Hacía mucho que echábamos de menos en el Festival de Música Antigua de Sevilla una representación lírica con producción escénica. Este montaje conjunto de la Barroca y La Imperdible vino a paliar en parte esta carencia, aunque sobre el escenario no fuera una ópera sino una cantata lo que se interpretaba. Dos niveles dramáticos, el protagonizado por las voces y el que desarrollaron los bailarines, confluyeron con notable naturalidad, por mucho que se hubiera podido ahorrar la actuación escénica de los cantantes, cuya narrativa fue suficientemente desplegada por los danzantes y sus flexibles e intrincadas coreografías. El blanco predominante en todos los atuendos, marca de la casa de la Plaza del Duque, sirvieron entre otras cosas para crear efecto de camuflaje entre las hermosas proyecciones de flores, plantas, fuego, agua y cielo estrellado que amenizaron el montaje.

Conscientes de los problemas financieros de nuestra puntera orquesta, no podemos sino expresar nuestro inmenso regocijo al ver por fin sobre las tablas la plana mayor del conjunto, sometida en esta ocasión a una dirección mucho más relajada e intimista de lo que es habitual en la formación hispalense. Bonizzoni estuvo atento a detalles, matices y dinámicas, siempre desde una óptica estética comprometida con la volatilidad, la caricia y la sensualidad, con un tono amable constatable en los preludios, un Concerto grosso de Corelli, maestro de Geminiani, uno de cuyos Concerti Op. 2 sirvió para presentar personajes y antecedentes, e inspirador de Händel, sobre cuyo Apollo e Dafne recayó el peso de la velada. A destacar el extraordinario trabajo del trío formado por los violinistas Andoni Mercero y Alexis Aguado y la violonchelista Mercedes Ruiz.

La voz de la carismática soprano cubana Yetzabel Arias insufló de belleza y expresividad su rol de la ninfa Dafne, generosa en recursos retóricos y delicada en las ornamentaciones; el color y el brillo de su color se impuso al de su compañero Fulvio Bettini, de registro algo más agudo que el de mero bajo, y que compuso un Apollo vivaz y heroico, ajustado en expresividad pero excesivo en movimiento escénico. El resultado final fue un espectáculo dinámico, encantador y cargado de armonía. Un esfuerzo multidisciplinar que abre nuevas vías para la orquesta y el Femás.