Lo primero que llama la atención de la historia de Candela es que no tiene palabras. Lo segundo, que el azul del mar es casi lo único que da color a una historia en blanco y negro. Dos cualidades curiosas para un cómic. Como explica Daniel Piqueras Fisk, hay libros, como este Glup editado por Narval, que no requieren más. «El lenguaje visual es universal, todas las culturas entienden el dibujo y la pintura. No ocurre lo mismo con el lenguaje escrito o hablado, que limita la lectura al idioma del lector». «Hace años que llevo dibujando tiras de humor», prosigue Daniel, «y gracias a las redes se tiene acceso a todo el mundo y te puedes asomar un poco ahí fuera.

Compartimos la naturaleza de seres humanos y todos los parecidos que implica esta condición. Somos muy parecidos a nivel emocional, provengas de una u otra cultura. El miedo, la pena, la risa, la melancolía, la alegría, la sorpresa las experimentamos de forma similar. Supongo que todos los que empezamos en el mundo del dibujo, del cómic, tendemos a utilizar el texto como elemento clave del mensaje. Pero las tiras que no tenían texto eran las más vistas y por lectores de todas partes: Rusia, Indonesia, Suecia, Japón, Malasia, Corea del Sur, Canadá, Etiopía, Bahamas. Entendían el mensaje y lo adaptaban de alguna manera a sí mismos. Me atrae esa ventana de comunicación con otros seres que ofrecen las redes. Se puede extraer información muy valiosa de cómo es y de dónde proviene tu público».

Hay detalles de Glup que dependen del lector. La interpretación forma parte de la historia. Es el privilegio del silencio. Como recuerda el autor con un ejemplo de lo más gráfico, «en el cine mudo uno pone sus propias voces a los personajes, ruidos ambiente, emociones y muchos otros detalles. Llenas de ti mismo los innumerables huecos libres que deja la ausencia de texto. Pues creo que Glup se puede explicar por algo así». El caso es que «la historia cambia según el estado de ánimo de quién lo lee. Si lo lees alegre te reirás, si lo lees triste te pondrás melancólico. El simbolismo de la historia no es premeditado. No la he creado con la intención de provocar unas u otras emociones. Ha sido todo más sencillo: le quité las palabras a una bonita historia y el lector hizo el resto».

Cuando uno hace un libro sobre niños pensando en lo que les queda por delante, el resultado es un libro infantil; cuando lo hace pensando en lo que dejaron atrás, el resultado es un libro para adultos. Obviamente hay matices, pero, más allá de generalidades como que la obra es para todo el que sepa apreciarla más allá de su edad, Daniel Piqueras Fisk matiza que aquí se trata de «una historia que evoluciona con la edad del lector. Un padre se lo puede contar a su hijo o hija de 6 años que verá dibujos divertidos, una niña que puede ser ella, unos papás, el perrito, una tortuga, pulpos, tiburones, ballenas, cangrejos, etc. Ese niño o niña volverá a coger Glup y, con el tiempo, se irá fijando en los muchos detalles que tiene. Más mayor empezará a leerlo como un cómic, con su historia completa, que interpretará a su manera inocente. Se irá identificando más con esa niña mediana, en pensamientos, emociones, miedos, su valentía, el desapego de sus padres. Ya de mayor comprenderá la historia y profundizará en sus interpretaciones. Y más mayor lo disfrutará según le dé el día».

Pese a que ese silencio da lugar a toda clase de interpretaciones, y a pesar también de tratarse de una historia de contacto directo con el mar y la naturaleza, Daniel advierte que no fue su intención plantear en este libro ninguna especie de reclamación o reivindicación de una forma más analógica de pasar la infancia que la actual, tan tecnologizada. No hay mensaje de ese tipo. Todo tiene una explicación más sencilla: «Se me ocurren esas historias y no otras. No sé lo qué plasmaré de mí mismo en ellas pero tampoco es importante». Lo importante es que su oficio es para él una forma de felicidad. «Dibujando es como mejor me siento porque puedo hacer lo que quiera y es el único camino, que veo ahora mismo, para vivir plenamente realizado».

Su técnica es «rotulador directo, prescindiendo al máximo del lápiz. Con ello se consigue mucha frescura en el trazo y agilidad en los movimientos. El fallo, el borrón, esa línea furtiva potencian el dibujo. Forman parte de ese juego en el que el lector pone de sí mismo para completar el dibujo», comenta. «Yo mismo me sorprendo con el resultado y muchas veces no sé cómo he conseguido un movimiento, un determinado plano o expresión».

Pensando es su trabajo le surge una reflexión: «Me admira la vocación de la gente de este país, la cantidad de grandes artistas (como deportistas, científicos, emprendedores...) que crean, aun con la certeza de que es dificilísimo publicar y, si tienes la suerte de hacerlo, que los ingresos que van a poder percibir no alcanzan ni para las tapas. Aun maltratados seguimos produciendo, lo debemos llevar en esos genes iberos que nos guían».

Entre el cómic y la tira de humor, lo tiene claro: la segunda. «Realmente es en el lenguaje que me siento más cómodo. Es variado, cada tira es de una temática diferente y me siento libre de experimentar. Una novela gráfica es muy satisfactoria pero más monótona, ¡he dibujado muchos pececitos para Glup.