¿Qué harías si la vida fuese como el juego de la oca?

Una cosa es que termine el curso y otra que dejen de leer. Aquí van algunas sugerencias para que las vacaciones de los niños sean nutritivas para el intelecto y para el corazón

27 jun 2018 / 20:27 h - Actualizado: 28 jun 2018 / 09:11 h.
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  • Fragmento de una de las ilustraciones que integran el libro de la editorial Thule ‘El sueño del caracol’, de Raquel Catalina y Carlos Ortín.
    Fragmento de una de las ilustraciones que integran el libro de la editorial Thule ‘El sueño del caracol’, de Raquel Catalina y Carlos Ortín.

Lo primero que cobró Carlos Ortín por sus ilustraciones fue una tableta de chocolate. Lo primero que le pusieron por delante a Raquel Catalina cuando la contrataron como dibujante fue la pierna de un señor para que le hiciera un tatuaje. Ahora, ya más talluditos, se han unido ambos para crear uno de los libros infantiles más hermosos de la actual cosecha de primavera/verano: El sueño del caracol, donde él pone la historia, ella las imágenes y ambos le inoculan el mágico encanto de lo que se hace con el corazón. Este precioso volumen de la editorial Thule abre las recomendaciones encarecidas para que los más jóvenes de la casa no dejen de lado la lectura durante las larguísimas –para ellos– vacaciones de verano. Unas ilustraciones para comérselas y una historia deliciosa que a partir del juego de la oca interpreta los pequeños acontecimientos de la vida desde la perspectiva de la sorpresa y el hallazgo, imaginando que todo es una aventura, prescindiendo de la idea de que todo cuanto sucede es más o menos lo que cabe esperar.

No están mal las novedades de libros infantiles y juveniles. Uno muy divertido y muy vacacional es el que firma David Pedrera en Edelvives bajo el título Los mellizos detectives. Robo en Nueva York. Una vistosísima obra con aires de pasatiempo que pone a investigar a los lectores y no los deja parar. Primero, tienen que descubrir junto a los protagonistas cuál de los diez sospechosos que se barajan es el ladrón de un famoso cuadro del Museo Metropolitano de Arte de Nueva York. Partiendo de aquí, y puestos a rastrear las pistas por los escenarios más emblemáticos, lo que se ofrece es un soberbio recorrido por los grandes escenarios de la ciudad, dibujados con mucha ambientación, siempre atestados de gente y frenéticos de actividad: el Metropolitan, Central Park, Times Square, Little Italy, la Estatua de la Libertad, el Puente de Brooklyn, Wall Street, Chinatown, el Empire State. Lleno de anécdotas y curiosidades, el libro invita a seguir jugando y localizando a los dueños de ciertos objetos perdidos y a averiguar dónde se encuentran determinados personajes en las hiperpobladas páginas del libro.

En una línea muy diferente, un libro de hechuras modestas pero de grandes honduras recuerda a los niños cómo eran Los días pequeños, que así se titula. Lo publica Narval con la firma de Pep Bruno y las ilustraciones de Daniel Piqueras Fisk –el de Glup y Homo–, un artista muy a tono con la historia porque siempre procura contar cosas grandes, pero sin alardes. Este pequeño librito retoma el espíritu de los niños de los primeros años de la EGB, los que se tenían las rodillas llenas de postillas, manejaban el tirachinas, jugaban a las canicas y soñaban con los cuentos de miedo. Ayuda el que ambos autores nacieran a primeros de los setenta y que Pep Bruno sea, además, narrador oral, que es un oficio al que se le presupone un plus de mirada asombrada sobre la vida.

Comienza así: «Este es un pueblo pequeño, tan pequeño que si hubiera algún habitante más quizás no cabría». En él vive el hombre carta, al que llaman así porque lleva mensajes de una persona a otra y los transmite de viva voz (María, que ayer el atardecer fue tan hermoso que no pude evitar pensar en ti cuando lo miraba embobado. Un beso, tu Pedro). Juan Tarambana, Pedro Campana, la tía Gabriela, el niño Antón, el abuelo Lucio... componen entre todos más que un bodegón un paisaje, de cuando los tiempos eran otros y otras las prioridades, de cuando los asuntos netos de las personas tenían consistencia. Esas historias que uno termina de leer echando de menos no haber sido otra cosa y echando la mirada atrás como quien lanza un anzuelo al tiempo perdido, a ver qué recupera.

Otro imprescindible es Ciudades, escrito por Fran Alonso e ilustrado por Marc Taeger, de la editorial Kalandraka (que cumple ahora veinte añazos, por cierto). A primera vista parece un amable librito de poemas para niños, de esos que hablan de arbolitos, parques, perritos y juegos y que pintan de rosa y azúcar la vida infantil. Pero nada que ver. Sin prescindir de la dulzura, Ciudades es un grito tan fuerte como se pueda proferir. Es una descripción para niños de una realidad terrible, que es lo que el ser humano ha hecho con las ciudades; de cómo en ellas se ha amargado la vida, ha pervertido el tiempo, ha matado a los peces, ha enloquecido a los vecinos, ha abandonado a sus pobres... y cómo, pese a todo, siguen teniendo dentro todas las maravillas. «Pero yo la quiero porque es la ciudad donde nací». Ciudades-atasco, ciudades como flores de plástico adornando las cafeterías, ciudades que arañan los autobuses cuando se arrastran sobre el asfalto provocando en quien los mira una tristeza animal.

