La sexta edición de Los surcos del azar, de Paco Roca (editorial Astiberri), no solo confirma el éxito aislado de un autor y de una obra que ha adquirido el rango de capital en su especie; además, es la consagración de un género narrativo que definitivamente ha superado ya cualquier duda acerca de su lugar y su empaque entre las artes editadas: la novela gráfica. Un título que logra todo esto gracias a una tarea descomunal tanto en lo que tiene de investigación como de composición y de ilustración: reconstruir mediante una ficción real el calamitoso destino de los millares de paisanos huidos de España en el 39 con una mano delante y otra detrás. Auténticas historias de terror de exiliados que encuentran su apoteosis en ser los primeros en entrar en París con los nazis en retirada. Fue la hazaña de La Nueve, y alrededor de ella, su antes y su después se articula este libro que es, por todo eso, un himno a la memoria. Aquella inmensidad de españoles abandonados a su (mala) suerte compartían una cualidad: «Todos pensaron que jamás había que darse por vencido ante la intolerancia del fascismo», explica Paco Roca, en conversación con este periódico. «Derrotados y expulsados de su país, siguieron luchando hasta acabar con el fascismo alemán e italiano. Eso para mí es lo más importante. Que La Nueve fuera la primera compañía en entrar en el París ocupado o que llegasen al Nido del Águila de Hitler es anecdótico. Desgraciadamente ya sabemos que no lograron el objetivo final, su gran sueño, poder regresar a una España democrática. Los gobiernos occidentales ya habían sentenciado el futuro de nuestro país».
Lo normal cuando se habla de españoles en el exilio es que aparezcan en la mente de uno todos esos intelectuales, escritores y artistas (y algunos políticos) que tomaron un barco a América y se instalaron allí a proseguir con sus vidas mal que bien, con el apoyo de las instituciones de aquellos lugares de destino y desarrollando su labor docente, poética o de cualquier otro tipo, y que han quedado para la posteridad como iconos del exilio. Qué diferencia con estos otros desgraciados, la inmensa mayoría, que protagonizan el libro. Y qué diferencia también en cuanto a reconocimiento y olvido. «Hay de todo», matiza Paco Roca. «Pero como carne de cañón que fueron, no tenían ni los contactos ni familiares en Francia, como ocurría con intelectuales y con gente de recursos. Tuvieron que empezar de cero en un país del que ni siquiera conocían el idioma. Entre ellos se apoyaban o se agrupaban en torno al partido comunista o a los anarquistas. Según me contaba Colette, la hija del capitán de La Nueve, Raymond Dronne, tras la guerra mundial la casa de su padre se convirtió en el lugar de acogida de los excombatientes españoles. Allí acudían cuando tenían algún problema o para conseguir una hoja de reclamaciones para algún trabajo».
En uno de los diálogos de Los surcos del azar, uno de los protagonistas le pregunta a otro, ya muy anciano: ¿Y por qué no volvió a España? Y responde el otro, llamado Miguel: Porque no aguanto a los españoles. Qué contradicción tan curiosa y tan ilustrativa. «Yo creo que ese sentido contradictorio es común en ellos», comenta el autor. «Se sienten entre dos tierras; la natal, que tuvieron que dejar atrás a la fuerza, y la que les acogió, pero en la que no quieren estar y en la que debieron empezar de cero. Aman a las dos, pero critican a ambas. Con muchos exiliados o hijos de exiliados republicanos con los que hablé guardan además un reproche hacia la España que surgió tras la Guerra Civil. Por un lado desprecian el conformismo de los españoles que aguantaron más de treinta años de dictadura. Y esa crítica se extiende también a la España que surgió de la Transición, ya que para ellos, traiciona los valores de la República».
El tiempo ha pasado, pero no del todo, y el problema de la desmemoria hacia aquellos españoles, de no haberlos tenido en cuenta jamás –más allá del arte y la literatura–, no está ni mucho menos resuelto. Está por ver si llegará el momento en que por fin sea hora de olvidar. «Nuestra transición se ha basado en una amnesia colectiva y obligada. Y eso creo que no es bueno», advierte Roca. «Ese vacío ha llevado a una manipulación del pasado. Es fácil ver políticos de partidos demócratas defender el régimen franquista y hasta condenar a la II República como causante de la Guerra Civil. Por no hablar de todos los símbolos de la dictadura que siguen presentes en nuestro país. Todo esto es debido a que no hubo una ruptura con el franquismo, sino una transición hacia la democracia. Todo esto convierte España en una rareza indefendible comparada con otros países con un pasado fascista, como Alemania o Italia, donde nada de esto ocurre. Quizá lo peor de todo es que el poder establecido ha conseguido su objetivo: que a la sociedad le den igual estos temas y que se haya llegado a la conclusión de que la verdad histórica se encuentra en un punto equidistante entre los dos bandos en los que se dividió España».
Esto es mirando hacia atrás. Si se mira hacia el frente, Paco Roca tampoco es que encuentre motivos para bailar sevillanas. En Europa, la misma que un día fue la prisión más grande para tantos miles de españoles, «el horizonte se ve bastante negro. Parece que el único interés de la UE es la economía. La solidaridad está desapareciendo y ese espíritu de unidad europea no ha llegado a cuajar». El resto del mundo presuntamente civilizado no anda mucho mejor: la amenaza neofascista por doquier, Donald Trump al frente de la primera potencia mundial... «Continuamente parece que la sociedad, con sus libertades y su estado del bienestar, da un paso adelante y otro atrás. Lo vemos con Trump y lo vemos en Europa con los partidos de ultraderecha», lamenta, aunque con una irremediable esperanza, consustancial probablemente al hecho de ser español. «Pero yo soy optimista. Creo que el paso adelante siempre es más grande que ese retroceso al que nos llevan algunos gobernantes. En cualquier caso depende de los movimientos sociales, no de los políticos, el conseguir frenar esos pasos atrás que intentan arrebatarnos lo que nuestra sociedad ha conseguido con tantos esfuerzos