La mantis de Triana

El mito de Carmen muestra su cara más perversa y fatal en la edición ilustrada por Benjamin Lacombe de la obra de Mérimée

h - Actualizado: 20 nov 2017 / 12:52 h.
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  • Cubierta del libro ‘Carmen’ editado por Edelvives.
    Cubierta del libro ‘Carmen’ editado por Edelvives.

Es muy probable que el año pasado, cuando estuvo en Sevilla, Benjamin Lacombe acabase un tanto defraudado sus paseos por Santa Cruz, la calle del Candilejo, Triana y los alrededores de la antigua Fábrica de Tabacos: ni rastro de Carmen. O quizá, en el fondo, no esperara otra cosa. El más importante retratista de arquetipos femeninos reales e imaginarios (María Antonieta, Frida, Esmeralda, Madame Butterfly, Alicia...) sabía bien que Prosper Mérimée había arrancado a su criatura más maravillosa no de la realidad sino de las entrañas mismas del infierno, y que ningún paisaje empedrado, balcón con geranio ni callejón con aires de guitarra, por muy sevillana que sea la narración y por más aún que haya intentado apropiársela el folclore, podía ambientar lo que sin duda es una historia de oscuridad, de tiniebla, de fatalidad, de perdición. «Ella es la sombra, el espíritu del mal», apunta el ilustrador parisino, «que reina en un relato que desde muchos puntos de vista podría adscribirse al género fantástico, habida cuenta de que el personaje parece haber embrujado, en sentido literal, toda la historia».

De hecho, es escalofriante la descripción plástica que hace Lacombe con sus pinceles y sus colores de la protagonista en este libro de Carmen que ahora lanza Edelvives. Una belleza descomunal, embriagadora, irrechazable, ansiosamente engullida por los ojos, por el tacto. «Carmen representa por sí sola la tentación hecha mujer, y con plena conciencia de serlo: Has topado con el diablo, sí, con el diablo, le espeta a don José. Es múltiple, inalcanzable, se metamorfosea sucesivamente ante nosotros en adivina, espía, eternamente enamorada, etc.», explica.

No puede ser más elocuente la ilustración de la cubierta, en la que el rostro bello y perturbador de la protagonista se cubre con una mantilla de primoroso encaje de tela de araña. Dentro, a lo largo de las páginas negras, las arañas, las calaveras y los cielos tenebrosos envolverán el desarrollo de la trama del mismo modo que Carmen hace lo propio con sus hilos de seda alrededor del protagonista, irremisiblemente perdido desde la primera página. El que la oscuridad impere por doquier y el que los tonos predominantes sean el rojo y el negro reflejan con tanta literalidad como pueda permitirse un ilustrador el relato preciso de su compatriota y paisano Mérimée. «Se tiende a reducir a Carmen a la ópera de Bizet», escribe Benjamin Lacombe en el prólogo, «y esto supone desestimar el interés de este personaje y de esta obra. Carmen es, en esencia, un estudio sobre los gitanos y sobre una España desaparecida».

«Esta heroína, tan sólida que llegará a convertirse en arquetipo de la mujer fatal, devora por completo el relato con su aura». Mérimée labra aquí «el atractivo de Carmen con rasgos sobrenaturales, casi satánicos». Una «mantis» trianera, Carmen del diablo, enloquecedora y fatal. Es una lástima que, al contrario de lo que sucede con las leyendas becquerianas, el texto que sustenta este libro de Edelvives no sea una lectura popularizada entre los sevillanos, y que el común de la población tenga apenas una idea aproximada del mito consistente en una muchacha despampanante, un atolondrado don José de uniforme amarillo y el alma vendida con la aguja de la brújula dándole vueltas como un derviche loco, un torero y poco más. Perderse una narración tan abrumadoramente certera del hechizo de la pasión es un lujo imperdonable en una ciudad que se considera a sí misma referencia de una o dos cosas.

Además del texto de Prosper Mérimée, el libro que ahora llega a la mesa de novedades de las librerías ofrece, como tiene por costumbre Lacombe, una prolija selección de material adicional y documentos varios que otorgan al libro el estatus no ya de obra artística, sino de obra científica. En esta ocasión, además de notas, biografías y bibliografías, los anexos incluyen una de las cuatro Cartas de España, género típico del XIX, que el escritor escribió para La Revue de París y que fueron publicadas en dicha revista en el año 1831, es decir, quince años antes de escribir su Carmen. En esta crónica periodística habla de los bandidos y bandoleros, y en ella se encuentra el germen y la primera referencia a los héroes de la novela.

Este libro es, con absoluta seguridad, un material que no se habría podido publicar a día de hoy más que como se hace: como revisitación de un mito, como una joya literaria del pasado enriquecida por la mano de uno de los mejores ilustradores del mundo. La visión de la mujer, de los gitanos y de lo que antes se llamaban los crímenes pasionales, trasladado todo ello a la esfera actual de lo correcto, quedaría hecho trizas mucho antes de llegar a imprenta y su autor quedaría maldito. «En efecto», anota Benjamin Lacombe, «si analizamos dichos apartados desde nuestra perspectiva contemporánea, es posible sentirse ofendido ante ciertos enfoques que podrían considerarse racistas, e incluso cuestionar la seriedad de algunas afirmaciones y observaciones realizadas por el autor. Sin embargo, la pretensión de Mérimée fue recrear España y las costumbres que percibió entonces entre los gitanos con una voluntad casi científica, como de etnólogo».

Puede que a la historia le hiciera falta Benjamin Lacombe para mostrarse en toda su magnitud dramática. Lacombe es un ilustrador detallista capaz de sacarle a un ambiente todos sus fantasmas y a la dulzura todo su peligro, como sucede en los rostros de sus mitos femeninos. Si no cabía nada más primoroso que su María Antonieta ni nada más exuberante que su Frida, en Carmen vuelve a hacer que la protagonista mire al lector a los ojos y le transmita, esta vez, todo el horror del amor.