No es cuestión de ponerle reparos a la excelente programación de jazz que está llevando a cabo el Teatro Lope de Vega, que con la Orquesta Barroca y otras músicas y eventos está ampliando considerable y saludablemente su programación. Pero no todas las propuestas calan por igual en el público; a una asistencia considerablemente inferior que en otras citas del ciclo, hubo que añadir el también menor entusiasmo que suscitó el programa articulado por el prestigioso saxofonista y su tímida forma de conectar con el público.
Capaz de extraer un sonido aterciopelado y envolvente, con una línea homogénea, sofisticada y estilizada en el fraseo, un control superlativo de la respiración y una fluida articulación del ritmo que le convierten en un artista incombustible e infatigable, Potter es sin duda un lujo para los oídos gourmet. Virtuoso tanto en el saxo tenor que más frecuenta como en el soprano, quince discos como solista y más de un centenar como colaborador en apenas veinte años, le han colocado en el ranking mundial como uno de los saxofonistas más relevantes y referenciales del momento. No cabe duda de que está especialmente dotado para la improvisación, y que sus ornamentaciones y variaciones sobre sus propias composiciones gozan de una envidiable creatividad. Pero todas esas virtudes no fueron suficientes frente al considerable tedio que llegó a provocar un programa tan hipnótico y repetitivo, que aunque dividido en varios bloques, evidenció un carácter demasiado monótono.
En formación de cuarteto no cabía esperar una recreación de su último trabajo, Imaginary Cities, junto a su Underground Orchestra; y sin embargo el último bloque estuvo protagonizado por un arreglo de Compassion para el que el estupendo contrabajista Joe Martin se empleó a fondo y Potter hizo gala de su versatilidad encargándose de los efectos electrónicos. Aunque elegante y virtuoso, David Virelles exhibió al piano una estética algo apagada, mientras Gilmore marcó el ritmo excelentemente a pesar de puntuales excesos decibélicos.