Hay un lugar tal vez minúsculo en el mapa, pero muy interesante si se obvia el tamaño, donde conviven criaturas extraordinarias: un niño que a veces, cuando se aburre, pone cara de ambulancia y lo hace tan bien que realmente es una ambulancia estupenda, hace sonar sus sirenas, salva vidas... Hay también varios monstruos que disponen de un manual para superar con éxito sus encuentros con la infancia. Hadas: hadas a porrillo, las más famosas, las de Cottingley (como bien sabía sir Arthur Conan Doyle, que además de crear a Sherlock Holmes tenía el don de la fascinación por lo imposible). Y ese lugar donde suceden todas estas cosas y algunas más (más o menos, diez cosas impensables al año) se llama Tres Tigres Tristes. Una editorial sevillana de libros infantiles que, según Barbara Centorbi (Barbara Centorbi, además de una diseñadora argentina, es el 50 por ciento de la empresa –la otra mitad es el arquitecto sevillano Guillermo Pérez– y escribe su nombre sin tilde), carece por completo de la menor intención de rivalizar con otros sellos en asuntos relativos a la cantidad. «Lo que nos importa sobre todo es cuidar mucho la calidad de la edición», explicaba ayer ella. «Buscamos siempre esa calidad, no nos preocupamos por las campañas, por exigir demasiado, por tener tantos libros en tal tiempo, sino que trabajamos muy intuitivamente. Trabajamos con autores que estamos superagradecidos de poder tener con nosotros. Nuestro interés va más en el valor del autor, en el mensaje que transmite, y en la calidad de la edición. Eso es lo que nos lleva a ir más relajados».
Tres Tigres Tristes nació en 2013 a partir de un negocio relacionado con la papelería en el que había muchas ganas de lanzarse al mundo del libro ilustrado. Comenzaron estableciendo contacto «de forma natural», como precisa Barbara Centorbi, con los ilustradores sevillanos Raquel Díaz Reguera, Raúl Nieto Guridi y Enrique Quevedo. En el mercado de la literatura infantil y juvenil, que produce más de 12.000 libros al año y una media de 35 títulos al día, la editorial «no se deja devorar por el ansia de la novedad y publica una media de 10 títulos al año». Entre ellos están Las hadas de Cottingley de Ana Sender, que recrea el misterioso –y presuntamente fraudulento– episodio de las hadas retratadas en 1917, en Inglaterra, por la cámara fotográfica de las niñas Elsie Wright y Frances Griffith. Aunque con el tiempo reconocieron que eran falsas, «Frances sostuvo hasta su muerte, en 1986, que una de las fotos sí era auténtica, y que las hadas, por supuesto, existen de verdad», como explica la autora. Está A veces me aburro, de Juan Arjona y Enrique Quevedo, destacado por el librero sevillano de Rayuela, Miguel Ángel Escalera, como uno de los que más están gustando a los niños. Otro título destacado es Al caer la noche, también de Enrique Quevedo, subtitulado Consejos útiles para una sana convivencia entre especies (y cuando se dice especies no se habla de periquitos y humanos, precisamente). Inolvidables los Cuentos por correo de Raquel Díaz Reguera –que lleva ya 8.000 ejemplares vendidos– y su Laboratorio portátil de escritura, que va por la cuarta edición y es material de trabajo en algunos centros docentes. Cómo meter una ballena en una maleta (Raúl Guridi), otro título relevante de esta casa, es un libro en formato acordeón y dentro de una maleta de cartón, que cuenta qué sucede con tus recuerdos y pertenencias cuando vas a emprender un viaje sin retorno. Y sigue.
«Hemos tenido la suerte de contactar con ellos de forma directa, porque nos ha gustado muchísimo su trabajo», contaba Barbara Centorbi. «Por ejemplo, Ana Sender se puso en contacto con nosotros con un proyecto que no comprendíamos mucho, pero nos gustaba como ilustradora. Empezamos a hablar con ella, a seguir su trabajo y a decirle que si tenía otras propuestas que contara con nosotros clarísimamente. Porque a veces nos entran cosas que no son las que buscamos o no encajan con lo que nos gusta, pero no por eso al ilustrador lo descartamos sino que intentamos crear proyectos nuevos con él».
«Nosotros hace cuatro años nos lanzamos a la piscina. Y fuimos aprendiendo un poco los palos, lo cual nos pareció fantástico porque así es como se nos queda bien grabada la lección. También aprendimos cuando fuimos a la primera Feria de Bolonia, que fue un baño de realidad, y dijimos: vale, vamos a seguir trabajando mucho, mucho, porque tenemos que conseguir muchísimas cosas todavía. Es un aprendizaje permanente».
