«La idea de la muerte me ha perseguido toda la vida»

La muerte le debe un favor a Ana Juan. Nunca nadie la sacó tan favorecida. Ahora que Edelvives publica su ‘Circus’, un funesto halo de aprensión y de belleza se extiende como una bruma por todas las librerías

25 jun 2017 / 20:58 h - Actualizado: 27 jun 2017 / 11:47 h.
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Circus es la muerte. Lo cual no supone ninguna sorpresa. Ana Juan, su autora, podría ser considerada como la gran pontífice del culto artístico a ese trance definitivo de la existencia humana, que en sus historias e ilustraciones aparece retratado siempre con sus más funestas, mágicas, extraordinarias, aciagas y terroríficas galas, con un resultado tan bello como estremecedor. Lo hizo en Demeter; también, en su Trilogía del Mar del Norte, todas ellas bajo el mismo sello editorial con el que ahora llega esta novedad a las librerías: Edelvives. El primero, que lleva por título el nombre del bergantín ruso donde suceden los hechos, narra la trágica historia de la travesía por mar que condujo a Drácula hasta Inglaterra. La Trilogía del Mar del Norte, por su parte, ofrece tres fantasmagorías obsesivas sin las que ninguna buena biblioteca está completa: Promesas, La isla y Hermanas, con textos de Matz Mainka.

Matz, la pareja de la autora, es precisamente la persona a la que Ana Juan dedica este Circus, sabedora de que se trata de una obra muy especial. «Esta es una pequeña fábula sobre la vida y la muerte, protagonizada por dos hermanas gemelas que juegan ajenas al plan que la muerte tiene para ellas y que a modo de una tela de araña que se va tejiendo a su alrededor consigue arrebatárselas a la vida», explica a El Correo. Pero esto no lo cuenta así en el libro, sino mediante una metáfora visual en la que el papel de la fatalidad es asumido por un circo mágico que aparece en escena de repente, inesperada y sorprendentemente, como una pesadilla fascinante.

Esta palabra, fascinación, es clave para comprender esa relación artística entre la ilustradora y la muerte de la que se hablaba al comienzo. Ella misma lo dice. «La idea de la muerte y de cómo puede atraparte en cualquier momento siempre me ha perseguido y persigue hasta la obsesión», explica. Pero la finalidad de tal obsesión no ofrece resultados meramente estéticos, aunque este rasgo sea tan abrumador que parezca anteponerse a cualquier otro. «Cuando cuento historias, especialmente en esta, uno de mis fines es dejar al lector con una pregunta, una inquietud en este caso producida por la fugacidad del tiempo y la incapacidad que los humanos tenemos de atraparlo y ser sus dueños». Los libros de Ana Juan, y este en concreto, tienen esa cualidad de restituir en el lector el orden de importancia de las grandes preguntas que uno debe hacerse mientras viva; de apartarlo por un rato de las miserias cotidianas y de la luminosidad de neón de sus certezas occidentales y del estruendo de sus vanidades inmediatas para conducirlo a lo que se podría describir como la cara oculta de la vida, que antes era la única que había y que ahora es el desván donde la gente ha guardado todo lo que no quiere tener delante porque no hace juego con la decoración de su vida: la incertidumbre, el miedo, el destino, el vértigo, lo inevitable, la fugacidad, mientras el ser humano –como diría Ana Juan tiempo atrás, con ocasión de la entrevista por su Demeter en estas mismas páginas–, «repite sin cesar las mismas y tristes equivocaciones».

Es curioso –y paradójico– que esta sacudida, este afán por hacer pensar, se haga sin palabras, en el caso de Circus. En general –aunque no siempre–, las obras más oscuras de Ana Juan son bastante sobrias en materia de textos: lo justo para apoyar la historia que cuentan las imágenes. Esto se debe a un propósito de la autora. «Desde el principio de mi carrera tuve una ilusión y era la de contar historias únicamente con imágenes, sin el apoyo de un texto y que llegasen a ser comprensibles». Esto último es siempre lo más complicado, teniendo en cuenta que se juega –ya se indicaba antes– con metáforas, muy presentes también en su Trilogía del Mar del Norte pero llevadas a su extremo en Circus.

El libro, cuadrado y negro por todas partes, incluso por los bordes, solo se permite la alegría de una telaraña dorada que se irradia desde el título y que en la contraportada conforma una sucinta frase que comienza con una pregunta: ¿Puede una tarde de tormenta depararnos algo más que una repentina oscuridad o un ligero sobrecogimiento en el estómago? A veces, tras el telón de las tinieblas se desarrolla una función que no vemos. Ya no aparecerán más palabras en toda la obra. A partir de ahí, toca interpretar al lector qué es lo que está pasando, por qué sucede y qué es en realidad ese circo tenebroso que repentinamente comienza a formarse, como una bruma o como una gasa, alrededor de la casa en cuyo jardín juegan las dos protagonistas de la historia. Quizá habría resultado más sencillo (y menos cautivador) que un narrador hubiese explicado la poesía de la trama, pero se habría perdido uno de los enormes atractivos de esta obra, que es recorrerla una y otra vez en busca de posibles interpretaciones. «No es fácil», reconoce Ana Juan cuando habla de esa afición suya por las narraciones sin palabras, por los libros donde las ilustraciones por sí solas presentan, desarrollan y rematan una historia. «Hay que jugar con las elipsis», prosigue la autora, «con los detalles y medirlo todo muy bien para que nada traicione la trama argumental. Así es como llegué a esta pequeña fábula sobre la fragilidad de la vida, cómo estamos en ella y cómo podemos abandonarla en unos segundos. Dormir y no despertar». Con ese propósito despliega toda una galería de criaturas extraordinarias, salidas del extraño circo que da nombre al libro, con los que compone esa panoplia de la muerte que los ojos, sencillamente, no se cansan de mirar. «Es una pequeña obra, arriesgada y personal que me abrió nuevos caminos», explica la artista. «No es una obra actual, la realicé en 2009 para una editorial italiana y ahora la publica Edelvives en España». Quién le iba a decir entonces que en nada de tiempo, a la vuelta de la esquina, su estilo y su talento para narrar con imágenes a estos niveles profundísimos serían uno de los grandes modelos actuales de la profesión. «Circus fue la oportunidad de realizar antiguos sueños, sueños como el de conseguir contar historias sin palabras y también un camino que me llevó a Logos, una editorial italiana que a partir de ese momento comenzó a publicar mis libros y con la que he vivido muchas aventuras», explica.

Con Logos publicó Ana Juan también los libros de su citada trilogía, además de un volumen con sus obras completas, entre otros. En los últimos nueve o diez años, de las manos de esta autora han salido títulos que abundan en ese maridaje artístico con la muerte o, cuando menos, con lo oculto, lo misterioso y lo sobrenatural. Es el caso de Wakefield, sobre un texto del imprescindible Nathaniel Hawthorne (Nórdica Libros, 2011); Cuentos esenciales, donde ilustra nada menos que a Guy de Maupassant; Otra vuelta de tuerca, de Henry James (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores) y media docena más. Entre tanto, sus exposiciones, sus muchas portadas para The New Yorker, sus colaboraciones en revistas, sus libros infantiles y otros trabajos diversos han situado en la estratosfera del oficio a esta valenciana afincada en Madrid que en 2010 obtuvo el Premio Nacional de Ilustración, consolidando de ese modo una carrera –cómo no– de muerte.