Es frecuente que jóvenes pianistas que han triunfado a todo lo largo y ancho del planeta, acumulando premios y reconocimientos allá donde recalan, no ofrezcan más que una exhibición virtuosística, a veces hasta el paroxismo, pero ausente de alma, insuficiente en el aspecto puramente expresivo. Debe ser una tónica dominante en el mundo del arte, donde el trazo acaba imponiéndose al espíritu y se jalea más la forma que el fondo. Llevamos años sufriéndolo incluso en el cine, donde mastodónticas películas de impecable y hasta sorprendente acabado técnico y artístico, no logran transmitir un mínimo de fuerza emocional. Puede que sea consecuencia de una nueva cultura controlada por videojuegos y otras manifestaciones de consumo rápido y despreocupado.

Algo así le ocurrió al joven polaco Rafal Blechacz, cuyo concierto en el Maestranza fue aprovechado por el Instituto Polaco de Cultura para arrancar las celebraciones en España del centenario de la independencia del país centroeuropeo. Un motivo de alegría para la república, tal como manifestó su embajadora Marzenna Adamczyk en un cariñoso y emotivo discurso de presentación. Blechacz abordó un sofisticado programa centrado en el clasicismo la primera parte, y el romanticismo la segunda, por más que todo sonara decididamente romántico de principio a fin. Acentuó en el Rondó nº 3 sus afinidades con el universo chopiniano, del que se puede considerar un precedente, acertando con un trabajo rico en contrastes cromáticos. El pianista optó sin embargo por una interpretación ligera y optimista, prácticamente carente de tensión dramática. De igual manera se acercó a la Sonata nº 8 del mismo Mozart, sin apenas destacar su generosa inspiración, pasando por alto su centro de gravedad, el andante cantabile con espressione, y sin la gran intensidad expresiva que demanda su presto final. Una interpretación sin drama ni angustia, como en la Sonata nº 28 de Beethoven, prodigio de introspección cuyo allegretto inicial despachó a la carrera y sin sentimiento, aunque con arrojo y determinación en el allegro final. Faltó en general drama y ambigüedad, pero salvó con nota su comprometida complejidad técnica, con transparencia, precisión e indiscutible habilidad para captar nuestra atención.

Fue quizás la Sonata nº 2 de Schumann, que grabó en su disco de debut, lo que mejor defendió, quizás por su gran variedad de exigencias técnicas y la facilidad con la que distinguió entre pasajes tumultuosos y los más delicados y exquisitos. Es aquí donde encontramos al artista más poético e imaginativo, por más que las Mazurcas Op. 24 de Chopin sonaran también en estilo, marcando su delicadeza expresiva, con estilizadas progresiones armónicas y detallistas melodías. Unas piezas de raíz folclórica que, junto a una titánica Polonesa Op. 53 recitada con una elevada calidad técnica, marcaron el consabido homenaje a su tierra natal, antes de que en la propina nos deleitara con un muy emotivo y sentimental Intermezzo de las Klavierstücke Op. 118 de Brahms.

RAFAL BLECHACZ ***

Rafal Blechacz, piano. Programa: Rondó nº 3 en la menor K.511 y Sonata nº 8 en la menor K.310, de Mozart; Sonata nº 28 en la mayor Op.101, de Beethoven; Sonata nº 2 en sol menor Op.22, de Schumann; Mazurcas Op.24 y Polonesa en la bemol mayor Op.53, de Chopìn. Teatro de la Maestranza, domingo 18 de marzo de 2018