Lecturas para el sol y para la sombra

El verano es una época propicia para ponerse al día con los libros atrasados y con los clásicos, pero también para los descubrimientos

03 jul 2017 / 23:27 h - Actualizado: 03 jul 2017 / 23:31 h.
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  • La lectura en la playa, uno de los placeres clásicos de la temporada estival. /El Correo
    La lectura en la playa, uno de los placeres clásicos de la temporada estival. /El Correo

Las fechas estivales son, sobre todo, el momento propicio para ponernos al día con las lecturas pendientes. Hemos pasado el invierno y la primavera viendo cómo crecía la pila de libros nuevos en la mesita de noche, y de pronto el pretexto de la falta de tiempo se vuelve relativo: por fin podemos quedarnos leyendo hasta tarde sin miedo al despertador, o encontrar un hueco a cualquier hora para abandonarnos a mil y una historias, en la playa o en la montaña, al sol o a la sombra.

También se dice que el verano es la época ideal para leer a los clásicos, o para volver sobre determinados libros que nos marcaron hace mucho, de modo que podamos evaluar cómo el tiempo ha pasado por ellos. Sea como fuere, para muchos es todo eso y algo más: la posibilidad de encontrar joyas insospechadas, de descubrir nuevos autores, de exponernos a gratas sorpresas. De modo que, además de dejarnos tentar por el omnipresente Patria de Fernando Aramburu, por lo último de Isabel Allende o por la saga de Elena Ferrante, toca aventurarse por los caminos menos saturados.

Asomarse, por ejemplo, a la narrativa breve del guipuzcuano Harkaitz Cano, contenida en un título que condensa lo que muchos querrían ser: El turista perpetuo (Seix Barral), relatos relacionados todos con el agua, muy adecuados para leer en la piscina, el río o la playa, llenos de desenlaces imprevisibles. O a un libro tan absorbente y enigmático como el diario de sueños de Michel Leiris publicado bajo el título Noches sin noche y algunos días sin día (Sexto Piso), una ventana a la intimidad del poeta y etnógrafo francés.

Dicen que el verano es el tiempo de los viajes, pero si por casualidad uno no puede permitirse ir muy lejos, siempre está el consuelo de viajar leyendo. Por ejemplo, de la mano de María Belmonte y Los senderos del mar, un placentero viaje por la costa vasca de la mano de autores tan diversos como Aristóteles, Goethe, Victor Hugo, Darwin, Jane Austen. O tal vez prefiramos desplazarnos hasta el norte de Italia para disfrutar de Trieste o el sentido de ninguna parte (Gallo Nero), de Jan Morris, el famoso viajero de quien ya conocíamos sus imprescindibles notas sobre Venecia. ¿Y por qué no visitar Marruecos de la mano de un guía tan excepcional como Mohamed Chukri? La editorial Cabaret Voltaire acaba de publicar precisamente Tennessee Williams en Tánger, la crónica de los encuentros casuales del autor de El pan a secas con el célebre dramaturgo estadounidense.

También es posible que nos apetezca echarnos a la cara algún despliegue de fantasía de la mano de algún grande, como el que despliega el Nobel bosnio Ivo Andric en El elefante del visir (Xordica), una colección de tres novelas cortas que equivalen a una travesía a través del tiempo por los Balcanes.

Para los amantes de la novela negra, atención a Berna González Harbour, que ha sorprendido esta temporada con Las lágrimas de Claire Jones (Destino), una nueva aventura de la comisaria María Ruiz, investigadora criminal destinada a Soria, donde le espera un caso de los que arrebatan el aliento. Para no salir de este género, es digno de celebrar el rescate de una nueva novela inédita del maestro ecijano Carlos Pérez Merinero, La santa hermandad, recién alumbrada en Garaje Ediciones.

Otras lecturas heterodoxas, pero altamente recomendables, son la novela de Cristina Morales Terroristas modernos, publicada por Candaya, que logra la proeza múltiple de examinar un episodio histórico, cuestionar el presente en algunos de sus más sólidos pilares y desafiar las convenciones del lenguaje, todo en uno; o Las bolas de Cavendish (Alfaguara), el último atrevimiento de ese incorregible iconoclasta que es el colombiano Fernando Vallejo, esta vez haciendo gala sorprendentemente de un vasto conocimiento científico, pero blandiendo el idioma como siempre, como si fuera un látigo.

¿Más retos para lectores valientes? Un bocado como La acusación de Bandi (Libros del Asteroide), la primera colección de cuentos prohibidos en Corea del Norte que se vierte al español. O los que integran Un pueblo de Oklahoma (Sajalín), de George Milburn, que ha llegado a ser comparado con Winesburg, Ohio, de Sherwood Anderson. O Llegó el chacal (Ediciones de Oriente y del Mediterráneo), de la artista iraní Farideh Lashai, un poético pero a la vez durísimo testimoniode la vida en dicho país. O El crimen del conde Neville (Anagrama), puntual entrega de primavera de Amélie Nothomb... Lo mejor es, en todo caso y como siempre, que se dejen llevar: al fin y al cabo, son solo dos meses para exprimir la capacidad lectora como si el mundo se acabara en septiembre.