Pop disímil guiado por voces

El Festival South Pop exhibió en el Teatro Alameda diez maneras diversas,
todas plausibles, de entender la música para celebrar su décimo aniversario

03 may 2015 / 21:44 h - Actualizado: 03 may 2015 / 23:27 h.
"Música"
  • Delafé y las Flores Azules protagonizaron el momento cumbre del festival. / Fran Vázquez
    Delafé y las Flores Azules protagonizaron el momento cumbre del festival. / Fran Vázquez
  • Los murcianos Neuman no defraudaron. / Fran Vázquez
    Los murcianos Neuman no defraudaron. / Fran Vázquez

El Festival South Pop –y con él su progenitor, la compañía de música independiente Green Ufos– celebró este fin de semana su décimo aniversario –si bien era la novena edición, ya que el evento es bienal desde 2011– por todo lo alto. Esto es, con diez maneras diferentes, todas ellas de excelente calidad y puesta en escena, de entender, sentir y transmitir el pop disímil, esa apuesta indie que no cuenta por millares sus seguidores pero que puede, y debe, tener cabida en la agenda cultural de toda ciudad que se precie.

Así lo ha entendido además el Ayuntamiento, colaborador-patrocinador imprescindible e inevitable para la supervivencia de este y otros eventos de diversa índole que, bien organizados y ejecutados, pueden asimismo resultar rentables. Porque, de hecho, el Teatro Alameda registró por momentos, sobre todo en la noche del sábado, un (cuasi) lleno que justifica la existencia y la viabilidad de la iniciativa.

En lo musical, Green Ufos acertó de pleno en la elección de todos los artistas y de los cabezas de cartel en particular. Porque Nacho Vegas (el viernes) y Delafé y las Flores Azules (el sábado) triunfaron por encima del resto en lo tocante no ya a calidad, que se les presuponía, sino a congregación y comunión con el público. Si el gijonés protagonizó el punto culminante de la primera jornada ante 400 personas, la banda barcelonesa llevó al éxtasis y arrastró al baile a unas 750 en el momento cumbre del festival.

Y eso, curiosamente, con dos propuestas diametralmente opuestas: el rock de autor depresivo y apocado de Nacho Vegas en contraste con el hip-pop vitalista y entusiasta de Delafé... Uno y otros se llevaron a la audiencia a su terreno, y ésta se entregó sin condiciones. Claro que tanto Nacho como Óscar y Helena –dualidad chico-chica infalible– contaban con bazas seguras, amén de su carisma y personalidad, tales como una banda sólida y de un nivel exquisito o la consciencia de poseer un repertorio de sobras conocido por sus fans.

No fueron, ni mucho menos, los únicos triunfadores del evento. También lograron, y de qué manera, enchufar y enganchar al público Tulsa, el proyecto folk-rock de Miren Iza que engatusó al respetable, que ya parece una fiel parroquia, con su catálogo de canciones ásperas y a la par cautivadoras. Y qué decir de los murcianos Neuman, quienes sacudieron los cimientos del Alameda con su rock incendiario, de quilates y decibelios infinitos, plasmado en tres álbumes excelsos, con tres paréntesis calculados para la calma y la introspección del carismático líder, Paco Román, quien acabó protagonizando el momento gamberro del evento pateando el micrófono y desmoronando la batería ante un inconveniente con una de sus múlitples guitarras.

Por cierto, otra salida de tono –entiéndase comprensible– corrió a cargo de Lois Brea, cantante de Trajano!, quienes no pudieron rematar su faena ante la rotura de la clavija de su guitarra cuando aún les quedaba un par de temas en la recámara. Antes del incidente, la banda gallega-madrileña hizo lo posible, y lo imposible, por complacer y motivar al público, sólo que se encontró con barreras insalvables: les tocó abrir (a las ocho de la tarde), hacía un calor importante y, por otro lado, su propuesta musical (y vocal) es demasiado arriesgada –y qué diablos, nada pop– para pretender la complicidad de un público que seguramente no ha escuchado a Buahaus ni mucho menos a otros referentes de su rock oscuro, rijoso y contumaz.

Otros de arriesgada, y no por ello menos seductora, propuesta fueron Montgomery, que dejaron el pabellón local bien alto. Ellos, inmediatamente después de Trajano!, sí alcanzaron a embelesar al público (también habría muchos amigos) gracias al adorable entendimiento vocal y emocional entre Miguel, el cantante-percusionista, y Amanda, la batería y backing vocals. Y pese a que sus ritmos tribales, repetitivos, contenidos, opresivos, progresivos, pueden exasperar al más curtido oyente, que se pregunta: ¿y cuándo viene el estallido? Nunca.

Más dosis de exotismo y de atmósferas extravagantes pusieron los británicos Glass Animals con su pop de ritmos africanos, su frontman excesivamente gesticulante y su sonido más que peculiar, fruto de la práctica inexistencia de sección rítmica: ni bajo ni guitarra (sí, el vocalista se la cuelga en algunos temas, los menos).

La cuota foránea la completaron Sandra Kolstad y College, las dos propuestas más viradas a lo electrónico del festival. La noruega asombró con su impactante y silvestre puesta en escena, acompañando a un pop bailable y explosivo; el francés clausuró con un espectáculo inspirado y estimulante... sólo que ya en esa fase el cansancio hacía mella; demasiada tralla acumulada.

Y, por último –cerraron como David Grellier, sólo que el primer día–, The Prussians. Su excelso e inmaculado pop-rock (cuyas innumerables virtudes ya fueron glosadas en este periódico en la última entrega de Aladar) venció y convenció a propios y escépticos por su capacidad no ya de sublimar un estilo hipermanido con generosas raciones de ritmos ora tropicales ora épicos, sino de empatizar con el público y llevárselo al bolsillo... literalmente, con cedés de su impagable Mul Mul volando y el cantante, Dominic, bajando del pedestal para fundirse con la masa.

Un colofón inmejorable para una novena edición diez, redonda como es el pop incluso si es poliédrico.