Sevilla, el trampolín de un joven poeta llamado De Ory

‘Prender con keroseno el pasado’ revela una decisiva etapa hispalense del autor

28 jun 2018 / 22:14 h - Actualizado: 29 jun 2018 / 12:14 h.
"Literatura"
  • García Gil, autor de la biografía de Carlos Edmundo de Ory, junto al poeta y su amigo Rafael de Cózar, en una imagen de archivo. / El Correo
    García Gil, autor de la biografía de Carlos Edmundo de Ory, junto al poeta y su amigo Rafael de Cózar, en una imagen de archivo. / El Correo

En su libro póstumo, La memoria amorosa, Carlos Edmundo de Ory rendía homenaje a las ciudades de su vida: Cádiz, Madrid, París, Amiens, Thèzy-Glimont. Sin embargo, la espléndida biografía del poeta que acaba de publicar la Fundación Lara, a cargo de José Manuel García Gil y bajo el título Prender con keroseno el pasado, pone de manifiesto la importancia que tuvo Sevilla en una etapa concreta de su vida, en los primeros años 40.

Su primer conocimiento de la capital hispalense, según García Gil, llega «de niño, de la mano de su padre, el poeta modernista Eduardo de Ory, con 6 o 7 años. El padre, por su trabajo consular, visita la ciudad muchas veces antes de la Expo del 29, y Carlos le acompaña algunas veces», explica.

Sevillana será también su primera novia, Lalo, a quien dedicará algunos de sus primeros poemas eróticos: «Un día te vi desnuda/ un día de lirio y beso/ mejor dicho una tarde/ de fuego/ de pestañas/ y dedos./ Tu cuerpo con tus/ senos/ y tu/ sexo», dice en uno de ellos.

Y en otro, fechado poco después: «Mi sexo loco,/ palpitándome como un corazón./ Siento en él,/ la sed amarga del amor./ Mi sexo,/ gritándome minutos sin voz./ Mi sexo,/ como un reloj./ Quiero embriagarme/ de tu cuerpo de alcohol,/ y te llamo/ para mi goce en flor./ Mi sexo,/ sonámbulo por nuestro amor».

Ya en 1942, vive un tiempo en la capital del Guadalquivir y entra en contacto con poetas sevillanos y gaditanos que allí residen, como los hermanos Cuevas o Montero Galvache, así como los autores nucleados en torno a la revista Cauces. En diciembre de ese año hizo en Sevilla unos cursos de Instructor del Frente de Juventudes.

«Sus amigos de entonces fueron Eva Cervantes, su sobrino José Antonio Ochaíta, alumno de Unamuno, Rafael Laffón, sobre todo, y Fernando de los Ríos, todos muy cofrades y falangistas», señala García Gil. «De esa época le gustaba sobre todo Fernando Villalón y Romero Murube. Pero a Laffón lo admiraba mucho también, y recibió de él sabios consejos sobre el oficio», agrega.

«No olvido, querido poeta, su visita del otro día», le escribe Laffón en una carta. Aquí en mi casa, entre los libros y el jardinillo, quedó resonando su voz –todavía angélica–, de la lectura de poemas con que me regalaba. Me trajo del brazo –de la mano–, a su musa: una adolescencia maravillosa». Y De los Ríos, que prologaría su libro Versos de ponto, diría de él: «Carlos Edmundo de Ory/ ha estrenado la mañana/ de su juventud en flor/ con aroma de esperanzas».

Unas amistades cuando menos chocantes para ese poeta que, andando el tiempo, sería un paradigma de anticlericalismo, rebeldía e insumisión, un ácrata del verso más cercano a los salvajes beatniks que a los bardos oficiales del régimen. pero para eso todavía faltaba mucho. De momento, se sentía bien frecuentando a aquellos entusiastas intelectuales, a pesar de, como diría él mismo, su fascismo tan poco fascinante. «Hay que tener en cuenta que en este momento, todavía Ory está en el cascarón. Apenas había salido de Cádiz, donde sus modelos eran Pemán y Martínez del Cerro», dice el biógrafo.

En julio del 43 se enamora de Emilia Palomo, hija de un profesor de matemáticas que vivía en la calle Laraña. «Mi nombre, quiero/ que sea raíz en lo más hondo de tu alma./ Emilia, Emilia, Emilia,/ tu nombre así tres veces/ guitarra de la brisa», le escribiría.

«Aunque Francisco Nieva la definió como míticamente fea y melenuda, Emilia Palomo fue una mujer muy inteligente, con un gran bagaje cultural, hablaba francés e italiano, había estudiado música y tocaba la guitarra. Era una persona muy liberal, y la influencia que ejerció sobre un Ory joven fue grande, y nunca ha sido subrayada», dice García Gil. Palomo, que acabó casándose con un poeta muy distinto, José Ángel Valente, retomó la relación con Ory y volvieron a cartearse. «Aunque Carlos la invitó a su casa en Francia, no volvieron a verse, supongo que por coquetería, pero volvieron a ser buenos amigos en la distancia».

Respecto a sus conservadores amigos sevillanos, como los gaditanos, «estaban encantados con él, se dedican poemas y se piropean, todos adivinan en el entusiasmo juvenil de Carlos una genialidad poética», apunta García Gil. Amistades, por otra parte, condenadas a enfriarse fatalmente, o a interrumpirse para siempre, como le ocurriría durante casi toda su vida con sus relaciones más fraternales. «Carlos tiende a deslumbrarse fácilmente, y luego se aburre y se distancia de todos sus amigos, con pocas excepciones», comenta el biógrafo.

Una de esas excepciones fue Rafael de Cózar, Fito, autor de una antología esencial de la poesía oryana como Metanoia, y muy apegado a Carlos hasta la muerte del gaditano. Otra, Francisco Lira, el alma mater de La Carbonería, y gran amigo de ambos. «Kozarkovisch, como lo llamaba en 1971, es de las personas con quien mejor conecta, quien siente que se parece más a él de los jóvenes entusiastas del grupo gaditano Marejada. También hay un homenaje –aunque él prefería hablar de oleaje– que le hace la revista Operador en 1978», apunta el biógrafo.

Y a Sevilla volvería muchos años después para recoger de manos del presidente de la Junta, Manuel Chaves, la distinción de Hijo Predilecto de Andalucía 2004 en compañía de la Duquesa de Alba, a la que llamó «artistócrata» y «Duquesa del amanecer».

«El torero Curro Romero salió del acto deslumbrado por el creador del postismo: ‘¡Pero qué tío con más gracia! De Cádiz tenía que ser’», concluye García Gil.