«Mis ideas disparatadas cobran sentido en la calle»

Se divertía desmontando juguetes de pequeño. De mayor, en cambio, decidió armar instrumentos... a su manera. Músico surrealista, inventor, artista sonoro, heterodoxo. Larga vida a la actitud iconoclasta de Andrés Blasco, Truna

04 jul 2018 / 22:55 h - Actualizado: 05 jul 2018 / 17:09 h.
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  • El artista sonoro Truna (Andrés Blasco).
    El artista sonoro Truna (Andrés Blasco).

Fue el descubrimiento más sorprendente de la pasada edición de Contenedores, el festival de arte de acción que programa Rubén Barroso en Sevilla. Sin embargo, Truna, Andrés Blasco, lleva 25 años amasando de mil formas la materia sonora. Una práctica la suya, que abraza formas heteredoxas, y que le lleva a realizar performances, trabajos para compañías escénicas y conciertos patafísicos que nos obligan, como oyentes y espectadores, a interrogarnos por lo que estamos viendo (pasmados) y estamos escuchando (igualmente pasmados).

–¿Cómo me permitiría etiquetarle?

–Hago música; esa es la única etiqueta que contemplo. Pero siempre añado que soy músico e inventor; auto-luthier. Creo instrumentos que se convierten en mis herramientas. Intento construir sonoridades propias y adoro los objetos porque están cargados de poética y, claro, de sonidos. Quizás estoy más cerca del arte escénico que del sonoro. Pero será porque soy híbrido. Lo que a mí me gusta es crear situaciones, romper la realidad, ya sea con mi chelo manipulado con la maleta mágica o en acciones diversas. Como cuando, en plena calle, utilicé dos coches y los enfrenté con un atril del futuro que usaba un campo magnético que jugaba con los sonidos de las radios de ambos vehículos.

–También, y a diferencia de otros creadores, hay en usted un ánimo por conectar con lo popular...

–Al plantear el arte sonoro en espacios públicos rompo inercias y guetos. Me satisface saber que la gente se sorprende. Viví en Bélgica cuatro años y, fascinado por los órganos de barberia, cree uno propio, futurista. Me paseaba por las calles de Lieja con él y me ganaba la vida así. Una anciana me dijo que era maravilloso lo que hacía, unos niños de una familia burguesa no pararon un día de darme monedas para que siguiera tocando y un señor se indignó cuando le pedí la voluntad. Todo aquello fue emocionante. Suelo tener ideas disparatadas que, de pronto, en los espacios públicos cobran sentido. Y ese y no otro es mi trabajo, labrar un universo propio en el que llevo inmerso más de dos décadas. Hasta mí se acercan artistas de danza, de teatro, músicos de rock experimental y hasta quienes vienen del arte sonoro.

–Truna es, además, un personaje.

–Mis herramientas de trabajo en mi casa-taller son muchas; desde luego los instrumentos-objetos, pero también el Super 8, los juegos de sombras, etc. La gestualidad es fundamental, y yo soy muy meticuloso. Como creador soy bastante visceral y eso contrasta con lo estudiada que está mi puesta en escena; siempre digo que la manera de romper esa realidad de la que venimos hablando es por simpatía o por estética.

–En Sevilla se presentó recientemente a dúo con el poeta experimental Bartolomé Ferrando, con quien forma el dúo JOP. ¿Cómo surgió ese encuentro?

–Hacemos cosas juntos desde 2013. Él viene de un ámbito diferente al mío, nos conocíamos de vista pero él me vio en directo y me propuso que trabajásemos la improvisación. Desde entonces quedamos todas las semanas y hacemos sesiones de cuatro horas. Hay muchísima escucha recíproca, que es algo fundamental, porque no se trata de que él y yo hagamos lo de siempre, lo que cada uno saber hacer mejor; de lo que se trata es de llegar a un sitio nuevo juntos. Ese sitio es JOP. Es un músculo sonoro que tiene vida propia. Ojalá podamos volver pronto a Sevilla y presentarnos en un espacio cerrado, porque cultivamos muchísimo los silencios, ¡y hasta los microsilencios!, que no se pueden percibir bien en el exterior.

–Permítame una pregunta práctica. ¿Es difícil vivir siendo Truna?

–Es mi vida y lo que hago me llena plenamente. En el año 2010 decidí dedicarme profesionalmente a la música experimental, aunque llevaba en movimiento (sonoro) desde el 92. Uno vive sabiendo que está, probablemente, en el país equivocado, porque este universo musical en el que me muevo sobrevive gracias a la autogestión y a la voluntariedad. Pero debía profesionalizar mi tarea porque el trabajo sonoro que desarrollo es brutal; tras cada textura o sonido nuevo que logro hay una cantidad de horas interminables. Pero mi vida es una forma de militancia, yo diría que es una actitud, una forma de ser y de estar.

–¿Cómo es la escena experimental en Valencia? Siempre podría ser peor...

–Cuando regresé de Bélgica en 1995 noté una frenada, un parón. Porque allí hay muchísimos espacios para la música experimental. Sin embargo, Valencia es una ciudad maravillosa para vivirla, y lo bueno es que, poco a poco, el motor está cada vez más engrasado. Cada vez hay más (pequeños) escenarios que conviven con festivales de artes escénicas y de músicas... diferentes. Por ejemplo en septiembre podré ofrecer 18 actuaciones en tan solo nueve días en el marco del Festival Russafa Escénica, que este año se dedica al concepto de ruido. Estaré con mi trío Truna. Vendrán programadores de muchos lugares y será un escaparate ojalá que muy importante.

–Casi no graba nada. ¿Sólo se concibe en el directo, en el encuentro con el público?

–Hay un par de pequeñas grabaciones mías, un trabajo para Ars Acustica y otra para el libro-disco La mosca tras la oreja. Y hace poco he hecho una creación para una compañía de teatro de calle en la que cada personaje, montado en un patinete, se mueve por mercados, mezclando cuatro espacios sonoros con el sonido ambiente. Pero sí, mi música se crece en vivo, mi espacio es el del contagio directo. Ese.