A veces, el amor por la lectura se ve correspondido con regalos como Entre todas las mujeres. Ángel Erro ha traducido ahora para la editorial Meettok la prodigiosa obra cumbre del dublinés John McGahern (1934-2006), un maestro de escuela, profesor y viajero que aprovechó su don de saber contar las cosas sin artificios para mostrar las tripas de Irlanda. Afirma Erro que, de las seis novelas de McGahern, «probablemente sea la que mejor acerca al lector la apacible desesperación de la opresiva vida rural irlandesa en la segunda mitad del siglo XX, el retrato de un mundo a punto de desaparecer».
El autor se sirve de una sencilla historia familiar para desplegar un catálogo de fortalezas, debilidades, miserias y grandezas humanas, pero sobre todo para mostrar el duelo del espíritu masculino y el femenino en esa sociedad tradicional y esclerótica en la que el hombre, aplastado bajo la losa de lo que debe ser, se manifiesta como un inválido social mientras que la mujer, menos dada a teorizar y a ser estandarte de nada, sabe sacar la vida adelante con madurez y mantener la concordia y la cohesión del hogar.
Para el traductor, Entre todas las mujeres supuso también un descubrimiento. «La traducción de este libro se debe a un encargo por parte del editor», explica Ángel Erro. «Había dado con él, había comprado los derechos y acudió a mí, aunque no había traducido nada para la editorial. Es en ese momento en el que conozco al autor. A pesar de que me considero un gran lector medio, no había oído hablar de él. Esa perplejidad fue en aumento cuando vi la alta consideración en la que es tenido entre los autores irlandeses. Sobre todo sus cuentos son referenciales y hay quien lo considera el sucesor en el género del James Joyce de Dublineses. Entre sus novelas es esta, Entre todas las mujeres, la más reconocida, hasta el punto de haber dado origen a una miniserie para la BBC. Es una novela de la que me llama la atención la multitud de temas que no aborda directamente pero que están soterrados, entre líneas, latentes a lo largo de toda la novela y que son los que quizás hacen que el eco que deja en nosotros se prolongue tanto, porque la novela continúa en nosotros. El lector asiste a una tensión familiar que se alarga durante décadas, pero también se vislumbra el origen y el funcionamiento de una nación joven, la emigración, el peso de la religión, los grandes cambios sociales y culturales habidos en pocos años, el tema de la reconciliación...».
«McGahern es, diríamos, un autor intermedio, entre dos generaciones; por lo que, para completarlo yo tendería a mirar hacia sus antecesores y hacia los que se declaran deudores o discípulos suyos», sugiere el traductor. «Entre los primeros, James Joyce es ineludible; no necesariamente el Joyce del Ulises. Sus relatos, que a la postre están movidos por la misma motivación que el resto de su obra: la crítica a una sociedad, la irlandesa, sumida en una inactividad complaciente. Entre los actuales a mí me gustan especialmente Colm Toibin y John Banville».
Al caer la noche en Great Meadow, la granja de Moran, el rezo del rosario –arrodillados todos en el corazón de la casa– cierra el círculo del ritual y escenifica una armonía inalterable que está lejos de ser ninguna de las dos cosas. El viejo excombatiente irlandés, incapaz de escapar de su discurso, va muriéndose discretamente con los años, igual que la tradición de la que es garante, que de forma inevitable se escurre como fina arena entre sus dedos de anciano. Quién lo habría dicho. «En Great Meadow nada cambiaba, nada pasaba, aparte de los años», afirma McGahern en los últimos compases de su novela, cuya última página se lee con el pesar con el que uno se despide de alguien entrañable que no ha pasado por su vida en vano. Aunque, como diría el cascarrabias de Moran en su más clásica muletilla, «¿a quién le importa?».