y por lo tanto hacer modificaciones sobre esos originales implica volverlos a hacer o hacer pequeños retoques, pero nunca te va a permitir hacer grandes cambios, como si te permite la técnica digital».

Puestos a saber algo más sobre ella que ayude a comprender mejor las razones de sus obras, hay dos cuestiones muy ilustrativas: cuáles son sus miedos y qué importancia tiene el humor. «La verdad es que menos esos dos o tres miedos inconfesables que arrastramos desde la infancia, para mí los miedos van cambiando con nuestras experiencias y muchos de ellos, afortunadamente, vienen y se van, sobre todo si te los tomas con humor y humildad», explica. Contra la teoría de que la vida hay que tomársela a la tremenda, que tantos muertos ha dejado en las cunetas a edades prometedoras, Rubio parece predicar con esta guía la necesidad de aplacarnos, de saber convivir con lo que nos llega, porque lo más fácil se vuelve imposible para los corazones cerrados, mientras que, al contrario, hasta lo más extraño e improbable es posible si en vez de ir al conflicto se acude al entendimiento. Veánse sus criaturas y las historias que protagonizan. Lo cual forma parte de su sentido del humor.

«En cuanto a la risa, me parece un motor esencial en la vida, todo lo que nos rodea tiene ese punto totalmente mágico y alocado que, si lo miramos con los ojos adecuados, nos hace sonreír y, si lo podemos compartir con los demás, reírnos a carcajadas. Yo creo que cada vez que nos reímos de una manera sana de nuestros miedos los hacemos más pequeñitos y al final en vez de ser los monstruos malvados del armario se convierten en compañeros de camino que nos enseñan más de nosotros mismos».