Una denuncia sobre la falta de honestidad y objetividad en nuestros medios de comunicación. Es lo que se propone Ramón Fontseré con esta obra que, fiel al estilo de su compañía, se conforma como una sátira, aunque menos mordaz de lo que cabría esperar.
La historia gira alrededor de la sala de redacción de un periódico, cuyo nombre da título a la obra. Allí la jefa de redacción impone su criterio editorial, en el que prima por encima de todo el entretenimiento. Lo único que le interesa es que el negocio sea rentable, lo que no resulta fácil, teniendo en cuenta el intrusismo de las redes sociales. Pero el protagonista, interpretado por Ramón Fontseré con la maestría que le caracteriza, no para de recordarle que la esencia de un periódico es contar la verdad. Se trata de un señor mayor y alcohólico para más señas, que llama a su becario Sancho, en una clara alusión a la figura del Quijote, con la que se identifica. Pero al contrario que el personaje cervantino él no está loco, ni es tan íntegro como aparenta, ya que no duda en firmar un artículo del becario como si fuera suyo. Por otro lado, todo lo que denuncia es banal y evidente, de hecho su discurso se conforma como una retahíla de lugares comunes. Tal vez por ello lo revista de un lirismo que potencia con la puesta en escena.
En ese sentido cabe destacar la capacidad de recrear toda una gama de ambientes diferentes mediante el uso de una escalera de tres peldaños, que abarca casi todo el escenario, un vestuario plenamente funcional y una ambientación musical exquisita que gira en torno a la música de El Cascanueces, de Chaikovski, un ballet que se define como un cuento de navidad. Así, mediante la música Fontseré consigue dotar al espacio escénico de un cierto aire de inocencia y dulzura que contrasta con la depravación moral de los personajes. El primer acto, en el que los actores van desgranando sólo con la expresión corporal en conjunción con la música algunos de los más grandes hitos de la humanidad, rebosa de imaginación y maestría. A lo largo de la obra los intérpretes derrochan limpieza técnica, versatilidad y dominio del escenario. Pero por desgracia las diferentes escenas, que se van engarzando a manera de mosaico hasta definir a los personajes, resultan un tanto largas y vacías, y el ritmo es un tanto irregular y tedioso.