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La emoción del instante

Crítica del concierto inaugural de la temporada 16/17 de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla, a las órdenes del director francés Michel Plasson

23 sep 2016 / 08:29 h - Actualizado: 23 sep 2016 / 08:30 h.
"Música","Conciertos","Críticas"
  • La inauguración de la temporada de la Sinfónica quedará como una de esas noches que merecerá la pena almacenar en el recuerdo. / Pepo Herrera
    La inauguración de la temporada de la Sinfónica quedará como una de esas noches que merecerá la pena almacenar en el recuerdo. / Pepo Herrera

En la temporada de abono de una orquesta habitúan a pasar muchas cosas; las más de las veces la normalidad impera, la calidad es alta y la satisfacción, tan competente como para regresar a la semana siguiente. A veces hay baches, claro, y reconocerlos forma parte también de la vida del melómano. Pero son menos las ocasiones en las que, sentados en la butaca, se tiene la sensación de estar ante un acontecimiento grande. Es la emoción del instante, cuando nos tenemos que recordar que lo que vemos y oímos pasará, y lo hará rápido. Y será irrepetible. Música, se llama. La inauguración de la temporada 16/17 de la Sinfónica de Sevilla quedará en la memoria como una de esas noches que merecerá la pena almacenar en el recuerdo.

Puede que Michel Plasson (París, 1933) sea uno de los directores invitados más queridos por los profesores de la ROSS y por el público del Maestranza. Se debe sin duda también a que su figura, de intachable recorrido, nos parece hoy inimitable. Plasson forma parte de la historia de la interpretación musical del siglo XX. Y muy pocos maestros de su categoría puede hoy permitirse pagar la Sinfónica, lo cual constituye una tragedia, pero eso es harina de otro costal. Lejos del embrollo, del marasmo decibélico, el director planteó una musculosa a la par que diáfana Danza bacanal de Sansón y Dalila, de Saint-Saëns. En las tres piezas orquestales de la ópera La condenación de Fausto, de Hector Berlioz, Plasson dirigió a una ROSS de sonoridad muy dramática (Minueto de los fuegos fatuos) y resultó de una evanescente ligereza el Ballet de las sílfides.

Reinhold Glière cuyo nombre parece alemán pero fue ruso y se programó ayer entre tres compositores franceses fue un músico que quiso y tuvo que mirar para otro lado. No se enfrentó desde luego al espejo de su tiempo, volvió la vista atrás y en la nostalgia se quedó y naufragó; al fin y al cabo es, diríamos, un perdido en la cronología. Pero es incontestable que su Concierto para arpa Op.74, de 1938, tiene momentos de enorme belleza. Desde luego el Allegro giocoso, con una melodía de sublimada raíz folclórica, justifica toda la audición. La arpista de la ROSS, Daniela Iolkicheva, actuó como solista y brindó una lectura excepcional que, de la mano de Plasson, no se escoró —y era una opción posible— hacia lo dulzón. La música fluyó con natural objetividad. Otro goce fue el comprobar que hay mucha música más allá de los instrumentos reyes. Sabemos que está ahí, pero no nos la programan.

Hacia falta para concluir una obra para gran orquesta, y la suite de Baco y Ariadna de Albert Roussel era la elegida. Plasson hizo algo curioso; logró pasar por más avanzada una partitura que, llamativamente, parecía replegarse en su concepción hacia el neoclasicismo. La Sinfónica ofreció una versión acerada, de potente rítmica, puede que un punto malhumorada. La batuta de un grande genera sorpresas. Anoche sí que fue justificado el aplauso de los profesores al maestro cuando este se marchaba del escenario.