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Los bailarines también ríen

La pieza ‘Molar’, del catalán Quim Bigas, encandiló a los espectadores dentro del ciclo Danza en espacios singulares, del Mes de Danza

02 nov 2017 / 16:58 h - Actualizado: 02 nov 2017 / 17:07 h.
"Danza"
  • Una acutación del espectáculo ‘Molar’.
    Una acutación del espectáculo ‘Molar’.

“El año que viene no pienso perderme ninguna actuación de danza en la calle”. Era el comentario de una espectadora que se había topado con una de las propuestas de danza que conforman la programación del ciclo Danza en espacios singulares, del Mes de Danza. Fue ayer miércoles, día de Todos los Santos, a las puertas del Museo Arqueológico. La pieza en cuestión era ‘Agua’ un solo de danza contemporánea con tintes urbanos con el que el bailarín y coreográfo extremeño Chey Jurado dejó al público con la boca abierta. Aunque quien de verdad encandiló a los espectadores fue Quim Bigas con ‘Molar’, una parodia de los mensajes de auto-ayuda tan divertida como ingeniosa.

Al contrario que la mayoría de las piezas que habitan la calle durante el festival no se trata de una pieza corta, sino de una obra completa de 50 minutos con la que el coreógrafo y bailarín catalán consigue implicar al público desde el principio. No en vano la primera escena comienza con una suerte de encuesta en la que él, micrófono en mano, pregunta de forma aleatoria a algunos espectadores qué entienden por “molar” y cómo definirían la felicidad. Acto seguido el bailarín se ensalza en una danza tan ecléctica como exigente que mezcla pasos y figuras del ballet clásico con otros típicos de los bailes urbanos y discotequeros. Todo ello con una expresión corporal que rezuma inocencia y frescura. Su sonrisa arrebatadora y su desparpajo a la hora de moverse entre el público creó una atmósfera de complicidad que facilitó la interacción. Y eso que la mayoría del público estaba de pie. En ese sentido cabe destacar el papel papel relevante de la dramaturgia, conformada por una voz en off que suena por los altavoces y una serie de carteles que Bigas va sacando de diversos lugares estratégicos donde previamente los había escondido. Tanto los mensajes hablados como los de los cartones son pura sorna, una guasa con retranca que el bailarín potencia mostrándolos con una expresión corporal clownesca. Sólo con eso ya hubiera bastado para dejar al público -que a esas alturas había aumentado considerablemente- más que contento. Pero por si acaso, Bigas nos regaló una escena final apoteósica en la que acabamos cantando e invocando a la felicidad.