Silvio, de maldito a canonizado

El Ayuntamiento concede hoy la Medalla de Sevilla a título póstumo al rockero Silvio Fernández Melgarejo, un recordado mito que sigue aún muy vigente

29 may 2015 / 22:48 h - Actualizado: 29 may 2015 / 23:05 h.
"Música"
  • Silvio Fernández Melgarejo, el gran Silvio, puro carisma.
    Silvio Fernández Melgarejo, el gran Silvio, puro carisma.
  • Con José Manuel Soto y el cantante italiano Nicola di Bari.
    Con José Manuel Soto y el cantante italiano Nicola di Bari.
  • Junto a Martirio (de riguroso bético) y Pive Amador.
    Junto a Martirio (de riguroso bético) y Pive Amador.

«Silvio es tan icono como la Macarena o la Giralda». Lo dice, sin ánimo de caer en el sensacionalismo, el diseñador Rafael Iglesias, muy vinculado al rockero sevillano –«fui el autor de la portada de su último disco, con los Diplomáticos», proclama orgulloso–, y que actualmente vende como rosquillas su efigie en la tienda Cami Setas. «Se venden cientos y cientos de camisetas de Silvio, tanto las del modelo del Sevilla como las del Betis. Es el ejemplo de sincretismo absoluto. Y un dato importante: nos piden modelos de señora y caballero, pero también de niño, de 0 a 14 años. Es un mito para todas las edades», dice.

Si cupiera alguna duda, la concesión de la Medalla de Sevilla, que se le entrega a título póstumo en el Lope de Vega, confirma que Silvio es de los héroes que sigue ganando batallas después de muerto. «Es como pasar del malditismo a la canonización, o como diría el maestro Eco, de apocalíptico a integrado», sonríe el periodista Alfredo Valenzuela, que en vida de Silvio publicó el libro –él prefiere llamarlo largo reportaje– Vengo buscando pelea.

«Traté de entrevistar al cantante, y en cambio volví a casa tan borracho como él y con 2.000 pesetas menos», recuerda Valenzuela. «Solo logré sacarle aquella frase de las suyas: ‘Admiro mucho a un obispo, porque un obispo dice quiero un palio, y ahí tiene el palio’», añade el periodista, quien asegura que para conocer al personaje no hay que leer su libro –que tuvo una posterior reedición ampliada con aportaciones de Pive Amador–, sino visionar el excelente documental Silvio, a la diestra del cielo, de Francisco Bech.

Sobre la distinción que se le entrega, opina que «no es que Silvio estuviera por encima de los reconocimientos, es que estaba al margen de todo. Su vida no discurría en paralelo a la de los demás mortales», asevera. Sea como fuere, le parece bien que se acuerden de él porque «no todo va a ser flamenco, que está muy bien que se le dé su sitio, pero es que los políticos han encontrado ahí un filón y no lo sueltan, hasta el punto de declararlo Patrimonio de la Humanidad. Al rock no le hace falta ser Patrimonio de la Humanidad, es más grande que eso», dice.

«Los malditos suelen ser reconocidos cuando están muertos y enterrados, pero la verdad es que Silvio fue muy reconocido en vida», concluye Valenzuela. «Yo he visto a fans comportarse con él como se comportarían con Bon Jovi, desde pagarle todas las copas a darle besos con lengua de media hora. Pero a él los homenajes, la verdad... si le traían al pairo en vida, imagínate después de muerto». Es algo que está incluso por escrito: una de las citas iniciales de Vengo buscando pelea es del propio cantante: ¿Sabes qué te digo? Que todo lo que escribas me importa un carajo».

«Sí, seguramente se reiría si supiera que le han dado una medalla», coincide Pedro García Mauricio. «Y le costaría mucho trabajo ir a recogerla, salvo que alguien lo llevara de la mano y le convenciera de que es algo bueno para él y para la ciudad».

Los recuerdos se amontonan en las palabras de este veterano músico sevillano: casi 50 años de amistad con Silvio, desde que se conocieran en la Costa del Sol hasta el último adiós. En medio, muchas risas, muchas noches de copas y rocanrol, y la memorable aventura de Luzbel, su primera banda, con la que en 1980 grabó Al Este del Edén. «Me pegaba con él noches y noches por las calles de Los Remedios, yendo allí donde hubiera un grupo tocando, a ver si nos dejaban subirnos», evoca.

