Rinat Izhak es la última persona en este mundo que podría dejar a alguien indiferente. Al igual que sus obras (que son siempre un guiño, un juego, una pequeña trampa para los sentidos descuidados, una invitación a respirar más hondo), tiene el extraño don de la inocencia. Una cualidad que, convertida en arte, se parece mucho a una sacudida, a una descarga. Esta vez, también hay zarandeo. Si hace unos años llenó el Pabellón Mudéjar de fotos familiares tomadas durante un siglo en la Plaza de las Palomas (el retrato más hermoso y más auténtico que Sevilla ha contemplado jamás de sí misma); si el año pasado recreó el Parque de María Luisa en una habitación del antiguo Consulado de Estados Unidos para que la gente aprendiera allí a oler, a sentir y a mirar lo que en el propio parque es incapaz de comprender; ahora su misión y su escenario son otros: lugar, Universidad Pablo de Olavide. Asunto, pedir a gritos el cuidado de la naturaleza. A gritos artísticos, se entiende.

El origen de esta instalación es curioso. «Estábamos recorriendo distintos espacios de la Universidad Pablo de Olavide para montar algo de cara al encuentro Mil formas de ver y hacer el arte, y no terminaba de contentarme con ninguno de ellos. Y entonces, pasamos por delante de una cristalera de 17 metros que refleja la naturaleza exhuberante que hay allí fuera, alrededor de la UPO. Y me dije: esto tiene algo. Y lo que tenía es que allí se podía recrear un bosque artificial, un bosque que enmarcase esa naturaleza que asoma por detrás».

Crear un bosque en un espacio reducido no es tarea que suponga una especial dificultad para Rinat. Esta vez, según contaba ayer tras ultimar el montaje de su instalación, se ha servido de unos cuantos instrumentos muy útiles y a la vez muy sencillos: por un lado, el propio paisaje, que queda detrás de todo como si fuese una perspectiva, un fondo. Por otro, un montón de troncos de árboles construidos con papel pintado con tinta china (como si se dedicara a escribir versos, el papel y la tinta siempre son fundamentales para esta artista, porque lo suyo es una especie de escritura sensorial). Y por otra parte, la citada cristalera enorme que permite el juego de los reflejos y sobre la que ha escrito (¿se hablaba de versos?) un pequeño poema de Lola García Espinares que dice así: Eres bosque / Tus brazos ramas / Tus piernas raíces / Eres río / Tu sangre corre / Eres tierra / Tu cuerpo el paisaje / Respira.

Este poema está escrito del revés en el cristal, de tal modo dispuesto que quien pase por delante podrá imaginar que son las hojas de esos árboles de papel translúcido que se iluminan con el sol. En su intención de hacer ese guiño o ese juego de los que se hablaba antes, y con idea de estimular la participación del público, también hay un banco para que los visitantes se suban a él y se hagan selfies para compartirlos en la galería de fotos del proyecto y, si cabe, se apunten al esfuerzo de pensar en «la importancia que tiene la naturaleza y cómo debemos cuidarla, porque es lo que nos da la vida».

«En mi primera visita a la Universidad Pablo de Olavide, me fascinaba la presencia de la naturaleza que rodea sus edificios», recuerda Rinat Izhak. «Cuando visité el edificio Alexander von Humboldt mi mirada buceaba en la naturaleza detrás de mí, que vi reflejada en el cristal grande del edificio... y las columnas se trasformaron en árboles. Eso me inspiró a crear esta intervención, y quise hacer real la imagen que vi reflejada y crear el bosque que vi en mi imaginación».

«Cuando el público participa del arte se convierte en parte de la obra. Adquiere esa experiencia. Y sale de ella con algo en su interior. Esa es la idea: hacer al público parte del arte». Para ello dispondrá de un pequeño bosque de 200 metros cuadrados y de un reflejo.