Seguramente sea José Iges (Madrid, 1951) el más musical de cuantos creadores españoles existen consagrados a esculpir el sonido en eso que, a modo de válida convención, se ha dado en denominar arte sonoro. «Me gusta considerar como música a la mayoría de mis creaciones», dice. Desde luego es música –o lo es en un tanto por cierto muy superior a cualquier otra categorización– el ciclo de piezas que componen su Dedicatorias (2013-2015), un corpus de obras aforísticas –en total 60, de 60 segundos cada una– que ahora ven la luz en formato discográfico gracias al sello alemán World-Edition que pilota la compositora española María de Alvear.
«En ningún caso son dedicatorias al uso, a lo más que esto se parecen es a lo que Jorge Luis Borges se refería como ‘una entrega de símbolos’», reflexiona Iges sobre un disco de carácter «fuertemente conceptual» en el que «se plantean dudas sobre el soporte, sobre lo que es una grabación y sobre lo que es solo una toma de sonido». «Nunca pensé en constituir un ciclo, la primera dedicatoria –HYB– la hice en 2003, y la siguiente en 2011. Siempre me ha gustado la brevedad, por eso a menudo he compuesto obras extensas con elementos muy breves, sin apenas desarrollo», dice.
Nombres ligados al arte contemporáneo –en múltiples facetas pero, eminentemente, la sonora– aparecen como destinatarios de estas miniaturas electrónicas: Wolf Vostell, Christina Kubisch, Luc Ferrari, Andrés Lewin-Richter y Lugan son solo algunos de ellos. «En casi todos los casos existe una relación directa entre los dedicatarios y los sonidos que conforman las piezas», añade Iges, quien sin embargo se muestra renuente a desvelar el por qué del contenido de algunas. «Me gusta la idea del secreto en mi obra; hay cosas que no quiero descubrir porque, de hacerlo, se perdería la curiosidad, y justamente es esa la premisa que siempre pido al público que se acerca a mi música: curiosidad», dirá.
Un caso emblemático del proceder de Iges es la dedicatoria llamada Enigma. «Me enviaron un archivo de audio con una pregunta, ‘¿a ver si sabes qué suena?’. Yo le dije a Emiliano López Rascón, que era quien me lo había enviado, lo que creía. Me equivoqué. Y ahora ese audio está en este disco. Pero sólo yo –y Rascón– sabemos hasta qué punto he manipulado, o no, aquel sonido original. ¿Es un documento o una traición a una grabación reconvertida ahora en obra artística», se pregunta Iges poniendo sobre la mesa uno de sus asuntos predilectos, «la no identificación con el sonido concreto».
A partir de obras anteriores –instrumentales y electrónica– y de nuevas creaciones, Iges ha tejido una red coherente o no (según si el auditor se autodespacha una escucha aleatoria de las dedicatorias) que ejemplifican de manera clara el proceder de uno de los artistas más a contracorriente del panorama ibérico del sonido. Laureado y querido en Alemania, bastante más desapercibido en su patria, José Iges siente, a estas alturas de su trayectoria, un gran «desinterés» por defender su obra en el terreno local. «He escrito obras que ni se han estrenado. Pertenezco a una generación pasada cuya música, cuyas propuestas, siguen sin conocerse», esgrime. Una generación cuya obra nos suena hoy rotundamente más palpitante que la de muchos jóvenes –de carnet– en el discutible candelero cultural.