Niños, brujas y otros prodigios

Daniel Vilalta convierte el amor por la tierra y la solidaridad de las familias españolas con los niños de Chernóbil en un recorrido encantado con ‘Anatoly y la ruta de los espíritus errantes’

30 nov 2016 / 16:46 h - Actualizado: 01 dic 2016 / 07:00 h.
"Libros"
  • Los imponentes Mallos de Riglos, en el Prepirineo oscense, paso obligado en la ruta de los espíritus errantes. / Fotos: Pablo Castel
    Los imponentes Mallos de Riglos, en el Prepirineo oscense, paso obligado en la ruta de los espíritus errantes. / Fotos: Pablo Castel
  • El autor del libro, Daniel Vilalta, en una fotografía promocional.
    El autor del libro, Daniel Vilalta, en una fotografía promocional.
  • Ibon de Plan, uno de los parajes de más codiciosa belleza de Huesca.
    Ibon de Plan, uno de los parajes de más codiciosa belleza de Huesca.

La literatura tiene hambre de historias. Cualquier novedad, el menor invento del ser humano o la primera ocurrencia de la fantasía, le vale para articular un ensayo o fraguar un poema. No hace tanto que la solidaridad de las familias españolas hace venir cada verano a los niños del Sáhara y de Chernóbil, y sin embargo ambos asuntos son tan golosos para el escritor, tan apetitosos para la voraz literatura, que dichos temas han sido llevados ya a los libros. El último caso es una novela editada por Ingenio de Comunicación que lleva la firma del montisonense Daniel Vilalta y el título Anatoly y la ruta de los espíritus errantes. Una aventura que hermana el amor por la tierra, el culto a la fantasía y la fraternidad con los que sufren por razones tan peregrinas como las geográficas. A Vilalta le gusta pensar que este puede ser el comienzo de una bonita serie. «Por el momento, hay dos novelas», explica el autor, quien asegura que la editorial comparte su afán por darle continuidad a la historia, «pero quien tiene la última palabra es el lector. Si quieren saber más de los protagonistas, vivir nuevas aventuras con ellos, habrá continuación. ¿Una trilogía al menos? Ojalá».

El libro relata el segundo verano de estancia en Huesca del pequeño Anatoly, un niño ucraniano que, por los estragos de la crisis a lo largo y ancho de España, se va a encontrar que esta vez no hay dinero para ir a la playa como el año anterior. Pero como lo que falta es solo dinero, no imaginación, la familia acaba llevándolo por lo que el abuelo denomina misteriosamente la ruta de los espíritus errantes: lugares mágicos de las tierras oscenses repletos de leyendas populares, narraciones sobre brujas y duendes y veneración por lo indemostrable. «La idea surgió al conocer a una madre que llevaba muchos años acogiendo a una niña de Ucrania –ahora ya una adolescente, con los problemas añadidos que eso conlleva–. Me contó experiencias muy duras, pero también muy gratificantes», recuerda Daniel Vilalta. «Su amor y preocupación eran genuinos, los de una verdadera madre, y eso me impactó mucho. La generosidad de estas familias, la difícil vida de estos niños, debía ser contada. No desde el sufrimiento ni desde la amargura, sino desde la esperanza, la solidaridad y la ternura».

Tratándose de lo que se trata, el libro tiene dos partes diferenciadas: lo humano y lo mágico, que han ido «siempre de la mano» en la confección de esta novela juvenil, según cuenta su autor. «Para mí lo mágico y lo humano son elementos indivisibles, las célebres dos caras de una misma moneda. Por eso creo que no conseguimos entender la vida, porque tratamos de interpretarla desde una perspectiva u otra. Y, para complicarlo todavía más, nos emperramos en pensar que los equivocados son los otros. En fin...».

Algo de mágico tiene también, hay que decirlo, el que un técnico de rayos equis deje su trabajo y se dedique a escribir libros mayormente infantiles y juveniles. Uno de los motores de su actividad es la búsqueda de las tres es que, en su opinión, debe contener toda historia: «ser emocionante, emotiva y educativa». Si al final resulta que, además de eso, la ruta de los espíritus errantes se acaba convirtiendo en un itinerario turístico por Huesca, pues mejor para todos. Al menos, dará a conocer parajes y enclaves de una belleza rabiosamente ignota para el grueso de los españoles. Aunque, más que destacar rincones, Vilalta prefiere generalizar: «Toda la provincia de Huesca es mágica. Lo notas cuando visitas sus paisajes espectaculares. Da igual que no creas en estas cosas, percibes una energía especial en el ambiente. Te sientes partes del todo, y, al mismo tiempo, insignificante. Es un baño de humildad que te hace sentir de maravilla. De los lugares que aparecen en la novela, el más cercano a mi corazón es la localidad de Plan, en el valle de Chistau, en plenos Pirineos, famosa años atrás por la caravana de mujeres. Allí vive mi madre. Y siempre que puedo me escapo a pasar unos días».