Mari Peña apunta alto en su primer trabajo discográfico

El disco tiene soleás, bulerías, fandangos, tientos y otros palos clásicos

Manuel Bohórquez @BohorquezCas /
26 ene 2018 / 12:16 h - Actualizado: 26 ene 2018 / 12:39 h.
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  • Mari Peña, cantaora de Utrera, acaba de lanzar su primer trabajo discográfico, ‘Mi tierra’. / El Correo
    Mari Peña, cantaora de Utrera, acaba de lanzar su primer trabajo discográfico, ‘Mi tierra’. / El Correo

Mari Peña es una cantaora de Utrera emparentada con Fernanda y Bernarda. Como ellas y sin entrar en comparaciones, la artista tiene la rara capacidad de darle pellizcos al aire cuando canta, siempre sin adornos superfluos, con voz natural tirando a negra y un sentido justo del compás: ni más ni menos que el compás, esa cualidad que tienen solo algunos privilegiados.

Nació en Utrera, quizá porque no podía nacer en otra parte. Los gitanos llevan siglos en este pueblo y no han parado de nacer artistas desde aquel Perico el Pelao, emparentado con los antepasados de la Niña de los Peines, que era capaz de meterle las cabras en el corral al mismísimo Fillo. Mari Peña bebe en esa tradición, la de su pueblo, en la que antes que ella bebieron Rosario la del Colorao, Pepa la Feonga, las citadas Fernanda y Bernarda o el gran Perrate.

Si hay algo que caracteriza a esta cantaora es su naturalidad a la hora de cantar. En una época en que los cantaores y las cantaoras les prestan más atención al traje o al pelo que a no cruzar los cantes, ella es la sencillez y la verdad personificadas. Es la misma en una reunión que en el escenario, lo que no es nada fácil. La he visto dejar embobados a algunos aficionados en El Rocío, en la casa de Juan Badía –el de los jamones–, y cautivar a otros en el teatro, en cualquier teatro.

¿Por qué cantaoras como Mari Peña no suelen acabar triunfando? Porque los medios apuestan casi siempre por artistas más comerciales, aunque no sepan cantar. Porque saber cantar lo jondo no es tan sencillo como parece, como abrir la boca y emular con gracia a La Niña de los Peines o La Paquera de Jerez. Es un arte tremendamente difícil y esta cantaora de Utrera hace que sea sencillo por esa pasmosa naturalidad que tiene, que es una cualidad innata, como ocurrió con Fernanda y Bernarda.

Su primer disco tenía que llamarse Mi tierra, porque llamarlo de otra manera hubiese sido una incongruencia. ¿Hay una cantaora más de Utrera que Mari Peña, que sepa tanto a sus calles y corrales encalados o que huela a flores en los balcones? Ni mucho menos. En ella se cumple aquello que dijo el gran Antonio Mairena, que la pureza es el sabor al paisaje, porque cuando Mari Peña canta uno se imagina Utrera en su cotidianidad diaria, con los pregones en las plazas de abastos, los ratos de cante y charla en las tabernas y a Manuel de Angustias, el abuelo del actual cantaor, paseando su elegancia gitana por la calle Nueva, que en otros tiempos fue la Meca del compás.

Como cantaora gitana que es, Mari Peña ha querido conservar la esencia del cante de Utrera y sus artistas calés, pero no ha renunciado a darle a su disco un toque de otras tierras y otras purezas, contando para ello con la dirección musical del pianista trianero Pedro Ricardo Miño. Son diez piezas en total, desde la soleá a la bulería, pasando por las cantiñas, los romances, los fandangos, los tientos y otros palos clásicos, en las que la cantaora muestra una sorprendente capacidad de adaptación de su voz natural a nuevas músicas, algunas muy alejadas del clásico cante andaluz.

Su marido, el guitarrista nimeño Antonio Moya, es fundamental en la obra. Y hay otras colaboraciones importantes, pero la esencia la pone la cantaora, una joya que hay que cuidar como oro en paño porque no hay muchas como ellas en Utrera ni en ningún otro lugar del mundo.

No dejen de buscar el disco, Mi tierra, y de disfrutar de una manera de cantar que se nos escapa por entre las yemas de los dedos.