García Mauricio fue testigo del paso de Silvio de la batería («con aquel estilo tan sui generis, que nada tenía que ver con el clásico compás y recordaba más bien al repiqueteo de Mitch Mitchell con Jimi Hendrix») al micrófono, quizá la transformación más importante de su vida. «Tenía un carisma impresionante, y eso hizo que la gente joven lo tomara como una bandera. Esa manera de ser y de subir al escenario con una copa de coñac y el sempiterno cigarrillo en la otra, y siempre con su traje, hacía que la gente se identificara con él y disfrutara de su campechanía. Era simpatiquísimo, bromeaba constantemente... Y hablando mal y pronto, le sudaba la polla todo», agrega.

A Pedro le impresiona, no obstante, el tamaño que ha ido adquiriendo con el tiempo la leyenda de su amigo. «En comparación con otros músicos, ha tenido un reconocimiento enorme. ¡Yo vivo al lado de la calle Rockero Silvio! Pero si le preguntas a alguien por la calle Jesús de la Rosa, que fue alguien importantísimo como líder de Triana, nadie sabe ni donde está», observa.

¿Cuál es el secreto de este incontestable éxito? Para Pive Amador, apoderado del cantante y también compañero de rock y correrías, no hay duda: «Su gran virtud fue unir contrarios. Siendo sevillista, le cantó al Betis, y por eso le escribí también aquella letra que decía Macarena de Triana... Supo unir a la Sevilla de Belmonte y a la de Joselito».

Amador recuerda también cómo en tiempos de la Transición, «cuando íbamos actuando de mitin en mitin», Silvio incurría en las mismas provocadoras contradicciones: «Si tocábamos en uno de los comunistas, empezaba levantando el brazo y diciendo ¡viva la Falange de las JONS! Y si el mitin era de AP, le dedicaba la primera canción a Santiago Carrillo... La gente se hartaba de reír, porque todos entendían el juego. Era alguien que caía bien a personas mayores y a niños, a intelectuales como a pijos o punkies», añade.

«Sevilla siempre fue cariñosa con él, de forma natural», apunta Pive. «Cuando en el 93 me inventé aquello de la Medalla del Mérito Rockero, se volcaron todos, desde los políticos de todos los colores a Rocío Jurado o Antonio Burgos. Pocas personas han tardado tan poco como él en tener una calle, y hasta en Granada hay un paseo Rockero Silvio Fernández Melgarejo, así, con los dos apellidos», concluye. «Él ya era un personaje en vida, desde los primeros 80. No diría que su leyenda se ha agrandado, se ha consolidado», subraya.

Otro legendario homenaje a Silvio fue el que se le tributó en vida, durante varios días, en la madrileña La Boca del Lobo. Allí estuvo «como discípulo y como uno de los custodios» del cantante Pepe Begines, líder de No me pises que llevo chanclas. «Fuimos con Pive, con Don Curro y otros amigos. Creo que esas cosas nunca le gustaron a Silvio, y no sé qué pensaría de este reconocimiento póstumo. Personalmente, yo hubiera preferido que en vida la gente se hubiera parado un poco más a valorar su arte, que lo tenía a raudales. En ese sentido, la medalla de la ciudad llega tarde».

No obstante, Begines defiende la idea de que Silvio sigue más vivo que nunca en su música y en su personalísima filosofía. «Lo cito continuamente por la complejidad que tiene, por esa forma que tenía de inventarse el lenguaje. Era un mago de las palabras que lograba confundir la física y la química. No me canso de oírlo. Y no me acuerdo de él, porque jamás lo olvido», apostilla.

Eso y muchas otras cosas fue aquel rockero que afirmaba que seguía actuando para poder asistir gratis a sus propias actuaciones. Tuvo un hijo, Sammy, músico también y hoy líder de una superbanda afincada en Sevilla. Silvio lo bautizó con ese nombre porque, dicen sus amigos, su ilusión era que su vástago naciera negro, y al no lograrlo hubo de conformarse con homenajear a Sammy Davis Jr. Hoy recogerá la medalla de la ciudad en su nombre, rodeado de cariño y admiración.