Los afectos prodigiosos

13 may 2016 / 13:15 h - Actualizado: 13 may 2016 / 13:23 h.
"Música clásica"
  • Concierto de la Orquesta Barroca de Sevilla en el Teatro de la Maestranza./Pepo Herrera
    Concierto de la Orquesta Barroca de Sevilla en el Teatro de la Maestranza./Pepo Herrera

Desde los primeros acordes del Concerto grosso Op.6 nº11 de Haendel advertimos que estábamos en otra galaxia. La acústica del Teatro de la Maestranza se adaptó como un guante al sonido de la Orquesta Barroca de Sevilla, lejos del tono seco y desabrido que le presta a la formación el Lope de Vega cuando allí toca. Es cuestión de tiempo que se imponga la lógica (musical) y sea el del Paseo Colón el escenario estable de una OBS cuyo abono bien podría correr en paralelo -o incluso en conjunción- con el de la Sinfónica de Sevilla. Son múltiples las posibilidades que un encuentro de este tipo podría propiciar. En lo tocante al recital, este planteó una posible gala barroca en Londres entrecruzando movimientos de los Concerti Grossi de Haendel con arias del compositor de Halle. También se interpretó el Concerto La Follia, de Francesco Geminiani, que fue un prodigio de sensibilidad y carnalidad, merced a la dirección y el violín de un Enrico Onofri que nunca carga las tintas demasiado, prefiriendo quedarse entre lo apacible y lo virtuoso antes que abrazar lo directamente abrupto.

La soprano Roberta Invernizzi -uno de los nombres más importantes de la música antigua a nivel internacional- adoptó una pose doliente en cada una de sus interpretaciones que, sin embargo, nos pareció completamente natural, alejada de imposturas. Su voz no es de una personalidad apabullante, pero viene cargada de una emotividad que hace muy atractiva su escucha. En las arias de Giulio Cesare in Egitto tendió al dramatismo operístico en la exposición, a la vez que lució un fraseo fluido y un colorido ejemplar. Vocalmente muy sólida, con un enorme brillo en el registro agudo y un centro bien perfilado, la cantante milanesa alcanzó la maestría con el aria de Alcina, Ah mio cor, en la que estuvo arropada por el violonchelo de Mercedes Ruiz, el clave de Alejando Casal, la tiorba de Miguel Rincón y la viola de José Manuel Navarro.

Aun sin mediar nombramiento, Enrico Onofri es, a todas luces, uno de los maestros que mejor ha entendido a la OBS en su historia. Quizás sea desacertado decir que domestica a la fiera desbocada en la que a veces se convierte pero, en todo caso, sí que es capaz de añadir en sus interpretaciones una gran gama de afectos especialmente complejos en el campo de las sutilezas. Con él, la música tiende a aligerarse, ofreciendo momentos de prístina belleza como el Larghetto del Concerto Op. 6 nº3.