«No es que los artistas sean subversivos, es que el arte lo es»

Beatriz Martín Vidal. La artista vallisoletana está empeñada en mostrar lo sorprendente que es la vida pese a las presiones de los negacionistas de la imaginación. ‘Enigmas’, ‘Querida tía Agatha’... son ejemplos de hasta dónde puede llegar la belleza cuando le da por hacerse preguntas

05 ago 2017 / 21:50 h - Actualizado: 05 ago 2017 / 23:27 h.
"Libros"
  • ‘Caperuza’, otra forma de contar y de imaginar el cuento clásico en la obra de Beatriz Martín.
    ‘Caperuza’, otra forma de contar y de imaginar el cuento clásico en la obra de Beatriz Martín.
  •  Beatriz Martín Vidal.
    Beatriz Martín Vidal.
  • Una de las ilustraciones del libro ‘Querida tía Agatha’.
    Una de las ilustraciones del libro ‘Querida tía Agatha’.

No solo hipnotiza con sus ilustraciones: también con sus palabras, que son palabras de manantial. Beatriz Martín Vidal habla sin corazas ni prejuicios sobre el arte, las dudas, la inspiración, el proceso creador, sus mejores libros y sobre qué es lo mejor que puede hacer una persona que sabe lo que quiere.

—Las palabras son un instrumento de reflexión. ¿Lo son también las imágenes?

—Creo que el arte en todas sus formas es un instrumento de reflexión, de descubrimiento y de apertura a experiencias que van más allá de nuestra realidad cotidiana, que la amplían o arrojan una nueva luz sobre ella, o que la cuestionan. En ese sentido todas las artes, especialmente la literatura y las artes plásticas siempre han sido miradas con desconfianza en los sistemas de pensamiento que quieren imponer una realidad única, un solo punto de vista sobre el mundo. No creo que necesariamente los artistas pretendan ser subversivos, sino que es la propia naturaleza del arte la que lo es.

Por lo que se refiere a mi trabajo, no afronto la ilustración de un texto o la creación de un álbum con la intención de educar o de ofrecer un punto de vista original sobre una historia, ni siquiera con el propósito de ofrecer algo a la sociedad. Para mí el proceso artístico, en especial en el trabajo más personal, como es el caso de los álbumes de los que soy autora, es algo profundamente íntimo. No es lo que quiero contar, sino lo que me pregunto a mí misma. No parto de un mensaje, porque a menudo eso hace descarrilar el proceso de creación. Creo que el proceso de creación es algo muy orgánico, se forma a partir de tus experiencias, de tu personalidad, de todo lo que has visto y has leído. Y se forma, en gran parte de forma inconsciente. Hay un proceso muy delicado, que en gran parte se hace a tientas, en el cual una historia, una secuencia de imágenes, se forma, y es un proceso que más que dirigir, escuchas. Te propones cosas a ti misma, observas cómo encajan, cómo resuenan. Si el proceso cuaja, al final tienes una historia entre manos, o una secuencia de imágenes que funciona y sobre todo que sabes que es sincera, que es verdad. Creo que es fundamental respetar ese proceso porque al final lo que haces tiene más significado del que puedes expresar racionalmente. Ha salido de algún sitio más profundo que la parte racional. Por eso, a menudo, el resultado final te plantea más preguntas que respuestas, incluso a ti misma.

—Su obra Querida tía Agatha es una invitación a la fantasía, a buscar no solo fuera sino también dentro de nosotros todas esas cosas que nos embellecen, nos hacen mágicos y nos asombran. Es también un homenaje a la novela victoriana y a la retranca e inteligencia de sus protagonistas. ¿Cómo le vino la idea de este libro?

–Casi todos mis álbumes han partido de una o dos imágenes que me rondaban por la cabeza durante años. En el caso de Querida tía Agatha, era la imagen de una chica victoriana flotando con formalidad y la imagen de la chica buceando, también vestida formalmente, conversando con una especie de ballena. Esta última fue el germen de la historia, creo. Dando vueltas a la imagen pensé que era como una foto de vacaciones que envías a casa y pensé que el texto sería algo parecido a lo que solemos poner en esas postales: Todo va bien por aquí, nos lo estamos pasando bien, conocemos gente interesante? Creo que esa fue la clave, cuando pensé en esa imagen en esos términos. Una vez llegado a ese punto, el texto para toda la secuencia de imágenes salió solo. Tenía que ser un contrapunto a las imágenes, cuanto más extravagante la ilustración, más discreto y formal el texto. Y la chica flotante encajó de pronto en la historia y la idea de que fuera una carta a un pariente. Y el contexto visual británico y victoriano reforzó esa idea de unir extravagancia y formalidad.

Por otro lado, una vez se formó la secuencia, apareció también la idea de qué es lo cotidiano y qué lo extraordinario. Definimos lo extraordinario o lo milagroso como cosas que nunca o casi nunca ocurren y por lo tanto nos asombrarían si sucedieran, como que aparezca una ballena en un estanque. La idea que tenemos de lo que es posible y lo que no, se forma con la experiencia. La realidad de un niño es mucho más flexible, porque aún no tiene mucha experiencia. Es la rutina cotidiana lo que define o fija esa realidad y define nuestra concepción de lo que es posible y lo que no.

—En su libro Enigmas, mientras tanto, lo que se percibe es una invitación a ponerlo todo en duda.

–Creo que cuestionarse las cosas, hacerse preguntas y dudar es propio de la naturaleza humana. Todos somos crédulos o aceptamos sin reflexionar algunos aspectos de la vida, y sin embargo nos cuestionamos otros. Quizá lo importante para cada uno de nosotros sea dar con la piedra de toque que nos motiva, que nos inspira, que nos hace reflexionar y hacernos preguntas. No creo que sea necesario que a todos nos interesen las mismas cosas, pero sí es importante que no dejemos escapar las que nos interesan.

