«La palabra ‘maricón’ no me resulta ofensiva»

El pintor Nazario publica la segunda entrega de sus memorias, ‘Sevilla y la casita de las Pirañas’ en Anagrama

08 jul 2018 / 20:56 h - Actualizado: 08 jul 2018 / 20:57 h.
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  • El dibujante y pintor Nazario, en una imagen de archivo. / El Correo
    El dibujante y pintor Nazario, en una imagen de archivo. / El Correo

Tras inaugurar sus memorias con La vida cotidiana del dibujante underground, Nazario Luque (Castilleja del Campo, Sevilla, 1944) da a la imprenta una segunda entrega, Sevilla y la casita de las pirañas (Anagrama), esta vez evocando sus años juveniles en Sevilla y Morón, sus escapadas a Torremolinos –que empezaba a ser importante centro de peregrinación gay– o a la isla de Ibiza, pero sobre todo el florecimiento de su sexualidad y su formación como artista.

Entre sus hazañas sexuales, está la de haber sido amante ocasional del papa Clemente del Palmar de Troya, aunque le quita importancia. «Eso lo vivimos todos allí en Sevilla, donde lo conocimos por los váteres públicos y privados de los bares, como un homosexual más. Hasta que empezó a salir en la prensa hablando de aquella especie de visiones que tenía, y luego la creación de la Iglesia del Palmar...»

«Todo eso lo seguíamos porque un amigo mío pintor mantenía también relaciones con el que sería el segundo papa después de Clemente, Manuel Alonso Corral, a quien llamábamos El Monjo. Le daban ataques de arrepentimiento por su homosexualidad y se iba a un monasterio de Ávila a apartarse de todo, pero siempre volvía. Este fue un poco el cerebro gris de aquella iglesia, ya que Clemente era un patán. Me río recordando esto porque mi amigo y yo estamos santificados», evoca.

También cuenta sus años en Morón de la Frontera, cuando esta localidad era una de las mecas del flamenco, y en especial el magisterio de Diego de Morón a la guitarra, instrumento que Nazario acabaría abandonando. «Diego era uno de los intérpretes máximos de la guitarra, equivalente a Ravi Shankar en la india o a cualquier gran instrumentista iraní», asevera. «Además, era un creador, no de los que se dedican a repetir lo que hacen otros. Sonaba su guitarra diferente a todos, incluidos sus sobrinos, que tocaban muy bien pero no llegaban al alma».

También conoció a Fernanda y Bernarda, otras grandes artistas de aquel tiempo, y que llevaban su lesbianismo en relativo secreto. «Como ocurría con La Paquera, Fernanda y Bernarda eran superfamosas y llevaban esa conducta semioculta, aunque había voces que decían que mantenían relaciones con Fulanita o Menganita», dice Nazario. «En general no se comentaba nada de eso, todo era en voz baja. No solo en el caso de ellas, sino de cualquier lesbiana. Era algo incomprensible por parte de muchos machos, no se entendía que hubiera relaciones sin penetración por medio. Otro tipo de sexo no existía para ellos», añade.

Sea como fuere, Morón supuso para el joven artista un baño de jondura que acabó haciendo de él un purista, por más que a él no le guste la etiqueta. «Que me guste María Callas y no Elisabeth Schwarzkopf no es purismo, es conocimiento. Si conoces, puedes decir ‘este me gusta más, este menos’. No me considero purista porque me gusten Proust o Celine. Hay montones de obras que son superfamosas y me gustan, y otras no. Que me guste Diego del Gastor, Juan Talega o Borrico, y que Menese, Curro Malena o El Lebrijano no me hicieran gracia, es una forma de ver el arte como otra cualquiera», comenta.

«Yo antes de conocer a Diego y a los flamencos de Morón odiaba el flamenco, porque lo identificaba con Valderrama y Antonio Molina. Me gustaban solo los fandangos, porque soy casi de Huelva, pero no lo consideraba un arte superior. Cuando me meto a fondo, veo que como cantaba Rosalía de Triana o La Piriñaca no ha salido nadie que valga la pena. ¿Dónde está el Bambino de hoy? No hay nadie ni con la garra ni con la calidad de su voz. Y no niego el valor que puedan tener Camarón u otra gente, pero no me compraría un disco suyo. No es mi música».

Pero sobre todo, Sevilla y la casita de las pirañas recuerda su biografía homoerótica sin escatimar pelos y señales. «Eran los años 60, estábamos en plena Ley de Peligrosidad Social. Los maricas descarados acababan en cárceles de Huelva, de Badajoz. Eso genera tanto miedo que no vas por la calle soltando plumas como hoy. Incluso había un argot para que no se enteraran de lo que hablábamos. Había que esconderse en estudios de amigos, de artistas... Y también era de dominio público que en cines como el Coliseo o el Trajano había relaciones entre hombres en el gallinero, en los asientos y en los váteres. También en los jardines», recuerda.

Y los baños públicos: «Un váter es el mejor sitio para ver la mercancía. Es una forma de tomar contacto. En el libro cuento que había muchos que no querían ir a estos sitios. Pero yo nunca lo consideré así, me atraían los meaderos lo mismo que me encantan los mercados, allá donde iba tenía que visitarlos, echar un vistazo».

La doble moral imperaba. «Mira el Rocío, era un mariconeo horroroso, toda aquella gente que se hartaba de follar aprovechando las borracheras. Siempre se hablaba de La Chester, un homosexual que tenía un puesto de tabaco en La Campana, y luego en el Rocío tenía una tienda de campaña en la que había colas de tíos para follar. Y no solo la Chester, cualquier maricón de pueblo se hartaba de follar en el Rocío, se desinhibía».

En sus páginas, usa con naturalidad el término maricón, sin connotaciones negativas. «Si me lo llaman por la calle a gritos en plan agresivo no me gusta, claro, pero en sentido coloquial me resulta más entrañable que gay. Maricona sí es ofensivo, pero me parece un insulto sin connotación sexual, no quiere decir que el insultado sea homosexual, sino una persona no legal o algo así. No tiene nada que ver».