Muere y deja vivir

¿Será el próximo Bond una mujer? ¿Será un actor de raza negra? Todo puede ser. A punto de cumplir 25 películas, la serie ha dejado ya por el camino a muchos de sus grandes nombres mientras se reinventa. Es el precio de la eternidad

20 ago 2018 / 07:00 h - Actualizado: 19 ago 2018 / 19:06 h.
"Cine"
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La muerte escribe sus propios guiones. El James Bond que interpretaba Roger Moore (que en paz descanse) ya no volverá a lanzar su bombín con maestría hacia el perchero de la señorita Moneypenny (Lois Maxwell, su vieja amiga en la vida real, que cría malvas desde hace once años) de camino al despacho del jefe del servicio secreto británico, apodado M (y al que en tantas películas dio vida Bernard Lee, Dios lo tenga en su gloria). Ni irá a los talleres de Q a que el inefable ingeniero de chismes (interpretado por el finado Desmond Llewelyn) le dé armamento fino y cochazos trucados. Ni los usará para darle fuerte y flojo al jefe de la temible organización Spectra, Blofeld, el del gato de angora en el regazo, papel que ejecutaron los también muertos Donald Pleasance y Telly Savalas. Es de suponer que todos ellos continuarán haciendo de las suyas en el cielo, aprovechando la presencia de John Barry, el genio que ponía música a aquellos largometrajes para la historia, y del psicodélico e igualmente llorado Maurice Binder, autor de los inconfundibles títulos de crédito iniciales que comenzaban con el cañón de una pistola y proseguían con docenas de siluetas femeninas contorsionándose oníricamente por la pantalla. Como director, podrían tirar de Terence Young (el de 007 contra el Dr. No, Desde Rusia con amor, Operación Trueno) o Guy Hamilton (Goldfinger, Diamantes para la eternidad, El hombre de la pistola de oro), los dos muertos. En caso de necesitar un título para esta producción de ultratumba, bien podrían reciclar el de la primera que hizo Moore, y en vez de Vive y deja morir llamarla Muere y deja vivir. Porque de eso se trata: de que James Bond siga vivito y coleando, mientras suma años (años son taquilla, en el cine) y se renueva para conservar el don cinematográfico de la eterna juventud. Aquí paz y después gloria. Otro buen título, la verdad. Los míticos Albert R. Broccoli y Harry Saltzman, allá donde se encuentren los pobres, estarán encantados de producirla.

Así es la vida: la eterna juventud se construye sobre cadáveres, y de eso sabe mucho un personaje que el año que viene, si los planes no varían, volverá a la pantalla del cine para su correría número 25 desde aquella primera 007 contra el Dr. No en 1962, en decir, hace ahora 56 años. Después de un buen puñado de cambios más o menos rejuvenecedores o modernizadores a lo largo de todo este tiempo –han hecho de Bond los actores Sean Connery, George Lazenby, Roger Moore, Timothy Dalton, Pierce Brosnan y el actual Daniel Craig–, el ahora titular del cargo de 007 no parece muy dispuesto a seguir ejerciéndolo más allá de la próxima entrega, todavía a falta de título. O sea, que toca volver a buscarle rostro al agente, aunque esta vez las sorpresas pueden ser más gordas que nunca, ya que no se descarta en absoluto que el machito británico se vaya a esparragar y ocupe su lugar una mujer. Por lo visto, hasta la primera ministra, Theresa May, ha apostado por ello. De hecho, algunas ya se han postulado o han sido aclamadas por la feligresía, como podrá ver cualquier que se asome por la etiqueta de Twitter #NextBond, que está que arde. Entre las más aplaudidas –y probablemente esperadas– se encuentra Emilia Clarke, quien ya ha mostrado encantada su disposición a convertirse en la primera Jane Bond si los productores lo tienen a bien. Hay también quienes se han acordado de Gillian Anderson, la celebérrima agente Scully de Expediente X. Entre los varones más mencionados, Idris Elba (toda una novedad, porque sería el primer 007 de raza negra) y Damian Lewis (el pelirrojo de Homeland). Como demuestra la imaginación de los usuarios de las redes sociales, candidatos no faltan.

El plan es seguir: una constante del mundo del espectáculo, como todo el mundo sabe. Y en esas están mientras los aficionados siguen diciendo adiós en los cementerios a quienes en su día contribuyeron a dar rango de mito a una de las series más longevas y cambiantes de la historia del cine. La última en despedirse, en puertas del verano, fue Eunice Gayson, que hacía de Sylvia Trench, la primera chica Bond de la historia (Dr. No y Desde Rusia con amor). Tenía 90 años, nada menos. Quiérase que no, el tiempo pasa, y aquella Ursula Andress que salía del mar haciendo de rompeolas con sus caderas ante los atónitos ojos de Sean Connery, en la primera aventura del agente secreto, hoy, a sus 82 años, probablemente sería succionada por la resaca si volviese a intentarlo. Pero, por lo menos, lo puede contar. No es el caso de la hidrodinámicamente menos afortunada Lotte Lenya, que en Desde Rusia con amor hacia de una excoronel rusa que era más mala que un dolor: Rosa Klebb. Tenía la señora una cuchilla camuflada en el zapato y como te diera un punterazo te ibas al otro barrio de cabeza. Pues bien, esta actriz de origen austriaco no solo es que haya muerto hace ya 37 años, sino que nació nada menos que en el siglo XIX. Vamos, que se puede decir que era austrohúngara.

Murió Christopher Lee, que hacía del malo Scaramanga en El hombre de la pistola de oro. Y también su pequeño ayudante, el enano Hervé Villechaize, que arrastraba una vida complicada y depresiva de la que se desembarazó pegándose un tiro el 4 de septiembre de 1993. Se parecía horrores al Felipe González de la chaquetilla de pana, para quien no le ponga cara. La espichó Marvin Hamlisch, autor de una de las mejores partituras de la serie (La espía que me amó), así como Gert Fröbe, el Goldfinger de la película del mismo título. Y entre la larga lista de caídos por el mito de James Bond se encuentra además el gigante Richard Kiel, el apodado Tiburón de dientes metálicos de La espía que me amó y Moonraker. Para qué seguir, si el cine ha logrado inmortalizar el moreno de Ursula Andress, las patadas de Lotte Lenya, los trajes de tweed de Desmond Llewelyn y el flequillo de Roger Moore. Solo se vive dos veces, decía una de las películas. La segunda –el cine– es para la eternidad.