Hay un lugar tal vez minúsculo en el mapa, pero muy interesante se se obvia el tamaño, donde conviven criaturas extraordinarias: un niño que a veces, cuando se aburre, pone cara de ambulancia y lo hace tan bien que realmente es una ambulancia estupenda, hace sonar sus sirenas, salva vidas... Hay también varios monstruos que disponen de un manual para superar con éxito sus encuentros con la infancia. Hadas: hadas a porrillo, las más famosas, las de Cottingley (como bien sabía sir Arthur Conan Doyle, que además de crear a Sherlock Holmes tenía el don de la fascinación por lo imposible). Y ese lugar donde suceden todas estas cosas y algunas más (más o menos, diez cosas impensables al año) se llama Tres Tigres Tristes. Una editorial sevillana de libros infantiles que, según Barbara Centorbi (Barbara Centorbi, además de una diseñadora argentina, es el 50 por ciento de la empresa –la otra mitad es el arquitecto sevillano Guillermo Pérez– y escribe su nombre sin tilde), carece por completo de la menor intención de rivalizar con otros sellos en asuntos relativos a la cantidad. «Lo que nos importa sobre todo es cuidar mucho la calidad de la edición», explicaba ayer ella. «Buscamos siempre esa calidad, no nos preocupamos por las campañas, por exigir demasiado, por tener tantos libros en tal tiempo, sino que trabajamos muy intuitivamente. Trabajamos con autores que estamos superagradecidos de poder tener con nosotros. Nuestro interés va más en el valor del autor, en el mensaje que transmite, y en la calidad de la edición. Eso es lo que nos lleva a ir más relajados».
Tres Tigres Tristes nació en 2013 a partir de un negocio relacionado con la papelería en el que había muchas ganas de lanzarse al mundo del libro ilustrado. Comenzaron estableciendo contacto «de forma natural», como precisa Barbara Centorbi, con los ilustradores sevillanos Raquel Díaz Reguera, Raúl Nieto Guridi y Enrique Quevedo. En el mercado de la literatura infantil y juvenil, que produce más de 12.000 libros al año y una media de 35 títulos al día, la editorial «no se deja devorar por el ansia de la novedad y publica una media de 10 títulos al año». Entre ellos están Las hadas de Cottingley de Ana Sender, que recrea el misterioso –y presuntamente fraudulento– episodio de las hadas retratadas en 1917, en Inglaterra, por la cámara fotográfica de las niñas Elsie Wright y Frances Griffith. Aunque con el tiempo reconocieron que eran falsas, «Frances sostuvo hasta su muerte, en 1986, que una de las fotos sí era auténtica, y que las hadas, por supuesto, existen de verdad», como explica la autora. Está A veces me aburro, de Juan Arjona y Enrique Quevedo, destacado por el librero sevillano de Rayuela, Miguel Ángel Escalera, como uno de los que más están gustando a los niños. Otro título destacado es Al caer la noche, también de Enrique Quevedo, subtitulado Consejos útiles para una sana convivencia entre especies (y cuando se dice especies no se habla de periquitos y humanos, precisamente). Inolvidables los Cuentos por correo de Raquel Díaz Reguera –que lleva ya 8.000 ejemplares vendidos– y su Laboratorio portátil de escritura, que va por la cuarta edición y es material de trabajo en algunos centros docentes. Cómo meter una ballena en una maleta (Raúl Guridi), otro título relevante de esta casa, es un libro en formato acordeón y dentro de una maleta de cartón, que cuenta qué sucede con tus recuerdos y pertenencias cuando vas a emprender un viaje sin retorno. Y sigue.
«Hemos tenido la suerte de contactar con ellos de forma directa, porque nos ha gustado muchísimo su trabajo», contaba Barbara Centorbi. «Por ejemplo, Ana Sender se puso en contacto con nosotros con un proyecto que no comprendíamos mucho, pero nos gustaba como ilustradora. Empezamos a hablar con ella, a seguir su trabajo y a decirle que si tenía otras propuestas que contara con nosotros clarísimamente. Porque a veces nos entran cosas que no son las que buscamos o no encajan con lo que nos gusta, pero no por eso al ilustrador lo descartamos sino que intentamos crear proyectos nuevos con él».
«Nosotros hace cuatro años nos lanzamos a la piscina. Y fuimos aprendiendo un poco los palos, lo cual nos pareció fantástico porque así es como se nos queda bien grabada la lección. También aprendimos cuando fuimos a la primera Feria de Bolonia, que fue un baño de realidad, y dijimos: vale, vamos a seguir trabajando mucho, mucho, porque tenemos que conseguir muchísimas cosas todavía. Es un aprendizaje permanente».