En Anaya, la colección El Duende Verde sigue produciendo títulos idóneos para la chiquillería, sobre todo ahora. Por citar uno, La alacena, de Patricia García-Rojo con ilustraciones de Nacho Pangua Méndez, que además está ambientada en el verano ocioso. Una historia de pasteles, panes, galletas, abuelas, amigos que dejan de serlo y cierta sustancia mágica que, debidamentre espolvoreada sobre la corteza crujiente de lo que sale del horno, hace milagros. Algo así como leer. Pero para niños.

Más recomendaciones, para quienes no tengan bastante: Los Archivos del Terror de J.X. Avern, de la editorial Bruño, es una curiosa colección de libros infantiles muy concienciada de que los tiempos han cambiado y de que ahora, salvo excepciones casi inverosímiles, no hay forma de atrapar a un niño en las redes de la lectura como no sea poniéndole una maquinita por delante. Las dos primeras entregas de esta serie intentan esta estrategia con dos temas de interés para la población menuda e hiperconectada: uno, los teléfonos móviles; otro, las compras a través de internet. De este modo, las intrigas que antes giraban en torno a castillos encantados, lagos brumosos, y parajes encantados se mudan al universo de las chiribitas tecnológicas, en un intento de que no se pierda por el camino ese gustillo por el misterio. El fantasma virtual y La maldición de los patines, se titulan, de Jaime Valero y Xavier Bonet. El número uno presenta un panorama de sobra conocido: un niño que vive enganchado al teléfono móvil, y que pasa el tiempo en internet fingiendo ser otro y pasándoselo bien. Solo que, en este caso, su avatar virtual sale de la pantalla y se dedica a suplantar al pobre chavalito. Con lo que la trama está servida. El otro título presenta a un niño cuya vida poco menos que se viene abajo porque sus padres no se pueden permitir comprarle los patines de marca que le gustan, hasta que una amiga suya encuentra una oferta irresistible en internet... que tiene trampa. Una pista: la tienda virtual se llama Infernalia. La chavalería de entre ocho y diez años puede sentirse bastante atraída por este tipo de peripecias, aunque cada niño es un cosmos.

Basta con asomarse a una librería más o menos especializada en libros infantiles y juveniles, o en libros ilustrados, para comprender las dimensiones de la avalancha editorial. Lo suyo es ir con los niños y que estos se empapen del ambiente, hojeen los volúmenes, se dejen seducir por las historias y, finalmente, hagan su elección y renuncien a otros ejemplares con la esperanza de hacerse con ellos dentro de poco. Así visto, un niño que sale triste de una librería es más prometedor casi que otro que sale contento, porque lleva en su disgusto el afán de leer. Pero en el caso de que no sea así, una apuesta bastante segura son los tebeos. Hay excepcionales cómics para todas las edades. Planeta Cómics tiene un excelente catálogo de tebeos europeos, americanos y japoneses, y le está dando mucho bombo a todo el universo expandido de Star Wars, con colecciones diferenciadas según los personajes y obras especiales, por si hay incondicionales en casa, así como también todo un torrente de manga. Asomarse a la web es una buena idea. Todo esto se multiplica en el caso de Norma Editorial, con primorosas y rotundas ediciones que rezuman todo el espíritu que el amante de los tebeos espera encontrar atrapado entre unas pastas. Hay de todo: clásicos, actuales, manga, superhéroes... y mucha obra para adultos. Y si lo que se busca es Astérix, El Capitán Trueno y los personajes de Ibáñez, hay que mirar en Salvat, que reúne grandes colecciones de todos aquellos personajes e historietas que antaño hacían que los niños salieran corriendo hacia los quioscos no bien cobrada la paga semanal.

Más ideas:

Imagina animales: Un libro curioso de Xosé Ballesteros y Juan Vidaurre con Kalandraka. Un repaso más gráfico que literario a la fauna que conforman, si uno se fija bien, los más triviales objetos de uso cotidiano. ¿Nadie ha visto un búho en un abridor de botellas, o un caracol en una cinta métrica, o una mariposa en una bisagra? Pues ellos sí,.

El bloc de las edades: Manuel J. Rodríguez ganó con este libro de Edelvives el Premio Alandar 2018 de literatura Juvenil. Laura recibe un bloc que parece tener la facultad de predecir los acontecimientos futuros. La relación con los padres, las clases, las amistades, los amores, el verano, la opresión de ser quien conoce las verdades de la vida. El largo adiós a la niñez. Todo eso.

¡Corre, Kuru, corre!: Historia de jirafas y de niños. ¿O es de inmigrantes que huyen? En Etiopía se la llama ketxine; en Sudán, geri; en Egipto, zarafa. Y con estos nombres y otros compone Patxi Zubizarreta, con ilustraciones de Rebeca Luciani y el sello de Edelvives, un libro que le ha valido el Premio Ala Delta de literatura infantil.