No fue nada premeditado ni hubo flechazo ni sueño cumplido: David Marín se enamoró de su carrera sobre la marcha. Entró en ella de rebote: la recién nacida Informática estaba de gente hasta las trancas y hubo que buscar acomodo académico por otros parajes. Aparejadores le pareció lo suficientemente confortable e interesante. «Y muy constructiva, je, je», dice, tirando del que probablemente sea el chiste más antiguo del gremio. No se conformó con ello: después, y arrastrado por la emoción de haber tenido un buen profesor de legislación (lo mismo que él imparte ahora en la Hispalense, por cierto), hizo Derecho. Y hoy, como presidente del Colegio de Aparejadores y Arquitectos Técnicos de Sevilla, goza entre otras de tres prerrogativas que le hacen no arrepentirse de los pasos dados en la vida profesional: una, comprobar cómo poco a poco parece que va resucitando la construcción, tras la masacre de la crisis; otra, el haber descubierto una nueva forma de mirar las ciudades, la de aquel que sabe cómo están hechas; y la tercera, gozar para ello de un ventanal inmenso con vistas a la Avenida de la Palmera, donde tiene su despacho institucional.
Probablemente, todo esto tenga que ver con que nunca pierda la sonrisa este sevillano de la cosecha de 1968. Ni siquiera cuando se le pregunta cuántos de su oficio siguen vivos después de la masacre de la crisis. «Aparejadores quedan todos, je, je», advierte. «Tenemos unos 2.200 colegiados. Desde la crisis, que empezó más o menos en 2006, es verdad que hemos sufrido una bajada importante. Llegamos a tener el el colegio casi 3.200 y ahora unos mil menos. Prácticamente todo se debe a la situación económica; hay muy poco movimiento económico. Dicen que el motor de la economía es la construcción, pero podemos imaginar fácilmente que también es el motor del colegio».
Muchos de ellos se tuvieron que ir fuera, a lugares en efervescencia urbanística o donde el idioma no fuese un hándicap. Dubai, Londres, Hispanoamérica han sido el salvavidas profesional de unos sevillanos que en buena medida entraron en la carrera del mismo modo que Marín, con cierta indefinición y sin amor previo, o bien por ser hijos de aparejadores y cosas por el estilo. Pero al igual que él, fueron quedándose enganchados por el camino. «Es un mundo muy interesante», cuenta. «Nosotros vemos los edificios, pero en cuanto uno entra en la escuela y ve cómo se hacen por dentro, cómo funcionan... Lo que envenena de él es, sobre todo, la practicidad. Es una carrera muy práctica desde el principio, aunque en el primer curso hay asignaturas muy teóricas, como Cálculo, como Física, como Geometría, pero se empieza ya a ver la introducción a la construcción y uno empieza a ver cómo realmente se hacen las cosas. A ver que detrás hay cosas muy curiosas».
No podría emitir este hombre un diagnóstico de cómo está Sevilla del cero al diez, vista por un aparejador, si está bien hecha o no en líneas generales. «Generalizar siempre supone una injusticia tanto si se dice positivamente como si se enfoca negativamente la respuesta», advierte. «Hay edificios emblemáticos de la ciudad, la Plaza de España por ejemplo, y hay otros más modernos, las Setas (que no es un edificio sino una construcción). Y todos ellos tienen la calidad suficiente como para perdurar en el tiempo. Realmente la prueba del cinco de los edificios es que perduren en el tiempo y que los usuarios estén contentos con su funcionalidad. Ha habido épocas en las que el boom inmobiliario ha hecho que la edificación proliferara de manera excesivamente rápida con mano de obra poco especializada... en definitiva, cuando hay una demanda enorme hay que producir mucho y a veces el exceso de producción provoca ciertos defectos. Pero al margen de esos periodos, yo entiendo que las edificaciones en general en Sevilla son de calidad, lo que ocurre es que el usuario de hace años no es el mismo que el de la actualidad. La curva de exigencia de calidad de un usuario no es la misma en los años 60 que ahora. Por lo tanto, un edificio que en los 60 cumplía con los estándares de exigencia de calidad de un usuario no es un edificio que ahora los cumpla. De hecho, si cogiéramos un edificio de esa época, lo demoliésemos y quisiéramos construirlo nuevo hoy, no podríamos hacerlo porque no cumpliría casi ninguna de las normas actuales de código técnico, de exigencia de accesibilidad, energética... En cada momento hay unas exigencias y se intenta adaptar la edificación a ellas. Actualmente existe una normativa ingente, incluso excesiva, porque a veces el papel lo aguanta todo pero luego hay que materializarlo, y es complicado sobre todo desde el punto de vista de los técnicos y de ajustar en la economía. Pero es una normativa que ha cambiado su concepto; antes era prescriptiva (te decía esto, esto y esto es lo que hay que hacer) y ahora es prestacional, es decir, se centra en lo que tiene que cumplir el edificio: tiene que ser funcional, tiene que ser seguro, dar ahorro energético, accesibilidad...», explica.
