No será aquí donde pongamos en duda la capacidad y solvencia de los músicos de la Sinfónica de Sevilla que integran el quinteto de cuerda Totem Ensemble. Bien sabido es lo queridos y respetados que son en nuestra ciudad, y lo mucho que nos han hecho disfrutar como parte de la plantilla de nuestra orquesta, o por separado en los conciertos de cámara del conjunto hispalense. Por otro lado, Vladimir Dmitrenco se ha ido perfilando en los últimos años como uno de los componentes más inquietos y con mayor iniciativa de la ROSS, liderando algunas de sus propuestas más entrañables y desinhibidas, como el ya tradicional concierto de Navidad que nos regala cada año. Pero las Noches en los Jardines del Alcázar están conociendo un nivel muy exigente y aunque vale acercarse a ellas con un programa tan amable y popular como éste, a la hora de abordarlo es conveniente hacerlo con mayor ímpetu, compromiso y rigor que el que ofrecieron los maestros y maestra del conjunto.
Aprovechando el centenario de la muerte de Granados y el ciento cincuenta aniversario del nacimiento de Satie, se convocaron los más sobresalientes compositores franceses del momento, algunos compañeros de Granados durante su estancia parisina, así como Albéniz, contemporáneo y colega del malogrado autor catalán. Piezas en su mayoría arregladas sin demasiada imaginación a partir de sus originales para piano, concebidas más para lucimiento del primer violín, dejando relegados los demás a mera comparsa, salvo alguna excepción. Dmitrenco resolvió mejor los pasajes vigorosos de la Bacanal de Saint-Saëns o la Habanera de Bizet, que los más sutiles e intimistas como las celebérrimas Gnosienne nº 1 y Gymnopedie nº 1 de Satie, que sonaron raquíticas en unas adaptaciones al conjunto de cuerda muy poco trabajadas, a pesar de lo cual logró extraer cierta poesía de la Meditación de Massenet.
Mejor resultó el conjunto cuando ofreció más cuerpo y volumen, aunque las versiones considerablemente reducidas del Pizzicato del ballet Sylvia de Delibes y la Pavana de Fauré tuvieron un valor meramente testimonial, sin complicación ni alarde alguno. La Canción árabe de Granados, Córdoba de los Cantos de España de Albéniz y el Intermezzo de la ópera Goyescas consiguieron un nivel más aceptable de ensamblaje y firmeza que otras piezas como el Golliwog’s Cakewalk de Debussy, que perdió parte de su esencia en una interpretación desganada poco acorde a su espíritu de ragtime. Las ilustraciones de Dmitrenco, siempre simpático, atento y agradecido con el público y la organización, no arrojaron luz alguna sobre el programa, pero potenciaron el aire distendido de la propuesta, cuya major baza se guardó para las propinas, especialmente una muy elaborada y conseguida versión del Owner of a Lonely Heart del mítico grupo rock Yes, que lideraba Jon Anderson, habitual colaborador de Vangelis.