Enigmas se basa en historias ya establecidas, forjadas por cientos de años de tradición oral. Son los cuentos clásicos y están con nosotros desde hace tanto tiempo que no nos los cuestionamos. En mi caso ni siquiera soy capaz de recordar cuándo los escuché por primera vez. Es como si los aprendiéramos al tiempo que aprendemos a hablar y requiere un esfuerzo muy deliberado examinarlos como si los vieras por primera vez, igual que es difícil examinar tu propio idioma como si fuera un lenguaje ajeno. Los cuentos de hadas clásicos son fascinantes en el sentido de que no hay un autor. En ese sentido son familia de la mitología o las historias del Antiguo Testamento. Son narraciones que se pulieron, se crearon y recrearon a lo largo de siglos, de generaciones y generaciones de personas contándoselas unas a otras. Cuando uno examina esas narraciones intentando verlas como si fuera la primera vez, se da cuenta de lo profundamente extraños que son y a la vez de lo atávicos que son los miedos y deseos que reflejan. El miedo visceral de un niño a que sus padres no lo quieran y lo abandonen, el miedo al monstruo que quiere devorarte, la necesidad de regresar a casa. Todo eso está presente tanto en Pulgarcito como en Hansel y Gretel, por ejemplo. Y su resolución además es dura y difícilmente encajable en una moralidad cotidiana. Te enseñan a sobrevivir y a matar al monstruo, ya sea un ogro o una bruja. Me fascina que esas historias que, si se hubieran creado hoy, serían inaceptables, estén asimiladas de tal modo que la mayoría de la gente las acepta con normalidad como lectura infantil. Cosa con la que estoy de acuerdo, por otra parte. Los niños necesitan armas para hacer frente al miedo y los cuentos se las dan. No es sólo que te enseñen que hay monstruos, es que te dicen que por terribles que sean, se les puede vencer.

Al margen de esta pequeña reivindicación de estas historias maravillosas, Enigmas juega a cuestionarse algunos aspectos de ellas, no con ánimo de quitarles validez, al contrario, son preguntas sobre estos mecanismos de la psicología humana que han quedado cristalizados en los cuentos. ¿Por qué vuelven a casa Hansel y Gretel? Ya les habían abandonado dos veces en el bosque. Tenían una casa nueva y las riquezas de la bruja, y sin embargo, todos sabemos que la narración tiene que resolverse regresando a casa. Es algo que necesitamos en cierto modo. ¿Por qué? Es algo que está mas allá de la lógica y que me resulta fascinante. Cuando planteo esa pregunta en el libro no es que espere una respuesta, solo señalo lo que para mí es un misterio del corazón humano.

—Publicó usted su primer libro con una editorial australiana. ¿Cómo fue eso?

–Justo después de graduarme en la Escuela de Arte descubrí que existía la Feria internacional del libro de Bolonia. Es el evento anual más importante en lo que se refiere al libro ilustrado en el mundo. En aquel entonces yo apenas conocía álbumes ilustrados, uno de los pocos que tenía y que me había impactado mucho era El árbol rojo de Shaun Tan, que en aquel entonces no estaba publicado aún en España. La Feria es algo inmenso, cientos de stands de editoriales repartidos en cuatro pabellones. Yo iba deambulando un día por los pasillos y vi justamente ese libro en uno de los stands. No sabía nada de qué procedimientos había que seguir ni cual era la forma de contactar con los editores así que simplemente pedí una cita con la editorial que hubiera hecho ese álbum. Y me la dieron. La editorial resultó ser Lothian, cuya sede está en Melbourne y la editora que me atendió era Helen Chamberlin, responsable de un montón de libros maravillosos. Le gustó mi carpeta pero, como sucede a menudo en Bolonia, me dijo que preferiría que le mostrara un proyecto para un álbum ilustrado. En el verano siguiente yo hice mi primer álbum, Secrets, y se lo envíe en invierno. Les gustó, me ofrecieron publicarlo y así es como hice mi primer libro como autora.

—¿Cómo le ha afectado a usted el hecho de ser artista y evolucionar como tal? ¿Ha ganado en sinceridad, en profundidad, en emotividad, en instinto...?

–Sí, he ganado en todo eso y más. Durante bastante tiempo no pude dedicarme a dibujar y pintar. Empecé los estudios de Derecho y durante bastante tiempo insistí en estudiar algo que realmente no me interesaba, sabiendo ya que lo que quería hacer era estudiar Bellas Artes. Finalmente es lo que hice, pero esa experiencia fue muy esclarecedora. Lo que estudias y lo que haces te cambia. Aún más, creo, cuando hablamos de algo tan personal como dedicarse a desarrollar un proceso artístico, algo que exige no solo la disciplina de aprender un oficio sino que también te exige cuestionarte a ti mismo todo el tiempo, intentar averiguar que es lo que te interesa, qué te inspira, qué quieres contar.

Sin duda ganas en sinceridad. Aprendes a escucharte a ti mismo y creo que eso es lo más difícil que hay porque lo que escuchas nunca es claro, no es evidente, ni traducible a palabras y mensajes concretos. Aprendes a expresarte en imágenes y al hacerlo cambias y creces. No es que encuentres muchas respuestas, como ya he dicho antes, pero a lo largo del proceso sí que encuentras preguntas y, como en un koan zen, tal vez lo importante es la pregunta. La pregunta es la llave que abre la puerta de una experiencia que antes no podías alcanzar.