El ser humano sabe cuánto puede llegar a vivir un elefante, una mariposa, un sauce y hasta él mismo, pero la vida que puede llegar a alcanzar una construcción es todo un misterio. En principio, según el presidente de los que saben de esto, «la máxima posible. Todo depende. Se puede calcular la vida media y decir que un edificio puede llegar a los cien años perfectamente. Hay otros que llevan mucho más. Todo depende del mantenimiento. Por eso es muy importante la figura del técnico del edificio que estamos intentando siempre promocionar; el edificio debe tener un técnico como el médico de cabecera, que cuando se produzca algo o haya que mantener algo esté allí presente el aparejador para que el edificio dure lo que haga falta. Como las personas, si uno no se cuida, come lo que le da la gana, no va nunca al médico y no hace nada por su físico, pues se deteriora y la esperanza de vida disminuye mucho. Lo mismo ocurre con los edificios. Los usuarios quizá tienen la sensación de que su edificio no necesita mantenimiento, que es un elemento estático, pero desde siempre se sabe que un edificio es una máquina; no tan dinámica aparentemente como un coche, pero tiene unas instalaciones, unos elementos móviles, elementos externos expuestos a las inclemencias y que se deterioran... En ese sentido, necesita un cuidado».
Eso, por lo que hace al mantenimiento; por lo demás, «nosotros procuramos que todo salga con la máxima calidad y con el mínimo coste. Bueno, bonito y barato, esa es nuestra misión fundamental en el sector de la construcción». Un ambiente en el que se echa mucho de menos la de trabajo que daba antes. En su objetivo prioritario de mejorar el número actual de empleos, el presidente dice que «lo fundamental es tomar la iniciativa para que el motor de la construcción se active». «Desde hace tiempo nos hemos dado cuenta de que es la única forma de que esto continúe sin que se produzca un desánimo generalizado, una situación perenne de crisis. Porque nuestro sector productivo tiene industria, tiene turismo, pero está comprobado que si no funciona el sector de la construcción es difícil remontar una crisis económica, en este país y en cualquier otro. Si el sector de la construcción está muerto, muy difícilmente podremos salir de una crisis económica. Es verdad que el turismo está tirando del carro y que están aumentando las exportaciones, y la evidencia clara es que algo hay más de actividad, pero la actividad en general en el sector económico todavía no ha arrancado de forma potente. Y eso se va a ver en cuanto el sector de la construcción comience otra vez su actividad. Es verdad que hay ya una serie de señales interesantes. En Madrid, Barcelona y la Costa del Sol se ve una actividad importante. Siempre se ha dicho que la crisis empezó en la Costa del Sol pero ahora está empezando a despejarse allí. Por lo tanto, es indicativo de que posiblemente en poco tiempo veamos cambios en este sector, cambios positivos».
En Sevilla, la recuperación va más lenta pese a que vuelven a oírse las sierras eléctricas y las hormigoneras por las calles, un paisaje sonoro que desapareció de raíz hace ocho años. «Hay cierta expectativa por parte de los inversores de que la construcción está progresando. Sí es cierto que no ve nadie factible que volvamos al boom del 98 al 2006; eso fue una circunstancia a la que todo el mundo ve que no se va a llegar. Pero sí se va a llegar a una normalización. Es verdad que este sector no admite predicciones generalistas porque en él la actividad está muy localizada; no es lo mismo el casco histórico de Sevilla, a efectos de promociones, que un pueblo de la provincia de tres mil habitantes. Hay ciertas localizaciones que no han acusado la crisis porque están muy demandadas. Creo en lo que decía Woody Allen: hay tres factores para el secreto del éxito de una edificación: el sitio, el sitio y el sitio».
