Música para leer, ver... y escuchar

Frente a propuestas frívolas, reivindicamos aquí el tiempo de estío para el goce de obras de arte inusuales, puede que hasta exigentes, pero cuya recompensa es grande

01 ago 2015 / 21:42 h - Actualizado: 01 ago 2015 / 22:20 h.
"Libros","Música","Cine","Literatura"
  • El verano, el mar... y el rostro del compositor Franz Schubert dibujado en la arena. / Colin Hattersley
    El verano, el mar... y el rostro del compositor Franz Schubert dibujado en la arena. / Colin Hattersley

En casi cualquier receta cultural expedida durante los meses de estío es más común encontrar medicamentos que nos enferman antes que píldoras que nos renueven por dentro. Por eso vayan estas líneas, a modo de mensaje en una botella, a paliar el drama de las sempiternas listas de libros (malos), discos (peores) y películas (nefastas) que se recomiendan con fruición con el sólo empeño de poner las neuronas a dormir la siesta. Pero como este Atelier de músicas es, como su nombre indica, eminentemente sonoro, vayan agudizando los oídos.

En clave literaria, La música de la memoria, de Xavier Güell (Galaxia-Gutenberg) ha resultado ser una de las sorpresas de la temporada. Estamos ante una fascinante novela que relata la confesión en primera persona de Beethoven, Schubert, Schumann, Brahms, Liszt, Wagner y Mahler. Sus testimonios de vida y creación se van trenzando en un arco que sigue con pálpito apasionado el transcurso de todo el siglo XIX hasta llegar a los albores del XX. «He querido traspasar el pensamiento de estos creadores a nuestros días y explicar su mensaje de que la música está por encima de la palabra. Porque es a través de la música como podemos entender la pregunta más importante, ¿por qué y para qué vivimos?», dice su autor, Xavier Güell.

En la misma editorial, Sánchez Robayna ha dado a conocer un ensayo fundamental para quienes gustan de rascar bajo la superficie del arte. Quizás sin pretenderlo, Variaciones sobre el vaso de agua se configura como el más eficaz antídoto contra la cultura-espectáculo, esa que tanto practican ciertos políticos y que, por poner, ha dejado hecho un páramo una ciudad como Valencia. Si el escándalo del pasado Arco fue el vaso de agua medio lleno, obra de Wilfredo Prieto, vendido por 20.000 euros, en este texto el profesor viene a defender la intensidad y la fuerza visual de un símbolo, en este caso un vaso de agua, icono silente y desapercibido de la cultura occidental, presente desde Velázquez hasta Josef Sudek y con ramificación hasta en la música, con esas 34 Maneras de mirar un vaso de agua del Premio Nacional de Música, radicado en Sevilla, César Camarero.

Otro autor que está felizmente siempre ahí, en la estantería de atrás, es Luis Suñén. Versos que exudan imágenes sonoras, que se enroscan más en el silencio que en la experiencia, poemas narrativos de medida trascendentalidad. Eso es lo que hallará el lector en Volver y cantar (Trotta).

Y ya que invocamos al sigilo, el verano puede ser buen momento para revisitar o asombrarnos por primera vez con El gran silencio, película documental que Philip Groning estrenó en 2006. Las dos normas que rigen la vida de los monjes cartujos son la soledad y el silencio, y sobre ellas el realizador construye 162 minutos que constituyen una de las más altas cimas cinematográficas de la última década. Disponible en la plataforma digital Filmin, Correspondencias sonoras, de Manuel del Río, es un atractivo y reciente documental basado en una serie de conciertos del Vertixe Sonora Ensemble, en los cuales se presentaron piezas musicales contemporáneas creadas por varios autores de diferentes nacionalidades, inspirados por las obras exhibidas en las exposiciones del Centro Gallego de Arte Contemporáneo.

Con los ojos cerrados es como mejor podremos disfrutar de Piano, violín, viola y violonchelo (1987), la última composición de Morton Feldman. El Cuarteto Klimt interpreta esta serena y acechante pieza de más de una hora que nos exige menos de lo que nos recompensa. Pueden disfrutarla en formato físico, pero también la hallarán (gratis) en Spotify. Otra novedad discográfica que agita el estío de los inquietos es el álbum que el pianista Steffen Schleiermacher ha dedicado al futurista ruso Alexander Mosolov. Aquí está su maquinista y demoledora Fundición de acero, en la mejor versión oída jamás, pero también su menos divulgado Concierto para piano nº1. Una delicatessen, lo llaman.