Fue en diciembre de 2007, con sólo catorce años, cuando lo escuchamos por primera vez y ya le dimos matrícula de honor. Nos sorprendió su versatilidad y destacamos su sensibilidad y musicalidad, a la vez que reparábamos en ciertos defectos de expresividad que estábamos seguros sería capaz de depurar con el tiempo. De aquella sala Manuel García saltó a la sala principal del Maestranza en tres ocasiones, acompañado por la Sinfónica, y volvió a la sala pequeña en uno de los conciertos de cámara del conjunto hispalense. Pero éste ha sido su debut en solitario en el escenario principal del lugar donde ha crecido como espectador y artista, como él mismo aseguró en el emotivo, agradecido y humilde discurso con el que terminó el programa de este concierto que dedicó a Julio Gª Casas y que se ha convertido ya sin duda en una noche para recordar.
El joven sevillano revalidó el talento que exhibió en sus comparecencias anteriores y rubricó el premio que recibió el año pasado en Santander, desde la primera y muy complicada obra elegida para este programa diverso en estilos y registros, que abordó con una personalidad muy formada y característica sin por ello traicionar el espíritu de cada pieza. La Sonata de Liszt es una obra maestra que exige tanta reflexión como concentración, y con la que el artista puede quedarse en la superficie del virtuosismo y el tan recurrente carácter maquiavélico que se le asigna, o extraer todo un poemario digno de los intérpretes más sensibles y exigentes, como hizo él, manteniendo nuestro interés desde la primera hasta la última nota, dejando fluir la música con naturalidad y flexibilidad a través de sus numerosos cambios de registro, exhibiendo una digitación precisa y cristalina y destacando sus elocuentes silencios así como sus pasajes más arrebatados, hasta conseguir una versión sincera y emocionante; y sin partitura, con toda su compleja arquitectura perfectamente diseñada en su interior.
Después puso en relieve el generoso cromatismo de los cuatro Preludios de Debussy seleccionados, del paisajismo lleno de contrastes de La puerta del vino a la turbulencia marina de Lo que vio el viento del oeste, ahondando en delicadeza y reflexión. Con la difícil Sonata de Bartók dejó bien claro su dominio del ritmo y sentido de la percusión, insistiendo en ese virtuosismo que ya derrochó en las piezas anteriores y que asomó de nuevo en unos vertiginosos Preludios extremos de Gershwin, mientras en el central hizo gala de un amplio lirismo y se permitió la licencia de improvisar al más puro estilo jazzístico, acertando. Fiesta, sensualidad y de nuevo virtuosismo, desde la sinceridad y el cariño más absoluto por el instrumento y el amor incondicional por la música, en las Danzas argentinas de Ginastera y un espectacular arreglo propio de unas bulerías jerezanas que brindó a la tierra que le vio nacer y desde la que ya ha despegado para llegar muy lejos.
LA FICHA
JUAN PÉREZ FLORISTÁN ****
Juan Pérez Floristán, piano. Programa: Sonata en Si menor S.178, de Liszt; 4 Preludios, de Debussy; Sonata, de Bartók; 3 Preludios, de Gershwin; Danzas argentinas, de Ginastera. Teatro de la Maestranza, domingo 29 de enero de 2017