«Si las raíces te dejan clavado
a tierra, no las quiero»

Entrevista a Raquel Díaz Reguera, escritora e ilustradora. Hizo el cartel más bello que se recuerda en Sevilla para la Feria del Libro del año pasado y es noticia por la reedición de su álbum ‘¿Hay algo más aburrido que ser una princesa rosa?’ con 15.000 ejemplares vendidos

01 may 2017 / 19:49 h - Actualizado: 01 may 2017 / 22:55 h.
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  • Raquel Díaz Reguera, esta semana en la nueva librería Caótica, heredera de La Extra-Vagante. / Diego Arenas
    Raquel Díaz Reguera, esta semana en la nueva librería Caótica, heredera de La Extra-Vagante. / Diego Arenas
  • Una de sus obras, el cartel de la Feria del Libro de 2016. / El Correo
    Una de sus obras, el cartel de la Feria del Libro de 2016. / El Correo
  • «Si las raíces te dejan clavado <br />a tierra, no las quiero»

Ser una artista sin pose de artista le permite decir y hacer lo que le parece sin reparar en cómo le siente al sanedrín. Por ejemplo, cocinar lentejas, escribir inconveniencias, defender la inteligencia y la sensibilidad y comparar precios en el súper. Se define como ecléctica, inquieta y ansiosa. Se pasa los días inventando cuentos e ilustrándolos, y nunca en su vida –dice– le ha faltado un beso o un abrazo. Ahí la familia ha hecho un trabajo muy, muy fino.

—¿Por qué razón crees que a los niños les gustan tus libros? ¿Te habrían gustado a ti cuando eras chica?

—Supongo que mis libros les gustan a algunos niños y a otros no. La literatura ilustrada les atrae en general. Primero, porque cuando son muy pequeños alguien les lee el texto y ellos escuchan mientras descubren las ilustraciones. Segundo, porque las letras acompañadas de imágenes que las dotan de un paisaje y un entorno, les despiertan interés y curiosidad. La pena es que a partir de los diez años los mayores decidimos que los álbumes ya no tiene cabida y pasamos al formato novela. Mi último álbum, Cenicienta, la verdadera historia contada por ella, es un intento de ilustrar para una horquilla de edad más amplia. Tiene demasiado texto para ser un cuento, tanto como para tener un formato de libro y no de álbum. Soy malísima para sintetizar y además, como ves, tengo tendencia a irme por las ramas. Escribiendo cuentos también.

Cuando era pequeña, mi abuelo tenía una papelería, Papelería Reguera, en la calle Almirante Apodaca. A mí me encantaba descolgar los cuentos de una cuerda en la que estaban suspendidos sobre el mostrador. Eran cuentos clásicos, con las cubiertas troqueladas e impresos en cartulina. En casa tenía algunos álbumes, la oferta era muy inferior a la de ahora, pero recuerdo perfectamente mi colección de cuentos ilustrados. Me encantaban. Conservo algunos.

—Va Trump y te pide que le cuentes un cuento a su nieto delante de él y de toda la familia. ¿Cuál eliges?

—Una opción sería El flautista de Hamelín, una version del cuento en la que me saltaría toda la primera parte para pasar directamente al punto en el que flautista toca y las descerebradas ratas le siguen.

—Vuelves a nacer y te dan a elegir nacionalidad, profesión, una virtud y un defecto. Elige.

—Yo aboliría las nacionalidades. No soy de ningún lugar. Ciudadana del mundo e hija de la madre que me parió. Esa es mi única referencia. Si las raíces te dejan clavado a tierra, no las quiero.

De profesión: curiosa. Necesitaría un montón de vidas para hacer todas las cosas que me llaman la atención. Me encantaría ser mimética y vivir en la piel de personajes a los que admiro profesionalmente. Escribir como García Márquez o dibujar como Ana Juan. La música... creo que sería, o tal vez seré, músico. A lo mejor no hay que volver a nacer y nos da tiempo a ser más cosas en una sola vida. Me gustaría tocar el clarinete como Karl Leister, cantar como Ella Fitzgerald, actuar como Naomi Watts, comerme el escenario como Lenine o como Asier Etxeandía. Mientras inventan la manera de hacerlo me conformo con ser mejor escritora e ilustradora de lo que soy. La admiración hacía los demás es uno de los mejores motores para trabajar.

La mejor virtud: el entusiasmo. Y el mejor defecto: la ansiedad (la vital).

—¿Cuáles fueron tus dibujos más remotos?

