«La música pudo matarme»

Eric Jiménez, batería de Lagartija Nick y Los Planetas, publica sus sorprendentes memorias

09 dic 2017 / 21:53 h - Actualizado: 09 dic 2017 / 21:53 h.
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  • El músico (primero por la izquierda) con Lagartija Nick. / José Albornoz
    El músico (primero por la izquierda) con Lagartija Nick. / José Albornoz

Cuando Eric Jiménez tenía seis años, su padre hizo el gesto de encañonarlo con una pistola. A los 10 ingresó en Falange, a los 16 se casó. Si estas peripecias no fueran bastantes como para justificar unas memorias, baste decir que nuestro personaje lleva cuatro décadas tocando la batería, militando en grupos de tanto predicamento como Lagartija Nick –con el que grabó el legendario Omega de Enrique Morente– o Los Planetas.

«Mi vida tuvo intensidad de rockero antes de serlo», explica el músico. «Al contrario de los rockeros que buscan un escape en la música para liberarse, yo crecí siempre con libertad: lo que buscaba era una aceptación. Como no tuve la figura del padre –el mío era el prototipo de terrateniente machista– me vi en un punto en que me sentía marginado, y siempre busqué una nave nodriza, sentirme arropado».

Según Jiménez, lo único bueno que hizo su progenitor con él fue matricularlo en clases de guitarra, «pero a mí me llamaba el tambor. Mi pequeño Halloween fue la Semana Santa, donde se daban cita lo místico, el miedo, la muerte... y el tambor. Pero al contrario que a James Rhodes, la música no es lo que empieza a salvarme, yo escuchaba a cuatro colgados como los Sex Pistols, ¡la música me podría haber matado! Pero ese fue el hilo conductor para saber que era útil para algo, la burbuja que me protegió y me puso frente a un público que durante años no me ha abandonado. Fue el público el que me salvó».

El joven Jiménez no solo se nutrió de punk: «Escuchaba de todo, a Giorgie Dann, la música de Sandokan, hasta El conejo de la Loles de Andrés Pajares... Y a los Beatles por influencia de mis hermanos. He vivido más deprisa que la velocidad de mis muñecas», asevera.

Con el tiempo llegaría eso de vivir al límite, pero el granadino considera que «he tenido suerte, porque nunca tuve una personalidad adictiva. He coqueteado con las drogas menos que un abogado de hoy día en su despacho. Nunca estuve enganchado, las utilicé para venirme arriba, sí, para intentar quitarme ese miedo, para conectar con la gente, pero nada más», dice. «Cuando la música empezó a darme confianza, las drogas fueron desapareciendo hasta el día de hoy, en que mi droga es el cariño, la familia y una buena comida».

El primer hito de su carrera fue, con 16 años, el grupo KGB. «Para mí fue muy importante, me permitió tocar muy joven el Rockola, conocer el principio de la Movida... Fue la primera vez que me admitieron en algo, y lo recuerdo con mucho cariño. Luego vino Lagartija, que es un proyecto de Antonio Arias y mío. Y por último Los Planetas me enseñaron a conocer otras texturas, y me volvieron a poner en un sitio donde yo había estado antes, con la movida: fuera de los canales establecidos, en el ámbito independiente. He aprendido mucho con ellos».

A la hora de evocar el germen de Omega, Jiménez sonríe: «Allí no se sentía preparado nadie», afirma. «El disco dio ese resultado porque hubo un genio valiente como Enrique –hay muchos genios pero no todos son valientes– y un grupo, nosotros, que no queríamos una fusión, sino un choque de caracteres. No habíamos mamado el blues de Pata Negra, bebíamos de Sonic Youth. Yo no conocía palos flamencos ni hostias, ni me puse a estudiar a otros baterías que tocaran bulerías. Sabíamos lo que no queríamos, pero no adónde íbamos. Yo me metí en el rock para destrozar el rock, y si me metía en el flamenco era para destrozarlo un poco también, o al menos darle ese toque callejero y underground», añade.

«Enrique era tan versátil que en el riesgo se movía como pez en el agua», prosigue. «No le acompañaba un guitarrista como a todos los cantaores, sino cuatro zumbados con unas guitarras que sonaban a termomix. Debió de ser como cantar con cuatro extraterrestres llegados de Venus. Pero él nos enseñó que hay que escuchar a los demás para hacer siempre todo lo contrario», concluye el músico.