No hay ni un milímetro de su casa sin ocupar por una obra de arte, «si hay algún trocito vacío es porque he regalado o prestado algo, arriba ya tenemos cuadros en el suelo». Hasta los techos están cubiertos con paneles pintados, una acumulación de casi mil piezas (pinturas, esculturas y objetos decorativos) que se mudan porque a partir del 5 de diciembre de 2016, «cuando cumplo 90 años», se exhibirán en el Pabellón Real.

—Terminó un parto de 15 años, ¿cómo se explica que alguien que quiere regalar una colección de este calibre tenga tantos problemas?

—Más que un parto ha sido una carrera ciclista con muchas etapas, algunas buenas y otras más difíciles y molestas. Mirando ya fríamente he comprendido todos los problemas, porque ha habido muchas circunstancias: cambios de presidentes en la Junta, de consejeros, de delegados, y un acuerdo como el que hacía falta para la cesión de la colección necesitaba de un trabajo de cuatro o cinco años seguidos. Y luego también está el egoísmo de las personas, todos queremos ponernos la medallita.

—¿Por qué ha sido tan difícil que le acepten la donación?

—Por muchas cosas, como la disparidad entre las autoridades de la Junta y el Ayuntamiento, que por naturaleza son completamente distintas, cuando uno decía que sí el otro ponía inconvenientes... Esas son las dificultades de tratar con políticos y burócratas. También afectó la crisis económica, cuando ya estaba acordado el Palacio de Monsalves se acabó el dinero para restaurarlo y para trasladar la colección. En Monsalves hubiésemos tenido la colección más cerquita de casa, ahora me queda la duda de si los sevillanos van a ir al parque a ver un museo, porque allí lo que van son turistas.

—Demasiado lío, ¿no?

—Hasta que ha llegado este alcalde, sí. Pero ya está todo por fin hecho y contratado, ahora falta que lo vea, por eso he puesto una fecha límite: si el 5 de diciembre de 2016 no se abre el museo, se anularía el acuerdo. Hay más de un año de margen, así que...—¿Se siente aliviado?

—Tengo la conciencia tranquila de que voy a hacer lo que prometí a Sevilla, que es devolverle todo lo que me ha dado. De todos modos, aunque no se hubiese llegado al acuerdo la colección se habría quedado en la ciudad, pero disgregada y habría sido una lástima. —¿En cuánto está valorada su colección?

—Le regalo a Sevilla un patrimonio que en su primera parte está valorado en 14 millones, pero luego se acrecentará. Primero irán entre 280 y 300 pinturas, casi todas las esculturas (un centenar), marfiles, mobiliario... Al museo irán más de 900 obras que ha elegido al Ayuntamiento: di una relación con todo lo que tengo, vinieron los expertos y escogieron.

—Sí, pero ¿cuál es el valor de conjunto?

—Vaya cómo es usted con los dineros, qué empeño. Sevilla que no haga cuentas, porque no le va a costar nada. Y además, la valoración económica hecha es un poco ficticia, está hecha cuadro a cuadro cuando su verdadero valor es que es una colección completa. —No quiere hablar de dinero, pero el arte alcanza en el mercado unas cifras...

—Esos valores desproporcionados no son lógicos, y luego muchos museos tienen obras falsas. Al final se paga la firma, no la calidad. —¿Se prolongó la negociación en exceso porque usted ponía unas condiciones difíciles de cumplir?

—No, yo doy la colección de manera totalmente gratuita, la única condición fue que me dieran un buen sitio y que las obras tuvieran un tratamiento museístico. Eso no ha sido fácil pero sabía que iba salir, aunque mientras tanto he tenido muchas ofertas para comprar o llevarse la colección, de Madrid, Málaga, Bilbao, incluso del extranjero, de EEUU quisieron comprarme toda la casa y montarla luego tal cual allí.

—¿Le desanimó tanta traba?

—La verdad es que muchas veces me entraron ganas de arrojar la toalla con esto de la donación, pero tenía la confianza de que se haría. Y si no salía, pues para museo también está mi casa, aunque aquí está todo muy apegotonado.

—¿Qué es lo mejor de la colección Bellver?

—La colección de pintura costumbrista, hay piezas únicas y de tal calidad que me atrevería a decir que es la mejor que existe, ni la del Bellas Artes. Pero todos los cuadros son mis hijos, pregúntele a un padre de familia numerosa que diga a cuál de sus hijos quiere más... Recuerdo la historia de todos: los hay que he comprado con cierta facilidad, otros que he pagado con dificultades y quedándome sin vacaciones...

—¿Recuerda entonces cuál fue el primero?

—Pues claro. Hace como 60 años, se lo compré a uno de los mejores anticuarios de Sevilla, Andrés Moro, en su tienda de la Cuesta del Bacalao. Era el cuadro San José de Villanueva dando de comer a los pobres, copia del original.

—¿Y el primero que vendió?

—No he vendido nunca un cuadro, cuando ha habido algo que no me gustaba lo he cambiado, porque yo no soy tratante, soy coleccionista. Y nunca he pedido la devolución de nada.

—Critica los precios excesivos del arte y dice que al final se paga la firma y no la calidad, ¿nunca ha comprado un cuadro por la firma?

—No, nunca he comprado una obra por su valor o por la firma. Al final es más sencillo: todos los matrimonios ponen su casa y compran para ella lo que les gusta. Nosotros no tenemos hijos, trabajamos bastante y las cosas nos han ido bien, así que hemos comprado siempre lo que nos ha gustado. Aunque desde hace 15 años compro menos, porque la colección ya está hecha. Ahora compro por obligación, antes lo hacía con más satisfacción, por impulso.

—¿Y siempre acierta con lo que compra?

—Me gusta el arte, pero no soy un entendido... aunque es verdad que la vista se educa aunque no seas catedrático. Muchos se creen que son conocedores perfectos del arte y no lo son, ¿cuántas obras hay de pintores buenos que al principio rechazaron los técnicos? La cultura necesita tranquilidad de espíritu, una ilusión, como la vida misma: el que no tiene ilusión no vive. En mi caso, los cuadros me han dado la ilusión de vivir, de juntarlos, de buscarles pareja, de traer obras del extranjero...

—¿Nunca le han engañado?

—A todos nos engañan, si se lo hacen a los museos, ¿cómo no lo van a hacer con un señor que no tiene conocimientos expertos? Cuando ha ocurrido lo he asumido, porque la equivocación ha sido mía. Además, nunca le he pedido antes consejo a un experto, le enseñaba la obra cuando ya la tenía. No me fío de los expertos: ante una escultura he visto a cinco especialistas decir cada uno que era de un artista distinto. —¿Qué gusanito le picó para embarcarse en este mundo?

—Si mira el Espasa verá que hay cuatro o cinco generaciones de los Bellver que han sido artistas, entre ellos mi abuelo Ricardo Bellver, que hizo el Ángel caído del parque del Retiro de Madrid y las esculturas de la puerta de la Asunción de la Catedral. Pero yo siempre he sido un negado para el dibujo, no sé hacer ni un perrito, así que si no podía tener la satisfacción de crear, al menos iba a adquirir. —Usted ha sido crítico de arte. Dicen que muchos críticos esconden a un artista frustrado, ¿es su caso?

—Pues creo que sí, que soy un artista frustrado, me lo pregunta y me doy cuenta de que nunca lo había pensado pero creo que es así. Lo más probable es que hubiese sido un mal pintor, y en cambio se ganó un coleccionista.