En la Florencia del Renacimiento ya existía Twitter. Solo que allí se llamaba el Tamburo. Como la tecnología era la que era, se trataba simplemente de un cajón que se colocaba en la Piazza della Signoria donde quien quisiera podía acusar a cualquier paisano, ya fuese verdad o mentira; acusaciones que, por ley, se investigaban públicamente. «Y tanto si se demostraba la culpabilidad de la víctima como si no, aquel estigma arruinaba para siempre el buen nombre y el recuerdo de la persona». Y así, «de repente, sentí la severidad y la brutal indiferencia de la inhumanidad del ser humano». Son palabras que el escritor e ilustrador Ralph Steadman pone en boca del genio del Cinquecento en su última obra publicada en España por Libros del Zorro Rojo: Yo, Leonardo. En ella, confeccionada originalmente en 1983 bajo la fórmula de la falsa autobiografía, se cuenta no solo cómo el maestro fue víctima de las redes sociales de su época y de la ignorancia implícita a las mismas, sino en general de cuanto marcó su vida, su carácter y sus obras. Todo ello envuelto en unas ilustraciones con las que el británico, hoy octogenario, vuelve a recordar por qué se lo rifaban los editores de libros, The New York Times, The Daily Telegraph, The Independent, Rolling Stone, Private Eye y otras publicaciones.
Steadman es un ilustrador que desconcierta la primera vez que uno ve sus obras, deslumbra la segunda e hipnotiza para los restos la tercera y sucesivas. En este título, el precursor del periodismo gonzo junto con Hunter S. Thompson persevera en su estilo provocador y aparentemente sucio donde el contexto vale tanto o más que el texto y en el que la anécdota se convierte en revelación y la denuncia en sátira. «De joven iba a cambiar el mundo», contaba, «pero el mundo empeoró, mi estilo se fue cargando de furia y empezaron a surgir manchas; como parecían muy naturales, estrellaba el pincel o la pluma contra el papel y conseguía maravillosos dibujos borrosos». Esa furia está presente también en Yo, Leonardo, donde no solo se comprende a la primera al artista, sino que se induce una tremenda solidaridad y camaradería hacia él y su lucidez a través del humor como rasgo elemental de toda inteligencia superior. «Como dijo Sigmund Freud», recuerda Steadman, quien también tiene un libro sobre el neurólogo austriaco, «Leonardo da Vinci fue un hombre que despertó en la oscuridad».
Inventó una catapulta para echar de su casa a los gatos, un despertador de agua, un color inexistente, otra forma de ser genial. Leonardo, afirma Ralph Steadman, «no fue un hombre ansioso de gloria, a diferencia de Miguel Ángel, que despreciaba la aparente falta de energía y aspiraciones de aquel. Leonardo no tenía necesidad de crear un mundo extraordinario habitado por narcisistas musculosos». Nadie es lo que parece: eso pensaba él. Normal que fuera víctima de aquel Twitter.