Qué de teatro tiene la vida

La madrileña Marta Sanz obtiene el Premio Herralde de Novela con ‘Farándula’, una sátira borde sobre los males del mundo a través de tres generaciones de actrices

28 nov 2015 / 22:06 h - Actualizado: 28 nov 2015 / 22:07 h.
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  • En el libro Farándula, la escritora Marta Sanz pone la diana en el «maltratado» universo del teatro. / Efe
    En el libro Farándula, la escritora Marta Sanz pone la diana en el «maltratado» universo del teatro. / Efe
  • Qué de teatro tiene la vida

Marta Sanz forma parte de esos escritores que no se quedan en su torre de marfil; sus libros son una mirada crítica y punzante sobre la sociedad a la que incomoda e interroga. Ahora en Farándula, premio Herralde de Novela, pone la diana en el teatro, un gremio «maltratado» como representación del mundo en general.

Farándula, que acaba de ser publicada por Anagrama, «parte de una representación de todos los oficios de la cultura que en los últimos tiempos han sido maltratados y he elegido el universo del teatro porque se unifica el glamour, las lentejuelas, la alfombra roja o la fábrica de los sueños con la máxima precariedad», explica Marta Sanz (Madrid, 1967).

«Un oficio que en los tiempos más duros de la crisis continúa ha llegado a tener un 90 por ciento de paro, según recordó el actor Emilio Gutiérrez Caba». El caso es que la autora de títulos como Susana y los viejos y Lección de anatomía cree firmemente que «la literatura es capaz de transformar las cosas del mundo». «Creo que la poesía es un arma cargada de futuro y entonces intento ser muy optimista en mi trabajo, aunque desde el punto de vista político vivo un momento de escepticismo», añade.

Sanz, cuyo sello es el cuidado del lenguaje y la ironía, es junto con escritores como Rafael Chirbes, Belén Copegui e Isaac Rosa, entre otros, quienes han puesto en negro sobre blanco los temas más reales de hoy, como el paro, la corrupción, la precariedad o los abusos del sistema capitalista y neoliberal.

Todo ello siempre con una profunda preocupación por la estética del lenguaje, y con Farándula completa su ensayo No tan incendiario, donde hablaba de estos temas nacidos del malestar que siente la autora en este momento.

«Este malestar que yo siento como persona que pertenece al mundo y mis ideas sobre el arte y la cultura en la sociedad de hoy relata ya lo recogí en mi ensayo y ahora se cristaliza en una novela literaria».

«Lenguaje anoréxico»

«He querido escribir una sátira y utilizar los códigos de la sátira con un lenguaje borde, exagerado y donde las animadversiones, de alguna manera, sirven de contrapunto a ese discurso hegemónico en la literatura de calidad que parece que se identifica con ese lenguaje adelgazado, anoréxico, que parece símbolo de la precariedad económica».

La autora vertebra Farándula a través de tres generaciones de actrices (Ana Urrutia, Valeria Falcó y Natalia de Miguel) y las tramas de Daniel Vals (amigo de Valeria y un actor de éxito muy rico, que firma un manifiesto a favor de las causas sindicales), y la del ictus de Ana Urrutia, una famosísima actriz consagrada y premiada que al final de sus días «no tiene donde caerse enferma, algo muy común».

Y hay una tercera trama en la novela, que es en la que lleva a cabo el montaje teatral de la película de Mankiewicz, Eva al desnudo. Esta es una parte importante de la novela porque es donde la autora habla de un cambio de modelo –«que es lo mismo que se cuenta en la película, dice»– y donde se habla del desprestigio del autor que tiene que pasar al mundo del cine.

«Se está cambiando la manera de producir el consumo de la cultura, el paso de lo analógico a lo digital que está modificando profundamente nuestros valores, nuestra sentimentalidad y nuestra manera de acercarnos a la literatura», subraya.

Marta Sanz critica y se queja del trato dado a la cultura por el Gobierno actual, pero también otorga la responsabilidad de la situación a los propios creadores, «a los intelectuales, artistas, escritores y periodistas que durante mucho tiempo se han ceñido al papel de bufones de una sociedad que era el mejor de los mundos posibles y no veían la necesidad de intervenir con sus obras. Hay una responsabilidad compartida», concluye la autora.