Al final, con mucho esfuerzo y sacrificio, uno logra morirse de hambre haciendo lo que quiere. Esa parecía ser la temeraria apuesta de Israel Gómez, El Irra, hasta la publicación de Palos de ciego con Astiberri, la editorial puntera en el mundo del cómic en España. David Rubín, uno de los astros españoles del género, se quita el sombrero en el prólogo ante una obra rebosante de originalidad y de verdad. Su retrato de la mala vida en San Juan de Aznalfarache ha sido recibido en el gremio como una descripción perfecta y universal «de lo puta que esta vida es».
—¿Cuál ha sido tu camino profesional hasta llegar a Palos de ciego?
—Soy autodidacta en esto de los tebeos y me llevo formando desde que hice mi primera historieta con unos nueve años. Siempre he sido muy mal estudiante, recuerdo que siempre entregaba los exámenes repletos de dibujos. Tras ser expulsado de la EGB acabé en la Escuela de Artes aplicadas de Sevilla, una especie de limbo, era algo así como la cara B del Bellas Artes. Al acabar me presentaba a concursos de tebeos a nivel autonómico. En la mayoría me comía un mojón, pero durante dos años consecutivos me premiaron con 600 pavos en el certamen Desencaja del IAJ. Pero esta inyección de moral duró poco. Sin perspectiva, tras pasar por varios trabajos de carga y descarga, reponedor, cajero, vendedor de contratos telefónicos y demás morralla, decido irme a Fuengirola, a casa de mi tío, con el objetivo de aprender el oficio de cerrajero y así tener una fuente de financiación para poder producir mis proyectos creativos. Al año siguiente regreso a Sevilla y en los seis años posteriores llego a montar hasta cuatro cerrajerías. Al final acabé encerrado en una actividad comercial que tan solo daba para pagarle los jamones a la Junta y al presidente del Gobierno de turno, así que al final di el cerrojazo y me lancé de lleno a mi verdadera vocación, contar historias.
Entonces decido rescatar el viejo proyecto de Palos de ciego, que era una espinita que tenía clavada desde que escribí el primer tratamiento allá por 2001. Una historia que hablaba de un pobre diablo que vuelve al barrio. En realidad quería hablar de las personas que vivimos en perpetua crisis desde mucho antes de la mal llamada crisis actual. Mi estado actual y de todas las personas que me rodean es bastante precario y esta situación era material de abono para contar esta historia desde una perspectiva nada transitada en el mundo de la ficción, que por regla general siempre está contada por niños y niñas de papa y mama que van de kies. Lo difícil fue mantenerme lo más honesto posible, sin buenos ni malos. Eso sí, procurando siempre trascender lo real.
—¿Cuáles son tus referentes y qué trabajos anteriores tienes?
—Referentes muchos, pero sobre todo los que me han causado impacto emocional. Verhoeven, Miller, Buñuel, Otomo, Scorsese, Mazzuchelli, Pasolini...
Hubo una época la que con la ayuda de dos amigos, hice varios cortometrajes precarios sobre personajes obsesivos con tendencia a la violencia que sirvieron para quitarme en mono de contar historias de manera más o menos inmediata, en una época que dibujaba y escribía de manera obsesiva, quizá para evadirme de la realidad que me rodeaba. Años después, hice con mi hermano Dabi una serie de animación llamada Monodrom y un año después nos lanzamos a la narrativa gráfica con dos fanzines, el policiaco A y el iberpunk F$P.
—Has dejado claro que controlas ese mundo de la barriada, con todo su ambiente canalla, sus personajes intensos, sus situaciones terminales. ¿Piensas proseguir por ese mismo camino o tienes intención de probar con otros temas?
—Ahora pretendo cambiar de registro, cosa que llevo haciendo desde que empecé a contar historias. Me aburro si no hago un más difícil todavía. La idea es completar un tríptico que yo llamo Trilogía del dolor, que se iniciaría con Palos de ciego, continúa con el que estoy trabajando actualmente y se cierra con otra de corte futurista. Cada una tocaría un palo distinto. La primera el género negro, la segunda el terror y la tercera la ciencia ficción.
—¿Cómo es el que estás haciendo ahora?
—Ando sumergido en un cómic que escribí durante un periodo bastante oscuro de mi vida llamado No te serviré, que si tuviera que resumirlo, diría que es la mezcla imposible de Akira, Lorca y El exorcista. Cuenta la historia de un reponedor de supermercado que siente la llamada de lo divino mientras se arrastra por situaciones mundanas. Tendrá un tono muy cercano al thriller coreano.
—¿Qué te ha dicho la gente en San Juan de Aznalfarache cuando han visto el libro?
—La mayoría de mis congéneres no saben de la existencia del libro y sospecho que los que sí, aún no lo han comprado ni leído (risas). Lo máximo que me han comentado es que el cómic es el vivo retrato de San Juan.
—¿Qué comentarios te han llamado más la atención?
—El mayor halago ha sido comprobar que los lectores de Despeñaperros p’arriba han experimentado la lectura del cómic como si se tratase una historia más de su barrio de la calle de al lado. Me encantó constatar que a pesar de ser localista, es a la vez universal y la misma historia puede ser contada desde Vallecas o desde un barrio de Moscú, que seguirá siendo la misma.
—David Rubín dice maravillas de ti.
—David Rubín es mi apoderao en esto de los tebeos y para mí es como un hermano. Su trabajo y actitud vital siempre es una inspiración. Con respecto a Palos de ciego, quería escapar del tópico que habitualmente se asocia con las historias de quinquis de barrio. Mi tebeo es un neo-noir sureño, un folletín pasional de barrio, una copla de amor-fou, hiperrealista y mundana, que se desarrolla en el extrarradio de Sevilla, un entorno sucio y caótico. Siempre he pensado que si los yanquis usan sin complejos New Jersey para ambientar sus historias criminales, yo no iba a ser menos. Mi mayor ambición a la hora de abordar el tebeo era poder hablar de lo que conozco. Ni más ni menos.
[No lo puede disimular. Ni quiere, por supuesto. El Irra conoce en persona el ambiente y los perfiles que componen el fondo y las figuras de Palos de ciego. Aunque nada tengan que ver con él. «Tras una época sirviendo de esclavo para la Seguridad Social y los bancos, ahora puedo decir que llevo una vida muy ordenada y disciplinada como cualquier dibujante de cómic», explica el autor. «Yo soy de San Juan, pero desde hace unos años, vivo en un piso muy humilde en el Tiro de Línea, junto a mi novia y mi perro. La ventaja de vivir como un pobre y no tener gustos caros, es que necesito muy poco dinero para tirar p’alante. No necesito pagar ninguna caseta de feria, pagar ningún carnet a un club de fútbol, ni sacar papeleta para las sillas de Semana Santa. Por lo tanto, con lo poco que pueda cobrar por hacer un cómic o una ilustración para mi es una fortuna. Me vine a vivir a este barrio por su semejanza con San Juan. A pesar de ser un barrio de Sevilla, conserva el ambiente de pueblo y el carácter currela de la gente me hace sentir muy a gusto. El hecho de que la policía me pare de vez en cuando a pedirme identificación por mis pintas siempre me hace sentir en casa».]