Tras aquel descalabro brutal de hace unos años, han sacado una o dos enseñanzas útiles. «Desde el punto de vista técnico hemos aprendido que las cosas tienen su tiempo y que hay que hacerlas en los plazos y con los medios necesarios. Pero yo creo que en esta crisis quien tiene que aprender, y espero que haya aprendido, es el sector financiero. Porque todo esto viene de una burbuja de supervaloración de un bien, que es la vivienda, y de una especulación que estaba muy apoyada por una financiación brutal y muy fácil de conseguir. Durante el boom surgieron muchas empresas que no estaban especializadas ni habían trabajado nunca en el sector, y que veían una alta rentabilidad y se metieron, y eso produjo cierta distorsión en la calidad y en el sector en general. Ahora han quedado aquellas que tenían una cierta racionalidad, cierto recorrido y que han logrado resistir. Ha habido una cierta limpia, han quedado los profesionales de verdad, los que conocen el sector y lo entienden.
David Marín, a todo esto, vive en un piso. Lo compró hace diez años, quién lo iba a decir, justo cuando había que dar un riñón como entrada. Él dice sentirse muy a gusto allí, y más le vale por lo que le costó, una cifra que prefiere reservarse al no estar seguro de que su interlocutor haya desayunado. Es fácil deducir que el presidente del Colegio de Aparejadores será comprensivo con quienes siguieron sus mismos pasos. «Eran las circunstancias. Yo soy el primero que compró con aquel precio de mercado. Que ese precio estaba sobredimensionado, pues... eso es como cualquier otro producto. Ahora mismo uno va al mercado y si quiere comprarse un centollo, es el peor momento. Pero bueno, si por lo que sea tienes la necesidad (no digo de un centollo), quizá... Ahí es donde hablo de un aprendizaje de todos en general: del sector financiero, de los gobernantes... lo importante es que no debemos volver a caer en aquellas circunstancias, que supusieron mucha mejora económica para mucha gente en un momento determinado pero que a la larga suponía una crisis muy importante. El aprendizaje es que no debemos irnos a hacer un parque inmobiliario excesivamente voluminoso con respecto a las necesidades de la población. Tampoco lo contrario, que en 2013 y 2014 prácticamente la construcción era cero. Debemos introducir un factor de racionalidad. Que sea razonable. Estudiar las necesidades del mercado y en función de ello ir evolucionando. Se llegó a 800.000 viviendas al año en España, cuando lo normal, en un periodo no excepcional, es que haya unas ciento y pico mil. Y ahora mismo se está produciendo menos. En Sevilla se puede decir que fácilmente se llego a siete u ocho veces más de lo que es normal».
David es sevillano, aunque solo se lo noten los de fuera. Le encanta su ciudad, y eso que no comparte del todo el discurso de las esencias sevillanas y demás. «A mí me gusta la Semana Santa, la Feria, pero no soy un fanático de nada, lo tengo que confesar, aunque aquí en Sevilla confesar eso no sea muy políticamente correcto. Voy uno o dos días. No soy de los que dicen que somos lo mejor de lo mejor de lo mejor. Sevilla es muy bonita, tiene unas cosas preciosas, un atractivo especial, pero siempre invito a todos los ciudadanos sevillanos a que visiten el mundo, que no se queden en Sevilla, porque el ver otras cosas que son también muy bonitas, y hay cosas muy buenas en todas partes, cuando uno vuelve enriquece a la ciudad. Sevilla es muy bonita, pero no tenemos que caer, como a veces caemos, en que somos lo mejor. Sevilla es lo que es y hay que mejorarla día a día. Y abrirse. Ser abiertos y autocríticos. Si hay otras cosas interesantes en otras partes, no tener ningún reparo en copiarla y mejorarla».
De todos los edificios de Sevilla, se queda con los de Aníbal González. Y cuando mira a la Giralda, cosa que es de suponer que hace mucho, reconoce que tal vez la encuentre un poco torcida. «Hay varios estudios. En el departamento de Topografía se hizo alguno y en Arquitectura, y tiene cierta inclinación. Yo no soy experto en esa materia, pero que nadie se asuste porque, al parecer, según las catas que se han hecho por las entidades de control, goza de buena salud. Los edificios de altura no hay que extrañarse de que tengan cierto desplome, pero son desplomes que no tienen por qué alarmar a nadie, son normales. Los edificios están asentados sobre terrenos y estos pueden tener cambios a lo largo del tiempo. Y en todo caso, si algún día se detecta que hay una desviación excesiva, hay medios para solventarla sin ningún problema», dice, sin perder la sonrisa que ha mantenido durante toda la conversación. Antes se cae la Giralda.