Sevilla es una ciudad desconcertante, en el amplio sentido de la palabra. El nivel alcanzado por la Bética de Cámara, unido a su responsabilidad histórica, hace imprescindible su conservación, más allá de los consabidos apoyos institucionales que difícilmente recalarán en ella cuando las partidas presupuestarias están tan repartidas y consolidadas. Es indispensable echarle imaginación e insistir en otras vías de financiación y promoción que logren la atención que el conjunto merece. Nuestro público es muy de espacios, de atender cualquier propuesta que llegue del Maestranza así como de ver cine en versión original sólo en los Avenida. Así cada propuesta del Turina parece languidecer inexplicablemente, de forma que los muy loables esfuerzos desplegados para remontar esta sala de excelente acústica no están dando los frutos deseados.

El esfuerzo, el empeño y, sobre todo, el entusiasmo lograron que con un discretísimo aforo, la Bética ofreciera el pasado lunes un breve pero suculento programa en torno al clasicismo, con especial dedicación a dos instrumentos solistas que aprovecharon la oportunidad para lucirse. Jacobo Díaz, de cuyo talento al oboe ya hemos disfrutado en repetidas ocasiones junto a éste y otros conjuntos como la Barroca, extrajo brillo de su instrumento en el Cuarteto K.370 que Mozart compuso para el virtuoso Friedrich Ramm. Su aportación se benefició de un alto nivel en el acompañamiento de la cuerda, como si de un concierto se tratase, fusionando su amplio y elegante fraseo con los alardes contrapuntísticos de la cuerda, y potenciando tanto el aire pastoril del adagio central como el elocuente diálogo instrumental del rondó final.

También fue extraordinaria la intervención del joven Alberto Acuña en los dos cuartetos para flauta de Mozart que se interpretaron. Con un arranque áspero y de sonido poco limpio en el K.285, que resolvió inmediatamente con una claridad expresiva que no le abandonó ni en el resto de éste ni en el Cuarteto K.298, el flautista hizo gala de un dominio perfecto del instrumento y la respiración, articulando a discreción, con envidiable soltura y absoluta solidez, mientras el resto del conjunto acompañó manteniendo una línea homogénea y un sonido nítido, especialmente remarcable en el violín de Thomas y la viola, rotunda y enérgica, de Ignacio Manzano, si bien al chelo de Benjamín Rodríguez le faltó un poco más de autoridad. El único movimiento del incompleto Trío D.471 de Schubert, un tesoro en miniatura del que la cuerda extrajo también toda su riqueza expresiva y emocional, completó un programa al que sólo podemos reprochar su escasa duración.

BETICÁMARA ****Ciclo Música de Cámara de la Orquesta Bética de Cámara. Jacobo Díaz Giráldez, oboe. Alberto Acuña Almela, flauta. Michael Thomas, violín. Ignacio J. Manzano Fernández, viola. Benjamín Rodríguez, violonchelo. Programa: Cuarteto con oboe K.370 y Cuartetos con flauta K.298 y 285, de Mozart; Trío para cuerdas D471, de Schubert. Espacio Turina, lunes 8 de mayo de 2017