La relación de Manuel Machuca (Sevilla, 1963) con el Polígono Sur se remonta a diez años atrás, cuando su profesión de farmacéutico empeñado en divulgar hábitos saludables lo llevó a Las Tres Mil Viviendas. Mañana viernes regresará una vez más, pero guiado por su otra vocación, la de escritor, para presentar su último libro, Tres mil viajes al sur, que acaba de ver la luz en el sello editorial Anantes.

«Empecé a visitar Las Tres Mil como voluntario hace diez años, en 2006, como parte de un proyecto de Cáritas», recuerda Machuca. «Yo había colaborado en una clínica de inmigrantes en Minneapolis y soñaba con trasladar esa idea aquí con prácticas clínicas de estudiantes de Medicina, Farmacia y otras carreras, pero fracasé. No tuve el apoyo necesario, pero en cambio monté mi consulta de educación para la salud y optimización de la farmacoterapia allí».

El momento en que Machuca desembarcó en Las Tres Mil no era fácil, si alguno lo ha sido. Mucha gente no tenía recursos para costearse los medicamentos, de modo que necesitaban ayuda. «Yo traté de trabajar en la mejora de los resultados de la salud, entre otras cosas, a través de la experiencia personal. Empecé a escuchar muchas historias, y ahí está el origen de este libro», agrega.

El autor de novelas como Aquel viernes de julio o El guacamayo rojo, cayó entonces en la cuenta de que «había una emigración dura, la derivada de la expulsión del hogar. Y ese es el camino que han recorrido el cien por cien de los habitantes de Las Tres Mil. En ese momento fui consciente de que tenía que ponerme a escribir», comenta Manuel Machuca.

Estos Tres mil viajes al sur son en realidad cuatro relatos, uno por cada estación del año, que se desarrollan en un solo día. «Son el recuerdo, el viaje al sur de cada uno de los personajes, todos mujeres», explica Machuca. «Podría haber escrito un libro de entrevistas o un ensayo, pero estoy convencido de que la ficción es una forma muy buena de contar la realidad. En realidad, es el libro más autobiográfico que he escrito, ahí están mis inconsistencias, mis dudas... ¿estoy ayudando a esta gente, o soy parte del problema? Y quiero que el lector se plantee ¿tú qué harías?».

Por otro lado, al escritor no se le escapa que escribir sobre Las Tres Mil supone regatear lugares comunes y estigmas recurrentes. «Quizá hace 5 o 6 años no habría podido evitarlos», admite Machuca. «Creo que lo he logrado porque he dado con el punto de vista adecuado, la mirada desde la que se escribe. Si no trabajas con un respeto absoluto por las creencias de las personas , difícilmente puedes sacar un proyecto como este adelante».

«Siempre que visitamos Las Tres Mil tenemos una posición poco horizontal, por así decirlo. Contemplamos esa realidad desde el pedestal en que estamos montados, aquí venimos a ayudar a unos pobrecitos... pero tienes que sentarte, tomarte un café con esas personas, tratar de entender los dolores y las incoherencias que tienen, como tenemos todos. Es un camino que cuesta, pero creo haberlo conseguido», añade.

Junto con las etiquetas al uso –exclusión, marginación, carencias–, Manuel Machuca asevera que en esta barriada ha encontrado también «mucha esperanza, y no de la basada en el buenismo. Si te montas en aquel autobús, ves a chavales que van a la escuela, hombres con su mono azul y mujeres que van a limpiar casas... Ves personas, y todas infunden esperanza».