Murillo también se deja ver en verano

Un recorrido estival por la Sevilla del genio de la pintura de la mano del profesor Enrique Valdivieso para conocer los secretos de su vida y de su obra

28 jul 2018 / 21:24 h - Actualizado: 29 jul 2018 / 09:38 h.
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  • Santa María la Blanca, una iglesia donde todavía puede verse ‘La última cena’ de Murillo. / Fotos: Manuel Gómez
    Santa María la Blanca, una iglesia donde todavía puede verse ‘La última cena’ de Murillo. / Fotos: Manuel Gómez
  • Valdivieso atiende a los medios en la iglesia de la Santa Caridad.
    Valdivieso atiende a los medios en la iglesia de la Santa Caridad.
  • Murillo también se deja ver en verano

Una de las ventajas de haber tenido un mes de julio tan templado como el que termina es que se puede recorrer el itinerario del Año Murillo sin derretirse en el intento. Eso sí, si uno tiene la suerte de hacerlo de la mano del profesor Enrique Valdivieso, uno de los mejores conocedores de la vida y obra del genio sevillano, más vale merendar fuerte, porque el hombre es incansable.

La cita comienza en la Casa Murillo, en el número 8 de la calle Santa Teresa, en pleno barrio de Santa Cruz, el simbólico punto de partida del itinerario. «Fue la penúltima residencia familiar del artista», explica Valdivieso en el patio central de este edificio, declarado Bien de Interés Cultural en 1995. «Aquí hizo obras importantes, como la Virgen con el niño que se conserva en Amsterdam», añade.

Precisamente en el Hospital de los Venerables continúa al recorrido. Allí, cruzando el patio, se encuentran las copias del famoso retrato del benefactor Justino de Neve, canónigo de la catedral, y la Inmaculada, «su obra más popular», afirma el excepcional guía. Todo se perdió en el expolio de 1810. «Los franceses se llevaron lo mejor, y nosotros hemos tenido que comprar carísimo lo que se nos robó».

Para este antiguo asilo para sacerdotes jubilados pintó Murillo esa pieza magistral que grotescamente se ha dado en llamar la Inmaculada Soult, por el apellido del célebre militar y político francés que la rapiñó. «Fue llevada a París para formar parte del Museo napoleón que nunca llegó a hacerse. Y cuando muere Soult, sus herederos la venden», prosigue Valdivieso.

La pintura fue adquirida por el Museo del Louvre en 1852, por la formidable cifra de 615.000 francos, lo que la convertía presumiblemente en la más cara del mundo hasta entonces. Luego el régimen de Vichy la cedió a Franco en 1941, en un intercambio de obras de arte entre Francia y España, y desde entonces está en el Museo del Prado. «¿Por qué no la devuelve el Prado, aunque sea al menos en depósito?», se pregunta Valdivieso. «El marco, restaurado, la está esperando», dice.

«Hay unas 28 inmaculadas de Murillo, pero esta es la mejor. Posee una belleza que no es de este mundo, es una creación suya», apunta el profesor, quien recuerda que también se llevó Soult el San Pedro penitente, una de las últimas obras del artista, que un heredero vendió a la fundación Focus y se expone en lo que fue el refectorio.

Como quien dice a uña de caballo nos dirigimos hacia otro de los puntos estrella del recorrido, la iglesia de Santa María la Blanca. La que fuera antigua sinagoga y luego sucursal de la basílica de Santa María de las Nieves de Roma requirió los servicios de Murillo a través del mecenas Justino de Neve. «Lo contrataron para realzar la iglesia y contar cómo se construyó la iglesia romana», cuenta Valdivieso. La única pintura original que se conserva allí es La última cena, de 1650, «que no gustó a los franceses, porque era muy oscura. Luego la hermandad la quiso vender, pero tampoco la compró nadie, y ahí sigue», señala.

Tras una parada de avituallamiento en el kiosco de en frente, el callejeo por el centro desemboca en la Casa de los Pinelo, sede de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras y de la Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría.

Como académico, Valdivieso pensó que el itinerario murillesco debía contemplar una para en este espacio, a pesar de que, «cuando el pintor vivía, seguramente conocería esta casa nobiliaria, pero no llegó a pintar nada para ellos», afirma.

El patio central inspiró entonces la posibilidad de albergar una muestra –con reproducciones, claro está, a tamaño natural– sobre un aspecto insuficientemente estudiado, la relación de Murillo con el paisaje.

«Si solo se hubiera dedicado a esto, habría sido el mejor paisajista de España», asevera Valdivieso. Y como prueba pone el hecho de que «en muchas obras, el paisaje está más presente que las figuras», dice. Por ejemplo, en las escenas bíblicas que realizó para el marqués de Villamanrique, ninguna de las cuales se conserva en España, pero que pueden contemplarse en los paneles que rodean el patio.

«Están basadas en la historia de Jacob», dice Valdivieso ante la primera de ellas. «Lo que vemos no corresponde a ningún paisaje real, es todo inventado. Lástima que no se dejara inspirar por la sierra de Aracena».

La siguiente obra es Jacob pone las varas al ganado, con su curiosa anécdota de las varas que según la creencia popular excitaban la sexualidad de las ovejas, y un poco más adelante está Jacob busca los ídolos domésticos en la tienda de Raquel. «Este es Murillo, alguien capaz de atender también a lo decorativo, sin olvidar nunca el matiz religioso, porque estamos en un momento en que la vida estaba controlada por la Iglesia», comenta.

Cuatro estaciones

Ahí aparece también una Sagrada familia, y dos obras de formato más reducido que resultan fascinantes por su misterio: dos alegorías, una figura femenina para la primavera y otra masculina para el verano, que permiten suponer que se trata de una parte del proyecto de las cuatro estaciones que pintó para Neve, aunque han dado pie a todo tipo de especulaciones. «No han aparecido ni el otoño ni el invierno, pero es posible que los encontremos algún dia», explica Valdivieso. «Tampoco se han conservado bodegones de Murillo, pero los detalles de estos cuadros nos demuestran que también en ese aspecto su trabajo era magnífico».

Tras una breve visita a la biblioteca de la Academia, donde se exponen textos de obras inglesas, francesas, alemanas y portuguesas del XIX y el XX que ponen de manifiesto el interés por Murillo, así como algunas del ámbito local, abandonamos el espacio para concluir el paseo en la iglesia de la Santa Caridad.

«Uno de los lugares donde pintó Murillo con más predilección», afirma de él Enrique Valdivieso, mientras evoca la figura de don Miguel de Mañara, aquel aristócrata sevillano que, después de una juventud disipada y pecadora, consideró que era hora de tenerle miedo al infierno. El profesor camina entre las copias de la Anunciación o La vuelta del hijo pródigo mientras enumera de corrido el destino que tuvieron las obras de Murillo: «Washington, Ottawa, Londres, San Petersburgo...».

Para Valdivieso, lo mejor del Año Murillo es, junto al millón de visitas en total registradas hasta la fecha, lo que queda por delante: la gran exposición del Bellas Artes y la múltiple de santa Clara, Cicus y otros espacios. Pero sobre todo, la sensación de que Murillo vuelve a ser justamente valorado, por los sevillanos y los turistas. ¿Por quién más? «Fifty-fifty», concluye el profesor.