La mirada de una Europa diversa

La ventana a la diversidad europea que supone este festival confirma que hay estéticas y mentalidades lo suficientemente contrapuestas en este viejo continente, como para hacer imposible una unidad y cierto entendimiento entre sus extremos

12 nov 2016 / 17:38 h - Actualizado: 12 nov 2016 / 17:45 h.
"Festival de Cine Europeo 2016"
  • La mirada de una Europa diversa

Si el propósito del SEFF es traer a Sevilla una muestra de lo que ha triunfado a lo largo del año en los festivales europeos, lo ha conseguido La sección oficial ha sido generosa en presentar obras galardonadas en Berlín, Cannes, Venecia, Locarno y así hasta un largo etcétera. Con este panorama el festival se garantiza unos mínimos de calidad con obras ya reconocidas y se asegura un determinado público, pero pierde en frescura y en riesgo. Al SEFF le está pasando como a gran parte de los festivales de tipo medio, son devorados por la industria y en lugar de servir como plataforma de lanzamiento de formas narrativas, voces y estilos, se convierten en lugares de venta y exhibición preparados para confirmar el confort de las mentes aburguesadas que son las que llenan las salas de cine. Nuevas Olas, Resistencias e incluso Panorama Andaluz aportan algo de frescura a la modorra generalizada que ya damos por institucionalizada, y salvo raras excepciones, ni al festival ni a los medios de comunicación les interesa en demasía. Lo de los medios no tiene nombre, su aportación a la difusión de los eventos es tan descuidada y precaria que merecería un artículo aparte, o más de uno. Por suerte estas secciones sí resultan de interés a un público más joven e inquieto que huye de la sección oficial buscando lo incierto y lo novedoso. Otra cosa es que lo encuentren.

Por otro lado, la ventana a la diversidad europea que supone este festival confirma que hay estéticas y mentalidades lo suficientemente contrapuestas en este viejo continente, como para hacer imposible una unidad y cierto entendimiento entre sus extremos. Los países del este siguen anclados en un antiguo régimen que les impide progresar y lograr una mirada más optimista ante lo que tienen enfrente, agravado por una crisis que nos ha asolado de un lado a otro e impedido alcanzar una mayor esperanza en el futuro. Nada que ver con la luz y el lenguaje de occidente, dominada por unos países mediterráneos que dejan clara su huella en un cine mucho más luminoso y disfrutable, tan alejado de las inercias existencialistas de los países del este. A los melómanos nos preocupa el menor uso de la música en el cine europeo. Al margen de quienes echan mano del repertorio clásico para reforzar sus imágenes, y cada vez más del renacentista, medieval y barroco, son menos los que confían en compositores para potenciar su cine, al contrario de lo que ocurre en Estados Unidos. En la sección oficial sin ir más lejos apenas hemos escuchado música de Gabriel Yared (Solo el fin de del mundo) y en Nuevas Olas a Nicola Piovani en Daydreams (L’indomptée). El resto opta por la música diegética (sin pausa en Sieranevada) o el silencio absoluto. No nos cansamos de objetar la falta de presencia de este festival en IMDB, algo que los responsables de comunicación deberían haber superado hace mucho tiempo. Por poner un ejemplo, si uno busca información sobre las fechas de estreno de la película ganadora del Giraldillo de Oro, Ma Loute, encontrará las de su estreno en festivales como el de Moscú, Jerusalén, Nuevos Horizontes, Melbourne, Love Is Folly (Varna), Monsters of Film (Estocolmo) o Golden Horse (Taipei), al margen de los de Cannes o Karlovy Vary, por supuesto; ni rastro del Festival de Sevilla.

Respecto al cine que hemos podido ver estos días en Sevilla, en la sección oficial y para conectar con la cinefilia más exigente, el festival ha echado mano de Eugéne Green, que vuelve a recalar en Sevilla tras La Sapienza con El hijo de Joseph, una genial vuelta de tuerca al cine del conocimiento, de la geometría fílmica y de la emoción a partir de un episodio de la Biblia, con unos resultados sorprendentes y únicos. Sin duda lo mejor del festival, cine de autor apto para retinas libres. Ralitza Petrova describe en su ópera prima Godless, con dureza, fealdad y sin concesiones, el durísimo clima de miseria, crimen y extorsión de la sociedad búlgara actual, aún lastrada por la incapacidad de superar el legado del sistema heredado de la etapa comunista. Sus méritos han sido reconocidos por el jurado de ASECAN. Philippe Grandrieux, enfant terrible y referente radical del cine francés, trajo Malgré la nuit, todo un intento de hablar de las relaciones de pareja rompiendo la imagen y desgarrando el sonido narrado con un discurso oscuro, complejo y denso de difícil digestión. Y Oliver Laxe recaló con Mimosas, un encuentro y búsqueda de la esencia de la espiritualidad retratado a través del ajetreado viaje de una caravana en las montañas del Atlas marroquí.

El cine académico y de calidad artística vino de parte de Stéphane Brizé, que adapta la primera novela de Guy de Maupassant para contarnos en Une vie los tormentos y desgracias que sufre una adinerada dama en una zona rural de la Francia de principios del siglo XX. Por su parte, Whit Stillman adapta como mero divertimento en Amor y amistad una novela de juventud de la ínclita Jane Austen, aportando como novedad una visión diferente del papel de la mujer en la época, en este caso lista, manipuladora y capaz de hacerse valer. En la cuota de cine del este europeo, aparte de la búlgara Ralitza Petrova con Godless, destacaron Szabolcs Hajdu con It’s not the time of my life, una vuelta de tuerca al proceso de descomposición de una pareja en la Hungría del bienestar con la idea del fracaso de la Unión Europea como fondo; y Tomasz Wasilewski, que con United States of Love muestra el desencanto y grado de insatisfacción de la sociedad polaca tras la llegada del capitalismo. También hemos tenido muestras del cine más comercial y disparatado, con Andrea Arnold paseándose por los Estados Unidos del sueño, el amor y el timo en American Honey, mientras el canadiense Xavier Dolan se rodeó de lo más granado del cine francés, Marion Cotillard, Nathalie Baye, Léa Seydoux o Gaspard Ulliel, para contar en Solo el fin del mundo un encuentro familiar dominado por el dolor y los reproches velados. El disparate recurrente y la farsa grotesca la aportaron Alain Guiraudie y Bruno Dumont con Staying Vertical y Ma Loute respectivamente.

Este año el honor de convertirse en versos sueltos se lo llevaron dos maestros y un novel; el principiante es el islandés Gudmundur Arnar Gudmundsson, que elabora en Heartstone un desgarrado cuento sobre la aceptación y el peso del androcentrismo en un pequeño pueblo islandés, mientras que en Safari el veterano Ulrich Seidl analiza como bien de consumo y diversión la práctica de safaris y de caza turística de animales salvajes en África. Por su parte Olivier Assayas nos seduce con Personal Shopper, que nos lleva por los misterios de la muerte, recuperándola como tema de conversación para los encuentros del desayuno. Por último destacar el toque sentimental y la mirada emotiva de Tizza Covi y Rainer Frimmel con Mister Universo, una película que muestra el viaje de un joven domador de fieras en la búsqueda de la suerte perdida tras la desaparición de su amuleto.

Al margen de la adocenada y previsible sección oficial, destacar el encuentro con Bertand Bonello y su crudo y desolado retrato de la juventud en Nocturama, y el de la galardonada con el Giraldilllo de Oro Valeria Bruni Tedeschi con su estremecedora e interesante visión de la vejez en Une jeune fille de 90 ans.