—Casi todos los niños dibujan, yo también. El primero que mereció un marco y una pared (de la que aún cuelga en casa de mi madre) fue una versión un poquito peculiar de Niño con paloma, de Picasso.

—¿Qué regalo no te trajeron nunca los Reyes, muy a tu pesar?

—Te cuento un secreto, a mi casa sí que venían los Reyes de Oriente. Me trajeron más de lo que se me ocurrió pedir.

—Más allá de la familia, ¿tienes alguna dependencia importante?

—El tabaco (lo dejo todos los días) y la felicidad.

—¿Eres de las que se escandalizan con los telediarios y lanzan diatribas contra el estado del mundo?

—Sí. La opción es quitar la tele y vivir en un mundo paralelo porque el real es insufrible, pero claro, eso solo lo podemos hacer los que hemos caído en el lado bueno de la vida. El egoísmo de los que podemos arropar a nuestros niños por la noche y ponerles un plato de comida en la mesa. La terrible falta de empatía que nos mantiene a salvo, porque si realmente tuvieramos capacidad de ponernos en la piel del otro nos lanzaríamos a las calles a pelear contra el mundo.

—Tu exitoso libro ¿Hay algo más aburrido que ser una princesa rosa? se lo dedicas a tu madre y a sus cuentos. Háblame de tu madre. Y de sus cuentos.

—A ella le dedicaría una enciclopedia entera. Mi madre es lo mejor que te puede pasar en la vida. Es simplemente perfecta (como muchas madres). No hace falta pedirle nada porque ya te lo ha dado antes de que lo pidas. Todo es fácil, antes de que la llames ya ha llegado. Mi madre se ocupó de que mi infancia fuera un lugar inmejorable y de darme alas pero enseñándome a usarlas. El único reproche que puedo hacerle es que la necesito.

—¿Cuánta trola metafísica o políticamente correcta hay metida en ese coto sin vallar que es el mundo de los libros infantiles?

—Recomiendo el prólogo del libro Alicia anotada edición de Martín Gardner. Empieza contando que Gilbert K. Chesterson, al escribir sobre el centenario del nacimiento de Lewis Carrol, expresaba su miedo a que «Alicia hubiese caído en las terribles manos de los eruditos y se estuviera volviendo frío y monumental como una tumba clásica». Continuaba escribiendo: «Cualquier disparate literario posee tal abundancia de símbolos tentadores que uno puede partir del supuesto literario que más le plazca sobre su autor y construir fácilmente un caso sugestivo». Creo que siempre están aquellos que tratan de darle a todo lo que al arte se refiere un halo nebuloso de reflexión, meditación y bla, bla, bla? Yo vivo un poco ajena a eso, las trolas metafisicas me provocan mucha risa. Creo que forman parte de la necesidad que tenemos los seres humanos de pertenecer a un grupo con sus tendencias, sus afinidades, sus esto es válido y esto no lo es, esto es comercial y por lo tanto malo, esto no lo entiende ni el que lo ha escrito y por lo tanto bien, estos dibujos no representan el instante tal o cual, me aburro.

Yo soy ecléctica en general y tengo la suerte de que mis editores me cuidan y me consienten, escribo e ilustro sin que me pongan pautas. Soy absolutamente nada metafísica y si mis textos son o no políticamente correctos es algo que no me planteo mientras escribo.

—Y ahora, dime: ¿por qué todas las niñas quieren ser princesas?

—Porque es imposible escapar del mundo que nos rodea. Una sociedad diseñada para que la mujer sea un complemento del hombre. Mires donde mires, en la publicidad, en la música, en el deporte, en las empresas, en las artes. Los hombres tienen el poder y las mujeres son permanentemente cuestionadas desde pequeñitas.

Estoy escribiendo un cuento sobre los referentes femeninos que limitan a las niñas y es terrible. A los nueve años ellas ya quieren ser altas y delgadas, a esa edad ya empiezan a ocupar un lugar periférico en el patio del colegio. Ya han entrado a saco los modelos que nos vende la tele, mujeres preocupadas siempre por la estética; una crema para prevenir las arrugas, un sujetador que realza el pecho, un tinte para las primeras canas. Ellos con canas son atractivos, ellas viejas. Ellas, las guapas, se van operando hasta quedar deformes y ellos siguen cumpliendo años y estando estupendos. Y a los treinta años, ahí viene el mazazo, ¿aún no tienes novio?, que rarita. Si eres madre y te dedicas a tus hijos no tienes ambición profesional, si no lo eres se te está pasando el arroz, si lo eres pero eres ambiciosa laboralmente eres una mala madre. Podría hablar horas sobre este tema porque me alucina, me indigna y me preocupa.